¿el mejor sabor de helado? Tú (tqst Libro #3)

El anillo perfecto

 

 

—No puedo creer que nos haya vuelto a pasar —dijo mientras ob- servaba con fascinación el enorme letrero que les daba la bienvenida a Portugal.

—¡Lo sabía! —exclamó Ann con alegría en el asiento trasero—. Dan conduciendo y Matt de copiloto es igual a visitar Portugal o Francia.

—O Andorra, una vez acabamos en Andorra, ¿recuerdas? —habló Nora levantando la mirada del libro para sonreír con diversión; Ann asintió con emoción y las dos lo miraron con burla.

No era su culpa.

¡Solo se perdían cuando Dan conducía! Estaba clarísimo que el de- sastre al volante era él.

—Íbamos a una joyería que estaba a media hora y teníamos un GPS, ¿cómo acabamos en Portugal? Esto es surrealista —se quejó Triz mientras él repasaba mentalmente el recorrido, sinceramente tampoco comprendía cómo fue que acabaron allí.

—La verdad es que este era mi plan desde el principio —anunció Dan, que había detenido el coche en el arcén en cuanto vieron el cartel que les anunciaba que estaban llegando al país vecino.

Los cuatro ocupantes le lanzaron una mirada escéptica a Dan, que se cruzó de brazos ofendido.

—Podría haberlo sido —habló Dan irritado.

—Tenía que haber conducido yo —indicó Triz ignorando a Dan.

—Entonces estaríamos en la cárcel —murmuró en voz baja hacien- do que Dan riese, y por suerte Triz pareció no escucharlo.

 

—Me voy a hacer una foto en el cartel. —Ann salió del coche y caminó hasta el cartel, donde comenzó a hacerse selfies.

—¿Y ahora qué? —preguntó Nora.

—Bueno, ya que llegamos hasta aquí, digo yo que en Portugal ha- brá joyerías —propuso Dan, que se había quitado el cinturón de segu- ridad para poder voltear hacia atrás y hablar con Nora y Triz—. ¿Qué os parece?

—Por mí está bien —respondió Nora encogiéndose de hombros.

—A mí mientras tenga la exclusiva, me da igual dónde compres el anillo —contestó Triz levantando los pulgares con ánimo; Dan lo miró y él se encogió de hombros.

Ya que estaban allí, qué importaba si seguían un poco más en busca de una joyería.

Lo importante era el anillo y lo que significaba, el lugar donde se comprase importaba poco.

—Mira, Matt, lo que encontré —canturreó Ann entrando en el coche y tendiéndole un periódico, cuando lo examinó se dio cuenta de que era el ejemplar de hace más de un mes en el que se le buscaba novia o lo que surgiese—. ¡Mi anuncio llegó hasta Portugal, soy genial!

—¿Es mi periódico? —preguntó Triz con emoción metiéndose por el hueco entre asientos para echar un vistazo al periódico que soste- nía—. ¡Noticias Tatata-chán traspasa fronteras!

—Genial —murmuró doblando el periódico para guardarlo en la guantera, pero Triz le dio un manotazo y se lo arrebató.

—Ann, échame una foto con el periódico frente al letrero, le en- viaré la foto a Gutiérrez, él que decía que era una fracasada, va a tragarse todas sus palabras, ¡mi periódico llega a Portugal! —dijo Triz saliendo a toda prisa del coche mientras Ann la seguía, una vez fuera ambas se colocaron al lado del cartel y comenzaron una sesión de fotos.

Una vez que terminaron Triz regresó al coche con intenciones de conducir, pero tanto Dan como él se negaron y lograron convencerla de que si conducía le estaría poniendo los cuernos a su coche, por lo que ella asintió y se sentó tranquilamente en la parte trasera.

 

—Y hablando de tu coche, ¿por qué estaba aparcado en el parque Lorca? —preguntó Ann entrando y sentándose, por lo que Dan puso el coche en marcha y se incorporó a la carretera.

—Los mecánicos dijeron que podía llevármelo —contó Triz, él vol- teó y la examinó.

—Es imposible que en tres días lo reparasen todo, ¿qué les hiciste?

—preguntó serio.

—Nada —dijo Triz demasiado rápido.

—Triz —dijo entre dientes.

—Yo no tengo culpa de que uno de los mecánicos sea un infiel,

¿vale? Si no se la estuviera pegando a su mujer no lo hubiera chan- tajeado con publicar su romance en el periódico —explicó Triz con inocencia, pero él la miró enojado.

—Tu coche debería estar en el taller, esa cosa no es segura.

—No seas melodramático, mi coche es tan seguro como cualquier otro —protestó Triz moviendo la mano derecha en el aire.

—Tu coche casi arde dos veces por combustión espontánea —recor- dó haciendo que Triz abriese la boca con horror.

—¿Dos veces? ¿Cómo que dos veces? —preguntó la peliblanca, es- candalizada.

—Cuando íbamos a llevarlo al taller empezó a salir humo de los asientos traseros, fue muy raro —contó Ann con una mezcla de asom- bro y diversión.

—Suerte que Matt sacó rápidamente el extintor del maletero —in- dicó Nora, por lo que Triz lo miró mal.

—¿Volviste a violar a mi coche?

—Yes —afirmó con entusiasmo, luego miró a Triz a los ojos—.

Y volvería a hacerlo.

Triz lo miró mal durante unos segundos y él se rio con fuerza.

Era bastante divertido verla tan indignada por tocar su coche.

—Gira ahora a la izquierda —habló Nora tocando el hombro de Dan.

—Recibido —dijo Dan girando en la calle que Nora le indicaba.

—José puso una carita enfadada y dice que él es el único que puede secuestrar a Nora —contó Ann mirando el móvil.

 

—¿Enviaste las fotos al grupo de WhatsApp? —Ann asintió con energía antes de mirar de nuevo el móvil.

—Dafne quiere dulces, Evan está ofendido porque vinimos sin él y Bel… ¿cómo puede escribir tanto como habla? —preguntó Ann ha- ciéndolos sonreír a todos.

—Vuelve a girar —indicó Nora.

—¿Desde cuándo conoces el camino a una joyería en Portugal?

—preguntó Dan a Nora, pero ella se limitó a señalar el GPS—. Espera, yo no he metido ninguna dirección.

—Lo hice yo desde mi móvil —dijo Triz levantando la mano con emoción—. A la vuelta vamos nosotras delante, quiero dormir en mi cama, no en un albergue en mitad de la nada.



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En el texto hay: humor, locura, amistad

Editado: 14.05.2020

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