Son las 7:30 a. m. cuando el sol empieza a brillar. No he podido conciliar el sueño después de anoche. Decido vestirme con lo primero que encuentro y salir enseguida del departamento; claramente no me dirijo a mi centro de estudios. Paso por una cafetería para desayunar, aunque, para ser sinceros, no tengo el más mínimo apetito. Sin embargo, he tomado un café para mantenerme despierta. Minutos después, llego a mi destino: la iglesia (la más cercana que he encontrado). Cuando era pequeña, mamá siempre nos llevaba a escuchar la misa. Luego pasaron los años y me alejé. Es decir, aún me considero católica y quiero a Dios, pero siento que no me he esforzado lo suficiente. Vengo aquí con la esperanza de hallar consuelo y esperanza. En la oficina parroquial me contactan con un sacerdote y me piden que lo espere en un salón privado.
—Buenas tardes. ¿Cómo puedo ayudarte? —se dirige a mí pocos segundos después de haber llegado.
—No es un tema simple, pero, por favor, ayúdeme —digo desesperada, mientras él toma asiento frente a mí.
—De acuerdo, hija, aquí estoy para escucharte —dice con paciencia. De algún modo, su voz me tranquiliza.
Tras contarle mi pesar, me ha aconsejado confesarme y hacer la penitencia. Después de eso, me asegura que rezará por mí, otorgándome así su bendición. Se ha ofrecido a acompañarme hasta mi departamento para bendecir el inmueble de la misma manera. Me he comprometido a estar más en gracia para no ser vulnerable de nuevo.
Envío un mensaje a Connor para que me encuentre en la cafetería de la universidad; realmente no iré a clases, solo quiero hablar con él.
—Pensé que no vendrías; no te vi en la asignatura de Contabilidad —dice cuando por fin aparece.
—No, hoy fui a hacer algo más importante y creo que he resuelto uno de mis problemas gracias a tu consejo. Acepta mis disculpas, por favor —me expreso.
—Está bien, las personas nos equivocamos, pero para eso nos tenemos el uno al otro. Así, podemos hallar el camino de regreso. Cadence, recuerda esto: cada cosa que haga o cada palabra que diga siempre será pensando en tu bienestar —advierte.
Acto seguido, me levanto del asiento para darle un abrazo, probablemente el abrazo más profundo de nuestra relación.
Se ha saltado las clases restantes solo para pasar tiempo conmigo, sin hacer nada en particular… Solo él y yo, sentados sobre una banca del parque, observando el hermoso jardín. Aunque en este preciso momento lo tenemos todo, puedo sentir una nostalgia; es lejana, pero aún está ahí, es una parte de mí pensando en perderlo para siempre.