El Mantra de Olhw: La Región de Kerv

Capítulo 10 - Amanecer

El crepúsculo de Verma se desgarraba con los ecos de una batalla milenaria, un lamento de desesperación que había durado demasiado, pero ahora, un nuevo fervor, un fuego cósmico, ardía en el aire, un presagio de cambio. Kerv, antaño un cuerpo inerte y despojado de vida sobre la tierra baldía, su luz apenas una brasa moribunda, se alzaba con una magnificencia que deslumbraba incluso en la penumbra más densa, su forma restaurada pulsando con la energía de universos renacidos. Su aura, un manto de luz pura y brillante, se extendía a su alrededor, haciendo que el polvo del campo de batalla, antes estático y gris, danzara a su alrededor como motas doradas, girando en espirales ascendentes, casi como una danza ceremonial de bienvenida. Cada movimiento de su cuerpo resonaba con una fuerza primordial, el eco mismo de la voluntad que había forjado estrellas y nebulosas, un sonido que era un himno a la resistencia y al renacimiento. La lanza de Verma, que había regresado a su palma con un eco metálico y una familiaridad reconfortante, vibraba con una tensión palpable, ansiosa por encontrar su destino, no ya para destruir en venganza, sino para reequilibrar la balanza del cosmos.

Ethbatrel, la colosal figura de lava y sombra, cuyo aliento era un viento gélido de desesperación que marchitaba la escasa vegetación y hacía temblar la tierra bajo los pies de los guerreros, giró con una lentitud deliberada, su sonrisa cruel, un abismo oscuro que revelaba colmillos de obsidiana capaces de desgarrar el tejido de la realidad misma. El aire a su alrededor se volvía denso y pesado, asfixiante, como si la atmósfera misma se negara a respirar bajo su presencia, y pequeñas grietas se formaban en el suelo bajo sus pesadas pezuñas, un testimonio de su abrumadora e incesante fuerza. "Has vuelto de la nada, Kerv," su voz resonó, un trueno que parecía no solo agrietar el aire, sino la mismísima trama del espacio-tiempo, infiltrándose en los huesos y la conciencia. "Pero el destino es inmutable. Tu victoria es una quimera, una fantasía de mentes débiles que se aferran a lo que debe perecer. ¿Crees que un parpadeo de luz, una chispa moribunda de una era que ya ha cumplido su ciclo, puede borrar eones de oscuridad, la verdad inmutable del fin que yo encarno? Es imposible ganarme. Soy la función, el equilibrio ineludible, la mano que poda el jardín cósmico para evitar el estancamiento. Eres un mero eco de una era moribunda, un residuo de una verdad caduca que la cosmología ha superado, un canto ahogado por el olvido al que estás destinado. No soy un enemigo personal, Kerv, soy una necesidad universal. La misma fuerza que te trae de vuelta, te llevará de nuevo al olvido." La burla en sus palabras era un veneno helado, diseñado para penetrar hasta la fibra misma del espíritu de Kerv, para recordarle cada fracaso, cada pérdida, cada momento en que la luz se había desvanecido, buscando quebrantar su recién recuperada voluntad.

Pero Kerv, ahora imbuido de una comprensión más profunda que trascendía la mera emoción, sostenía la convicción de una resolución férrea, una calma forjada en el crisol de su propia alma y las verdades reveladas por Alú y Kervain. Se lanzó, esquivando un golpe colosal de Ethbatrel que habría pulverizado una montaña entera, moviéndose con una agilidad que recordaba sus días de gloria, su cuerpo una ráfaga de luz que desafiaba la inmensidad de su adversario. La lanza de Verma trazó arcos luminosos, buscando puntos vulnerables en la impenetrable forma del centauro oscuro. Cada estocada era un destello de furia contenida, cada impacto un choque sordo que reverberaba en el alma de Kerv, enviando ondas de energía que parecían chocar contra un muro invisible de pura negación. Era como golpear una densa nube enfurecida, no solo compacta, sino absorbente, maleable, una masa de energía malevolente que absorbía su impacto sin mostrar la menor mella, sin una grieta, sin un solo signo de debilidad. Kerv sentía la resistencia, la negación de su fuerza, como una burla silenciosa que se filtraba a través de la sustancia misma de Ethbatrel, un rechazo absoluto a ser afectado, una mofa de su poder. La frustración amenazaba con empañar su concentración, la sensación de estar luchando contra lo inalterable, contra una pared de la propia existencia, se cernía sobre él, pero la nueva luz en su interior, la verdad que Alondra le había revelado, era un ancla inquebrantable que no permitía que la desesperación se apoderara de él.

En el campo de batalla, los pocos guerreros de Verma que aún se aferraban a la vida, sus cuerpos magullados, sus armaduras abolladas y sus espíritus quebrados por la derrota y el agotamiento extremo, sentían una oleada de energía incomprensible. La luz de Kerv, aunque distante, penetraba su dolor, una chispa de esperanza que creían extinguida para siempre. Sus músculos, antes doloridos y flácidos, se tensaron con una voluntad redescubierta. Uno a uno, con gemidos de esfuerzo y ojos llenos de asombro y una renovada fe, comenzaron a levantarse. Algunos se apoyaban en sus espadas rotas, sus escudos maltrechos, cada movimiento un acto de desafío al destino, un rechazo a la rendición. Otros, arrastrándose a duras penas sobre la tierra árida, tomaban un último stand, sus cuerpos temblorosos pero sus espíritus inquebrantables, un coro silencioso de resistencia. No eran un ejército imponente, sino un puñado de almas decididas, forjadas en el crisol de la derrota, pero su acto de ponerse de pie era un grito silencioso de desafío que resonaba con la propia voluntad de Kerv, un eco de la luz que se negaba a extinguirse, una promesa de que la batalla no había terminado, sino que apenas comenzaba una nueva fase.

Mientras la batalla se desataba, un eco distante de furia y destino, en la inmensidad plateada y etérea del no-espacio, un reino donde el tiempo se curvaba y la conciencia flotaba como una nebulosa de pensamientos puros, Alondra se volvió hacia Alú y Kervain. Sus auras, delicados velos de luz danzante, se entrelazaron por un instante, una despedida silenciosa cargada de la historia compartida, de la carga de la esperanza que habían llevado juntos, de los sacrificios hechos y las lecciones aprendidas a lo largo de eones de existencia. No hubo necesidad de palabras audibles; la comunicación se tejía en la urdimbre de sus esencias, en el lenguaje primordial de las almas, un entendimiento que iba más allá de la forma.




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