AÑOS DESPUES DE ESE VERANO
—Vaya, no ha cambiado nada este lugar —Grace deja su maleta sobre el sofá.
Miro alrededor y tiene razón, visualmente este lugar sigue siendo casi igual a como era hace años pero la realidad es que todo ha cambiado. La última vez que crucé esta puerta para despedirme del lugar que me regaló mi mejor verano, fue también la última vez que creí en muchas cosas.
—No puedo creer que estoy a punto de casarme —Grace toma mi brazo y lo sacude—. ¿Puedes creerlo? No puedo creerlo.
Le doy una sonrisa y trato de apagar todos esos sentimientos que he estado sintiendo desde que anuncio que iba a casarse. —No puedo creerlo.
Su teléfono suena y me suelta. —Debe ser papá, espero que vengan pronto, estoy tan feliz de pasar un tiempo con toda la familia.
“Toda la familia” eso no es verdad pero ya no le reclamo, dejé de hacerlo hace muchos años.
Grace se mueve a la cocina y yo veo hacia afuera, a través de la puerta de cristal. Solía emocionarme salir de esta casa por las mañanas, porque sabía que lo que encontraría allá afuera sería algo maravilloso.
Alguien.
Miro mi teléfono con el nombre de David y ruedo los ojos, luego me siento mal por hacerlo. No es su culpa, es mi culpa supongo. O es culpa de las circunstancias, quien sabe.
Grace sigue hablando por teléfono así que aprovecho este momento para tomar mi maleta y subir a esa antigua habitación que seguramente nadie ha usado desde ese último verano.
Las escaleras crujen con mis pasos y en la planta de arriba, el sol se cuela por las ventanas de los pasillos. Voy al fondo, tomo el picaporte frio y empujo la puerta. Respiro profundo aspirando ese familiar olor a flores y madera, esta casa siempre ha olido así.
Mi corazón se quiebra al ver ese pequeño espejo recostado en el espejo más grande sobre mi cómoda. Me lo regaló mi abuelo y aunque papá intentó convencerlo que no era necesario porque ya tenía un espejo más grande, yo lo acepté felizmente.
Veo a la ventana con ese pequeño balcón que nunca fue planeado de esa forma pero el diseño de la construcción dejó un espacio que me dejaba salir a sentarme ahí, recostada entre las barras metálicas blancas y la ventana abierta.
Antes era un poco más delgada y más flexible, podía colocarme ahí sin ningún problema, ahora ni siquiera creo que tengo la misma facilidad.
Aun así, abro la ventana y me asomo, moviendo los ojos directamente al mar. Era algo que siempre hacía como un ritual necesario para encontrar paz y calma, o para encontrarlo a él, que siempre estaba ahí.
Hasta que ya no lo estuvo.
Ni yo tampoco.
Bajo la mirada a mis sandalias, sintiéndome estúpida por recordarlo a pesar de todo el tiempo y la distancia, de todo lo que no nos dijimos y nunca haremos. Me siento estúpida pero no puedo evitarlo, hay personas que simplemente no puedes dejarlas fuera de tu corazón.
Estaba por cerrar la ventana cuando muevo los ojos a la playa y veo a alguien, una figura conocida.
Abro mis ojos, sorprendida por lo que puede estar sucediendo ahora mismo, ¿acaso es él?
Entorno los ojos como si eso fuera a ayudarme a ver mejor, intento inclinarme tanto como puedo para comprobar si esto es una mala jugada de mi vista o si realmente está sucediendo.
Esa persona se voltea y ya no puedo ver nada más que su espalda.
Mi corazón golpea con mucha fuerza, tanto que quizás se escucha más que las olas azotándose contra la arena. Aprieto los puños y sin pensar demasiado en lo que estoy haciendo, me alejo de la ventana y salgo de mi habitación.
Creo escuchar a Grace llamándome desde la cocina pero no me detengo, sigo bajando las escaleras hasta llegar a la puerta que empujo con más fuerza de la necesaria, salgo al exterior sin importarme que hoy olvidé aplicarme protector solar y acelero el paso hasta que caminar se vuelve difícil por la arena.
Intento ubicar esa silueta, buscándola como si fuera un fantasma porque quizás lo es. Tal vez, antes mis ojos he visto un ente de mi pasado y estoy persiguiéndolo como si fuera capaz de recuperar el tiempo perdido.
Esta vez, corro.
No he corrido en mucho tiempo, tal vez el mismo tiempo que llevo de pronunciar ese nombre en voz alta. Tal vez, si lo llamo, aparezca como los cuentos infantiles.
Veo una persona, de hombros anchos y cabello rizado, ¿es él?
Está recogiendo algo de la arena y levantando la mano para despedirse de un par de personas, entorno los ojos odiando como el sol me está dificultando mi reconocimiento.
Él toma la tabla de surf y comienza a caminar hacia el otro lado, donde las olas seguramente son mejores.
No.
No puedo permitirle que se vaya sin comprobar lo que deseo que sea cierto, pero si es él, ¿Qué cambiaría? ¿Qué seguiría igual? ¿Nada? ¿Todo?
Él acelera el paso y mis pulmones comienzan a quejarse, es ahora o nunca.
— ¡Marcus! —grito, como no lo he hecho en más tiempo que el de correr.
Y él se detiene.
Y gira.
Mis pies no se detienen hasta que quedan unos metros entre nosotros, él sonríe al principio pero luego, su rostro se transforma.
Es Marcus.
Sin duda es él.
Entorna los ojos, da varios pasos hacia mí soltando la tabla sobre la arena. — ¿Annette?
Tomo aire, pues parece que he estado necesitando ese respiro extra desde la última vez que lo vi.
Y ahí estábamos, Marcus y yo, viéndonos como si fuéramos dos fantasmas.
Marcus da unos pasos para acercarse y yo, lo hago también.
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Editado: 05.03.2025