Capítulo 82: El precio de la traición

El salón del hotel Carlton brillaba con la opulencia de los pactos silenciosos. Candelabros de cristal, violines en vivo, sonrisas falsas y trajes a medida. Pero Camila no estaba ahí para brindar. Estaba ahí para cazar.

Entre copas de champán y aplausos educados, se anunciaba la alianza empresarial del año. Todo parecía perfecto… hasta que subió al escenario Valeria Gómez, la nueva cara del Grupo Avalon.

—Gracias por confiar en nuestro liderazgo femenino —dijo, con una sonrisa dirigida a la prensa, pero con una mirada clavada en Camila.

Camila entrecerró los ojos. No era coincidencia. Valeria había sido su asistente. Su sombra silenciosa. Su aprendiz. Y ahora, su usurpadora.

Mateo, a su lado, murmuró:

—¿Esa no era…?

—Sí. Y hoy acaba de firmar con mis enemigos.

La sangre le hervía, pero su rostro era hielo. Camila aplaudió con cortesía, luego se dirigió a la salida. No haría un escándalo. No aún. El juego se juega mejor cuando nadie sabe que ya moviste las piezas.

Horas más tarde, en la privacidad de su penthouse, Camila desplegó una carpeta con contratos, grabaciones, y correos electrónicos. Todo documentado. Todo legal.

—¿Estás segura de hacer esto público? —preguntó Mateo.

—Valeria quiere jugar con fuego. Vamos a ver si puede sobrevivir a la tormenta.

Dos días después, un video se filtró en redes sociales: Valeria admitiendo, en una llamada, haber vendido secretos comerciales a la competencia mientras trabajaba para Camila. Las redes explotaron. Las acciones del Grupo Avalon cayeron un 16% en una hora.

En la conferencia de prensa que siguió, Camila apareció serena, vestida de blanco puro, con una sola frase:

—Mi silencio no era debilidad. Era elegancia.

Valeria, destituida y desprestigiada, salió llorando por la puerta trasera de la bolsa de valores, acosada por cámaras y gritos. Había querido ser reina… y no había entendido que el trono no se hereda. Se conquista.

Esa noche, Camila miró la ciudad desde su balcón. No celebraba. Solo respiraba.

Porque la traición no se castiga con rabia.

Se castiga con verdad.