¿el mejor sabor de helado? Tú (tqst Libro #3)

Tiempo de espionaje

 

 

Matt

¿Cómo fue que acabó aquí? ¡Ah, sí! Estaba ahí porque Ann le había robado su ordenador portátil y amenazaba con tirarlo por el balcón como no se sentase en su diván para que ella pudiese hacerle un análisis psicológico.

—¿Qué ves en esta imagen? —preguntó Ann enseñándole una tar- jeta de color blanco con una mancha negra.

—Una mancha —contestó con desgana, Ann asintió y le enseñó otra tarjeta.

—¿Y aquí?

—Otra mancha. —Ann le enseñó otra tarjeta y él rio antes de con- testar—. En esta veo a mi hermana pequeña durmiendo con la cara llena de nata.

—¿Qué? —gritó Ann volteando la tarjeta hacia ella, su hermana frunció el ceño antes de romper la imagen por la mitad—. No volveré a prestarle las tarjetas a Dafne nunca más. Será mejor que revise el resto por si ha colado más fotos mías.

—¿Eso quiere decir que puedo irme? —preguntó esperanzado.

—No, aún no ha terminado nuestra sesión —indicó Ann sin dejar de revisar las tarjetas, él resopló y se removió en el diván con disgusto. Luego miró a Ann, que rompía un par de fotos más, y tuvo que con- cederle que al menos en cuestión de vestuario se metía en el papel de psicóloga. Usaba unos pantalones negros, una camisa de vestir de color blanco y llevaba el pelo recogido en una coleta alta—. ¿Sigues teniendo pesadillas?

 

—No. —Ann entrecerró los ojos y lo miró fijamente—. Bueno, no muchas.

Ann asintió contenta y garabateó en su libreta antes de volver a mirarlo.

—¿Y a qué crees que se debe eso? —preguntó Ann mirándolo con interés—. ¿Te ha pasado algo últimamente que te haya servido de dis- tracción?

—Sí, la rubia esa que nos encontramos hace unos días… ¿Tania?

Miró a la puerta y encontró a Dan allí comiendo palomitas de un gigantesco bol que tenía en las manos.

—¿Ya la has llamado? —se interesó su amigo y él negó con la cabeza.

—Aún no —contestó sin entender por qué Ann parecía querer gol- pearlos a ambos—. ¿Qué te trae por aquí?

—Me dijo que si venía a una sesión terapéutica hipnotizaría a Sonia para que me levantase el castigo —contó Dan señalando a Ann, luego suspiró y metió la mano en el gigantesco bol—. ¿Te puedes creer que ayer cuando fui a verla a la pizzería me llevó al baño solo para enseñar- me que llevaba puesto el sujetador de encaje rojo que tanto me gusta?

¡Eso es tortura!

Se echó a reír y Ann puso los ojos en blanco.

—Yo así no puedo vivir —se quejó Dan antes de meterse un puña- do de palomitas en la boca—. No hago sino darme duchas de agua fría, a este ritmo cogeré una pulmonía.

Ann y él rieron y Dan lo miró con interés.

—¿Por qué dice Triz que estás celoso? —Puso los ojos en blanco y Ann se rio con más fuerza.

—No estoy celoso, estoy preocupado —negó en rotundo y Ann rio más fuerte—. Ese tío me amenazó y me dijo que me alejara de ella.

—¿Eso fue antes o después de que contratases a Kyle para que lo envenenase? —preguntó Dan, y Ann dejó de reír para fulminarlo con la mirada.

—Eso no importa —indicó agitando la mano con despreocupa- ción—. Lo importante es que es un peligroso acosador y…

 

—Ser su admirador secreto no lo convierte en un peligroso acosa- dor —recordó su hermana, negando divertida—. Pero te daré la razón en algo, Pablo no es para ella, es demasiado serio y aburrido.

—Dilo bien, es un soso —indicó Dan con seguridad—. No me extraña que Dafne quisiera darle una descarga eléctrica para ver si así le daba energía; casi me duermo escuchándolo hablar sobre… espera, sí que me dormí, Evan tuvo que darme un codazo.

—Y hablando de Dafne, me acaba de enviar un mensaje en el   que dice que Triz está huyendo de Sonia por las escaleras de incendio

—contó Ann apartando la mirada del móvil, los tres se miraron y corrieron hacia la puerta.

Eso era algo que no iban a perderse.

Cuando llegaron a la calle se dirigieron al edificio amarillo don-  de vivía Triz, allí se encontraron con Dafne, Nora, Kyle, Diego y los gemelos.

Ann, al ver a Kyle, corrió hacia él y lo saludó con timidez mientras Dafne fingía que vomitaba. Por su parte, él y Dan se acercaron a Nora.

—¿Por qué la persigue? —preguntó a Nora antes de mirar hacia arriba y ver cómo Triz bajaba por las escaleras metálicas a toda prisa seguida de una furiosa Sonia.

—Por su culpa —dijo Nora mirando a Dan—. Lleva unos cuantos días paranoica pensando que Dan la ha engañado y piensa que Triz sabe algo.

—¡¿Le has puesto los cuernos a Sonia?! —exclamó Miguel con in- dignación, y Mario miró a Dan con decepción.

—Yo no le he puesto los cuernos —negó Dan, pero los gemelos se alejaron un paso de él mirándolo con desilusión—. ¡Que no lo hice!

—¿Entonces por qué te portas bien con ella últimamente? —curio- seó Mario.

—Porque quiere pedirle que se case con él —respondió Diego, y los gemelos abrieron la boca con asombro. Dan miró hacia él y Diego señaló a las escaleras metálicas—. Se le escapó el otro día a Triz.

—¿Es que se muere si guarda un secreto o qué? —preguntó Dan en voz alta con enfado.

 

—Es una posibilidad que no descarto —dijo con burla, pero su amigo lo miró mal.

—¿Quién más lo sabe? —preguntó Dan a Diego.

—Nayra y Lydia, son las que estaban conmigo cuando a Triz se le escapó; pero nos hizo jurarle que no se lo diríamos a nadie —indicó Diego, Dan asintió complacido y luego miró a los gemelos.

—¿Qué nos das para que no digamos nada? —preguntó Mario cru- zándose de brazos con soberbia hasta que Nora lo miró y enarcó una ceja—. Quería decir, tu secreto está a salvo con nosotros. Somos una tumba.

—Oye, oye… Triz está perdida. —Al escuchar la afirmación de Dafne volvió a mirar hacia el edificio para ver cómo la peliblanca pelea- ba con el último tramo de escalera, que era el que ella tenía que soltar para poder llegar al suelo.



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En el texto hay: humor, locura, amistad

Editado: 14.05.2020

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