Una semana, hace solo una semana ella caminaba conmigo por los pasillos del hospital, hace solo una semana ella mostraba esa sonrisa tan brillante como una estrella que resplandecía en las noches. Hace solo una semana… Trish estaba viva.
Sentado en una banca de madera pintada de un vacío color gris, contemplaba el cerezo en el centro del patio, ¿cómo era posible que algo tan hermoso estuviera en el centro de un lugar tan melancólico? ¿Cuántas personas habrán visto este hermoso árbol un día y al siguiente ya no? Un pensamiento llegó a mi cabeza, el nombre del hospital, según me dijeron nombrado para recordar lo que nunca había que perder, lo que había que tener para aferrarse a las difíciles situaciones de la vida: esperanza.
—¿Hospital Esperanza? que broma de mal gusto —dije con desdén por lo bajo.
Luego de lo sucedido aquel día en la sala de espera quedé destrozado de nuevo; los primeros días me aferré a la idea de algún milagro, que de repente alguien entrara por la puerta y me dijera que ese día jamás pasó, que todo fue un sueño. Pero no sucedió, ella ya no seguía con nosotros, se había ido y jamás la volvería a ver.
Estos días sentí una tristeza que jamás había experimentado, la sensación de que jamás volverás a ver a alguien con quien hasta hace poco hablaste tan tranquilamente, era indescriptible e irreal. Ese dolor, ese vacío que creía estaba desapareciendo, luego de mi accidente y la pérdida de mi memoria, había vuelto y de la peor forma posible.
El tiempo pasó y yo permanecí en el mismo lugar, trataba de buscar alguna explicación de por qué le había ocurrido esto a ella, de por qué no pudimos hacer nada, de cómo íbamos a superarlo, de como yo lo iba a superar: nada se me ocurría. «Supongo que esta es una de esas cosas que no podemos cambiar y que debemos aprender a vivir con ellas» pensé.
En mi mano sostenía desganado el libro que Susi me había dado, este fue uno de los varios intentos fallidos que tuve para evitar pensar en lo sucedido. Lo que yo creía que sería una distracción o un amortiguador de estos sentimientos terminó siendo todo lo contrario. Mientras lo leía había comenzado a notar ciertas similitudes entre el protagonista y yo, ambos éramos personas desconectadas de los demás (él por su trabajo y yo por mi amnesia), ambos tuvimos un encuentro que puso de cabeza nuestras historias, ambos empezamos a cambiar para mejor, la única diferencia: yo no pude salvar a mi pequeña amiga.
Dejé con desgano el libro sobre la banca, ya no podía seguir viéndolo si recordar los buenos momentos que pasé con Trish, hasta el solo hecho de pensar en ella hacía que una tristeza profunda me invadiera.
—¿Así se siente perder a alguien? —dije susurrando para mí.
Fue en ese momento cuando comprendí que en realidad no era mi primera vez perdiendo a alguien, en el accidente que tuve mis padres debieron haber muerto. Aunque no estaba seguro, pues cada vez que preguntaba por algún familiar Marcus y Susi siempre evitaban el tema; aunque siendo justos, al no poder recordar a mis padres, realmente no puedo sentirme triste por perderlos. Pero con Trish era diferente, tenía muchos recuerdos con ella, muchas experiencias vividas, sentimientos, alegrías y tristezas; muchas cosas que ahora solo existen en mi memoria. Memoria que, dado su historial, no era muy confiable.
No me había percatado, o no quise hacerlo tal vez, que Luna estaba sentada justo al lado mío. Desconocía cuánto tiempo llevaba ahí, pero su presencia me logró sacar de mis pensamientos por un momento.
Ella tenía un semblante triste y desgarrador en su rostro, su respiración era un poco irregular y forzada, como si tratara de evitar llorar; pero a su vez podía discernir entre todas sus emociones negativas un ápice de resignación, como si no fuera su primera vez sintiendo todo eso.
—¿Pudimos haber hecho algo? —preguntó de repente con la voz casi quebrada.
—No lo creo, su enfermedad estaba muy avanzada y… —No podía terminar la frase, era algo muy doloroso.
—Nunca me gustó esta sensación —mencionó mientras se llevaba sus rodillas al pecho y con sus brazos rodeaba sus piernas y ocultaba su cabeza en sus rodillas.
Quedé pensativo unos momentos por su comentario, hablaba como si ya hubiera pasado por esto, como si ya hubiera perdido a alguien. Las dudas no desaparecían de mi cabeza, tenía ganas de preguntarle sobre eso, pero no era el momento ni el lugar para desenterrar memorias tristes del pasado.
—Ni a mí, pero ¿qué crees que ella nos diría si nos viera tan deprimidos? —le dije mientras la miraba tratando de animarla.
—Probablemente se enojaría y nos obligaría a jugar con ella para olvidarnos de la tristeza —contestó mientras, con una triste sonrisa, me miraba a los ojos.
—Exacto, si seguimos en este estado tan deprimente, ella nos regañara —afirmé mientras me recostaba en el respaldo de la banca.
—Tienes razón —dijo mientras bajaba las piernas de la banca y miraba al cielo un poco menos triste que antes.
En realidad, era un poco hipócrita de mi parte intentar animar a Luna a superar la muerte de Trish, cuando yo seguía sin poder hacerlo, pero no quería seguir viéndola en ese estado, y tarde o temprano deberíamos de superarlo y seguir adelante, por ella.
—Pobre jovencito, que cara de tristeza ¿te molestaría que te haga un poco de compañía? —una joven mujer habló detrás mío, al girarme pude reconocerla de inmediato, con su traje gris y pelo negro, Natasha se encontraba parada detrás de mí, con su postura firme y sus brazos detrás de su cuerpo. Una imagen vino a mi mente, la de ella llorando desconsolada en la sala de espera por la noticia del doctor, el contraste de esas dos versiones de ellas que había presenciado eran algo chocante y triste a la vez.
Editado: 04.08.2024