¿Él merecía morir?

Vicio

Cristian

En la punta de un cuchillo se encontraba mi existencia, todo lo que he vivido estaba por quedar en las manos de una persona que desconozco, ni siquiera pude ver la cara de quien intentó matarme, y peor aún, esa no era mi batalla.

Vivir un momento en que piensas que vas a morir es... muy confuso. Sentir tus parpados pesados y adormecidos, poco a poco ir perdiendo las fuerzas y que tus brazos dejen de responder, al igual que el resto de tus extremidades. Sentir el desasosiego en lo más profundo de tu pecho y el pensamiento atiborrado de ideas, pensar que estas desapareciendo, ¿estás por dejar de existir? Tan de la nada que da risa, tan... sin gracia.

No vas a poder saber el fin de está historia, si dejas de existir no hay segunda oportunidad o un lente de modo espectador cómo un videojuego, se ha acabado tu historia, tu vida se fue en un chispazo y te habrás hundido en la soledad de la ignorancia, no quedará nada de lo que fuiste y tú conciencia queda condenada a desaparecer en la nada más absoluta.

No todo mundo tiene la oportunidad de volver a abrir sus ojos. Cuando tu fuerza se agota y la vida se desploma en un segundo, una muerte sumamente absurda e irrelevante, una irracional manera de acabar una vida de años es con algo aburrido.

Siento un dolor intenso en la boca; cómo si me hubiera rasgado los cachetes, además de jadear con la garganta seca. Con pesadez abro los ojos y cómo si un yunque me aplastase el pecho hago el intento de hacer ruido, pero la voz se ve atrapada en mi garganta y sólo me queda un rasgado ardor. 

—Veo que ya despertaste dormilón; te traje agua. Le puse hielo, ojalá no te moleste— Dice Casandra, atravesando la puerta de la cocina y colocando el vaso de cristal en la mesita de centro.

No había percibido el espacio en donde me encuentro, la luz deslumbra demasiado, pero el color vino de las paredes es inconfundible; los arreglos costosos de mármol y grafito, la luz natural que dejan pasar los ventanales diáfanos. Tienen hasta una chimenea, creí que sólo existían en las películas, pero no, resulta que hasta suelen encenderla cuando hace frío. Sobre de está también hay una gran cantidad de retratos. 

Me doy cuenta que estoy en un sillón, uno de color plata opaco. Es tan raro que apenas hoy puse atención en el color, generalmente están atiborrados de papeles y otras cosas interesantes captan mi atención. 

Me reincorporo y trato de pensar, la cabeza me duele, no puedo recordar nada. Ni él como llegue aquí.

—¿Y mi ropa? — Pregunto con voz cortada. Cuando salí de acá anoche recuerdo llevar una sudadera (que deje en casa de Diantha) y pantalones. En cambio, ahora sólo unos pants feos y grises, ni quiera estoy seguro que sean de chico. Además de vendas en la zona del pecho y en el brazo. 

—Ah sí eso. La tiré a la basura, perdona. Estaba llena de sangre y es peligroso andar por allí con ropa ensangrentada— Ríe. —Ya vez cómo es la sociedad, ven a alguien con ropa ensangrentada y automáticamente piensan que es un asesino—

A pesar de su carcajada a mí no me causa gracia. Era de mis conjuntos más decentes.

—Y sé que te lo preguntas y no— ríe — yo no te tuve que desnudar; hoy vino Ramona, la mujer del aseo, y fue muy amable de su parte al ofrecer su ayuda. Resulta que ella también es enfermera, pero la despidieron por un problema con el alcohol y reventar una botella en la cabeza del director del hospital, por alguna razón sólo estuvo 1 año en el reclusorio de mujeres, ¿Qué cosas, no crees? — Relata.

No sé si sentirme aliviado porque Cass no allá tenido que hacerlo, o sentirme desconcertado porque la exconvicta Ramona me haya visto desnudo.

—En fin, la sociedad— Respondo haciendo referencia a su otro chiste. Sigue sin darme gracia, pero aligera el ambiente. 

Necesito preguntar por Elisa, debo saber que paso con ella y si está igual de bien que yo (con vida)

Hago fuerza con las rodillas y me inclino hacia el vaso con agua fría que Casandra me ofrece, un impoluto vaso de cristal. De un sorbo me lo termino y lo deposito sobre mesa, siento como me refrescan los pulmones, a pesar que me raspe al tragar hago una seña de que por favor me traiga más.

—No hay problema— Expresa mientras llena el vaso de nuevo de un termo metálico que ella siempre guarda. Esta vez vuelvo a tomar, pero sólo hasta la mitad, y lo dejo de nuevo.

—¿No me vas a contar? — Indago. No recuerdo nada de como llegue hasta aquí, lo último que permanece en mi memoria es cuando estuve en casa de Diantha, no me sentía para nada bien, recuerdo sangrar y desmayarme; después de ver la sangre en mi playera me desplomé en el piso, unos cristales me cortaron la espalda, pude sentirlo. Observé los pies del asesino correr tras de ella cuando estaba por perder yo la conciencia, definitivamente es un hombre. Luego de que todo se oscureciera yo desperté aquí —¿Qué es lo que me pasó? ¿Dónde está ella?— cuestiono.

Ella con suma tranquilidad me responde.

—Relájate, no era nada grave— Me mira fijamente — Estas perfectamente bien, no creo que necesites un médico. En cambio, de Diantha no se sabe nada, ni yo, ni los medios. Está desaparecida—Explica con todo el sosiego del planeta. —Aunque no desaparecida en si todavía, generalmente deben de transcurrir 48 horas antes de decir eso, pero viéndote a ti, estoy segura que no va a aparecer de la noche a la mañana—

No se mide en lo que me dice, siempre es sincera y adoro eso de su personalidad. Pero no es lo que mi corazón quería escuchar, aprieto mis ojos y siento como se llenan de lágrimas que desentiendo, "48 horas" eso es demasiado tiempo. 

—Pero... ¿Qué hacías tu allí? ¿Por qué estoy yo, aquí ahora? —interrogo. Mezclo palabras una con otra mientras me tallo con recelo los ojos. 

—Mira; cuando los chicos se fueron de mi casa anoche yo vi ciertas actitudes extrañas, no necesariamente de asesino en serie, pero si... cosas extrañas, le llamaremos de esa forma. Ni siquiera me despedí de ellos por pensar en la forma en que Álvaro y Vanessa salieron, la forma en que se miraban, y el cómo percibía que entre esos dos se guardaban secretos. Pero por suerte soy precavida; cuando les mande ese archivo basura que les amenazaba ligeramente con que si no venían a esta ubicación les destrozaría el celular de por vida, aproveche y también les modifique un pequeño añadido, un rastreador, eso es lo que ellos portan en sus bolsillos y bolsos, igual que lo que tú ahora guardas en la guantera del coche y ni te habías enterado de eso— Señala a la ventana y a donde suelo estacionar cada que vengo con ella. 




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