D O S
Kiran despertó y, al abrir los ojos, se dio cuenta de que estaba en su cama. Su cuerpo se sentía un poco mareado y se preguntó: “¿Cuánto tiempo habré estado durmiendo?” Todo lo que había ocurrido el día anterior parecía tan irreal que pensó que tal vez fue solo una alucinación surgida de un sueño.
— Al menos no fueron esas terribles pesadillas — se dijo intentando domar su cabello alborotado.
En ese instante, una voz femenina que reposaba a su lado se incorporó junto a él. Su cabello lucía un desastre, como si hubiera sido peinado por un viento fuerte. Kiran sintió un ligero sobresalto, pero al reconocerla, una ola de tranquilidad lo envolvió; lo que había vivido no era solo un sueño. Los dos se encontraban tan aturdidos que no se dieron cuenta de que los habían llevado a una habitación matrimonial, donde los sirvientes les cambiaron la ropa por unos camisones.
— ¿Tuviste pesadillas, Kiran? — Ulani, estiraba los brazos y bostezaba — Escuché lo último y decidí despertarme para asegurarme de que estuvieras bien...
Kiran no podía creerse que lo que había ocurrido era real. Sin darse cuenta, notó que Ulani había estado durmiendo con un camisón de tela ligera y un tanto translúcida, dejando poco a la imaginación. Sin pensarlo dos veces, la envolvió en las sábanas, como si la preparara para una transformación, similar a una oruga en su capullo, lista para convertirse en mariposa. Ulani se rió ante su gesto y se dirigió directamente a la ducha.
— La verdad es que la ropa aquí es bastante insinuante, incluso la de dormir — Ulani se envolvía en las sábanas y se encaminaba hacia la bañera— me voy a bañar, a menos que te moleste...
Él negó con la cabeza, su rostro completamente rojo. Ulani cerró la puerta y se dirigió a la ducha, pero de repente, Kiran escuchó un grito aterrador proveniente del interior. Se levantó de la cama de inmediato, sin imaginar lo que iba a encontrar.
Su primera amiga y ahora futura esposa salió disparada de la ducha, gritando a las doncellas. Desde la distancia, se podía ver el vapor del agua caliente. Ella protestaba, afirmando que el agua estaba hirviendo, como si intentaran cocinarla, y exigía que al menos estuviera tibia.
— Es que al señor Kiran le gusta el agua bien caliente —respondió una de las criadas, algo sonrojada, ya que la prometida del príncipe estaba completamente desnuda.
Kiran se quedó paralizado, como una estatua, al ver el cuerpo de su futura esposa tal como los dioses la habían creado. Con su habitual caballerosidad, Kiran le ofreció una de sus batas para que se cubriera, pero ella se negó al principio, argumentando que ya estaba cubierta por otra bata.
— Ulani, en realidad no estás cubierta, estás desnuda —le explicó Kiran, tratando de hablar en un susurro.
Ella se miró y, al darse cuenta de que tenía razón, rápidamente tomó la bata que Kiran le ofrecía. Luego, se acomodó en uno de los sofás cercanos mientras las doncellas se apresuraban a preparar el agua nuevamente.
— Disculpa, es que no estoy acostumbrada a que me limpien o a bañarme con agua tan caliente — explicó Ulani, con un ligero sonrojo en sus mejillas. — Olvida lo que viste... ¿Por qué te bañas con agua hirviendo? ¿No te quema?
Kiran movió la cabeza en señal de negación y respondió que el agua caliente le traía un poco de calma. Sin embargo, en la mente de Ulani, surgieron pensamientos oscuros. Tal vez era una forma de tortura infligida por unos padres que lo despreciaban, al igual que el trato y la comida que le ofrecían.
El rencor de Ulani hacia ellos iba en aumento. En ese instante, las criadas anunciaron que el agua ya estaba lista. Ella se apresuró a bañarse, ya que ese ritual la relajaba y le permitía pensar con claridad. Recordó que su llegada a este lugar había sido forzada por la jefa de una de las mujeres que la crió; no tuvo otra opción que aceptar.
Cuando bailó para Kiran, lo reconoció, pero en su mente, él seguía siendo un prisionero de aquel lugar, y jamás imaginó que era un príncipe.
Sin embargo, su perspectiva había cambiado. Ahora estaba convencida de que en ese castillo había alguien responsable de la muerte de su madre. Había intentado entrar en varias ocasiones para trabajar como criada, pero una figura en particular siempre le había negado el acceso. Ahora que Kiran la había elegido como su esposa, tenía la oportunidad de enfrentar no solo a esa persona, sino también al sistema que la respaldaba. Era como si todo encajara a la perfección.
“Aun así, Kiran no busca venganza. Lo entiendo; él todavía guarda la pureza en su corazón”, pensaba. Las criadas peinaban su cabello y la bañaban con aguas de rosas y aceites esenciales. En un momento, recordó cómo Kiran se había quedado dormido a su lado, y de pronto, una inquietud comenzó a surgir en su mente.
— Señoritas, ¿alguien nos trajo a esta habitación? — preguntó Ulani de repente a las mujeres que la rodeaban.
Ellas asintieron, confirmando que, por orden de la reina, habían sido las encargadas de llevar a Ulani junto al príncipe a la habitación y ayudarles a cambiarse. Esto aumentó la vergüenza de Ulani, quien escondió su rostro en el agua de la bañera. Al finalizar, optó por vestirse con su propia ropa, a pesar de que las doncellas le ofrecían hermosos vestidos; todavía no se sentía lista para usarlos. Una vez que terminó, las doncellas comenzaron a calentar agua y se retiraron del lugar.
“¿Qué extraño? Se supone que deberían atender al príncipe”, pensó Ulani, confusa ante las normas de este nuevo mundo, aunque tenía claro lo básico. Justo cuando ella salía vestida, Kiran entró a la ducha envuelto en una bata negra con detalles dorados. Ulani decidió no hacerle ninguna pregunta y salió sin más.
Se sentó en la cama por un tiempo, sumida en sus pensamientos. No se consideraba una dama refinada; su cuerpo mostraba las cicatrices de la esclavitud y su nutrición había sido escasa, lo que la hacía sentir profundamente triste. Sin embargo, sabía que era la vida que le había tocado vivir.