Timothy James contemplaba con minuciosidad los matices de la naturaleza. Este se hallaba sentado en un tronco de Tilo Americano, que tenía cuatro años de haber sido cortado y ubicado por él mismo a un metro hacia el lado izquierdo del umbral..
No sentía ninguna incomodidad. Podía estar horas sin tan siquiera moverse, porque le reconfortaba todo su entorno. Miraba cómo los pajarillos batían sus alas y reconstruían de a poco sus nidos destruidos por el viento solano. También se regocijaba al observar cómo las ardillas sacudían los nogales hasta atiborrarse de casi todos sus frutos. Se deleitaba de cómo la luz solar iluminaba los árboles siendo aquello una de las causantes principales de la tan adecuada fotosíntesis, teoría que recordaba a su maestra en la época cuando era un mozalbete, con tan solo quince años de edad.
Por aquello navegó dentro de sus pensamientos con lujo de detalles, no pudiendo olvidar las enseñanzas de su maestra que fueron llenas de tanta paciencia, porque, cuando él no logró entender algo, le explicó las veces necesarias con una serenidad inolvidable.
Rememoró su hilarante sonrisa, que se plasmó en su consciencia, porque la tolerancia de ella fue igual con cada alumno, sin hacer ninguna clase de distinción, color de piel o raza. Le costaba olvidar a Chelsea. Estaba enamorado de su dulce mirada; sus ademanes torpes lo delataban, aunque esos pensamientos de un joven inmaduro eran muy comprensibles.
Esta hermosa mujer tenía el pelo rojizo que le llegaba a su cintura, de baja estatura con una piel caucásica y ojos verdes claros. Daba a relucir unos lentes pequeños y cuadrados que combinaban con la simetría de su rostro delgado. Impartía clases en Inglaterra.
Lo que más llenaba de sorpresa a Timothy era que poseía una enorme sonrisa a pesar de cualquier adversidad.
En aquella época, una ingrata noticia llegó a la vida de su profesora sin previo aviso: su madre había fallecido de un infarto. Ella se encontraba dando clases cuando el director le dio la terrible noticia. Mediante un soslayo tenue, observó a todos sus estudiantes, pero no volteó a ver, ni por curiosidad, hacia donde se encontraba el director.
-Tengo que continuar enseñando. Dijo.
-Está bien. Entonces termine con su clase y luego va a mi oficina para hablar de este asunto. Recalcó el director.
Chelsea asintió sin decir palabra alguna, no se inmutó, ni se llenaron de lágrimas las cuencas de sus ojos; no obstante su rostro demarcaba una tristeza innegable.
Aun así, para Timothy era fascinante porque pensó que la maestra tenía la fuerza de un súper humano o que parecía que nada ni nadie podía hacerla desfallecer. Siguió impartiendo sus clases. Luego, cuando sonó el timbre de salida, antes de partir rumbo al velatorio de su madre, recogió sus cosas mientras musitó unas palabras que decían:
«Dios, dame fuerzas, te lo pido».
Aquellas palabras que dijo ella, el joven enamoradizo las pudo discernir porque leyó la comisura de sus labios, ya que nunca le quitaba la mirada cuando esta le impartía conocimientos de estudio.
Sucedió que, al día siguiente, otro maestro llegó a reemplazarla. Este, a diferencia de Chelsea, parecía a cada instante andar enojado. De aquel maestro, ningún estudiante aprendió algo, porque sus enseñanzas eran bastantes inextricables. Era un gordo enano y calvo con barba descuidada, todo esto añadido a un terrible mal genio. Por aquello, Timothy ni siquiera recordó su nombre cuando este lo anunció a todos en la clase. Casi a nadie le interesaba su existencia, porque aquel ser parecía insignificante; si pudiera tener identificación, su apelativo sería algo así «como maestro don cerdo apestoso».
Tres días después, llegó Chelsea. Esta tenía principios religiosos de la cristiandad, pero no enseñaba acerca de su creencia en clases, ya que se lo tenía prohibido el director de la institución.
Timothy sentía un cariño muy especial por esta docente. La apreciaba por sus valores no cotidianos que impartía. En cambio no tenía tanto aprecio a otros educadores que no les gustaba salirse fuera de contexto. Chelsea, sin embargo, parecía ser perfecta. Esta miró al joven Timothy de ojos azules y le preguntó:
-¿Qué quieres ser cuando seas mayor de edad?
-Quiero ser médico. Respondió.
-Chelsea se acercó.
-No quiero hundir tus metas.... Dijo ella. Muchos en esta clase querrán ser médicos y otros querrán ser policías. Tendrán sueños al igual que tú, pero, cuando crezcan, puede ser que menos de la mitad de esta clase logren cumplir sus sueños o quizás no suceda eso, pero todo depende de ustedes mismos, solo el tiempo lo dirá. Pero para romper esa barrera hay que obtener una cosa -anotó con su tiza en la pizarra la palabra perseverancia-. Grábense esta palabra en sus mentes para que nunca se salga de allí cuando intenten y quieran progresar en su mayoría de edad.
Los estudiantes asintieron a las palabras de Chelsea, a lo que ella continuó:
Los que quieren ser policías, perseveren para subir de rango y ganen más dinero, y los que quieren ser médicos, luchen por ser siempre los mejores.
- Chelsea prosiguió con su explicación.
Todos los anhelos que yo quería a mi muy corta edad no se ejecutaron en mi vida de adulto, pero eso no quiere decir que, si se ha atrasado mi progreso, no voy a lograr mi éxito. Aún soy muy joven, por ello lucharé por sacar mi vida adelante y ejecutaré mis ideas lo más pronto posible, solo necesito algo de tiempo para poder seguir llenándome de ideas.
»Todos deberían de perseverar y perseguir sus sueños. Estudiar es bueno, pero ninguna institución les va a enseñar cómo hacer dinero. Recordemos que los títulos universitarios son costosos. Además, nada garantiza que cuando al fin logren graduarse, conseguirán el trabajo ansiado.
Entonces, puedo asegurarles que solo las personas bizarras triunfarán en la vida.
Los cobardes sin conocimiento no tendrán oportunidad alguna.
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Editado: 17.11.2024