El Monarca Tirano Y La Princesa

Noche Cautiva

Érase una vez en un lejano reino; existió alguna vez un rey apodado el monarca tirano, pero aun con el paso del tiempo su gran fama no se ha podido extinguir, siendo el origen de su nombre la obsesión por las hermosas princesas de todos los reinos vecinos o lejanos.

No importase de qué país lejano, o de que pequeño reino fuera, la hermosa mujer de noble cuna, el rey tirano, siempre tendría que poseerla, aun si eso significase invadir los reinos y declararles la guerra, porque, así como su fama de pervertido lo procedía, así mismo lo hacían sus logros en el campo de batalla, no por nada alguna vez llegó a poseer al ejército de soldados más temidos y peligrosos del mundo, que solo el escuchar su nombre hacía a los monarcas temblar. Razón por la que ninguno, se atrevía a ir, contra los deseos rey tirano, hasta aquel día que un monarca de un pequeño reino; se impuso a sus deseos, negándose a entregar a su hermosa hija, de cabellos dorados como el oro, piel suave como la porcelana, ojos azules como el zafiro y labios rojo como las rosas para que fuera añadida, a su harén.

Todos los consejeros reales trataron de convencer al monarca de que entregase a su hija e incluso fueron a hablar, con el príncipe heredero buscando apoyo; pero tal como sucedió con el rey, sus palabras no fueron escuchadas; algunos consejeros se hicieron a un lado, desanimados, mientras otros volvieron ante el rey y trataron de hacerlo entrar en razón usando todos los argumentos válidos, que pudieron pensar, pero el monarca se negaba a escucharlos y la sangre de aquellos nobles que se, atrevieron a contradecirlo o intentaron imponerse sobre su decisión fue derramada.

Aquella noticia muy pronto llegó al reino del monarca tirano, que al escuchar tal hazaña solo se sintió más intrigado, por la belleza de la princesa; porque solo en sus inicios en el campo de batalla, antes de obtener sus logros y popularidad, los monarcas de otros reinos se atrevían a ir contra sus deseos. Suceso que en el presente no ocurría, porque solo era que corriese el rumor de que el monarca tirano deseaba a la princesa de algún reino, cuando ésta ya se encontraba siendo entregada a la puerta de su castillo. Por eso, al oír la vehemencia de aquel rey, su deseo por poseer a aquella princesa creció más, pero como no quería mover un solo caballo, para contraatacar, un pequeño reino, que aún estaba en crecimiento y que recientemente, habría pasado por una plaga, ingenió un plan para los consejeros restantes, del país rival…

Todos los consejeros imperiales, al mirar la rama de olivo, que el rey tirano les ofreció, la aceptaron. Falsificaron una nota en secreto, que imitaba la letra de la princesa, quien en sus escritos dejaba al descubierto su voluntad y deseo de entregarse al monarca tirano, para proteger a todos en el reino y evitar el derramamiento de sangre inocente por su causa.

Las palabras escritas fueron tan elocuentes como devotas, que cuando la carta llegó a las manos del rey y el príncipe heredero, estos no hicieron nada más que llorar amargamente, y caer bajo una profunda tristeza, sin ser conscientes que todo había sido un engaño de sus consejeros, quienes habían conspirado con el monarca tirano, para que la princesa ingresara a su país, y el reino de ellos se salvase.

La princesa estaba tan asustada que en el camino no hizo otra cosa más que llorar, mientras escuchaba a medida que su viaje avanzaba, las razones por las que habría sido secuestrada o más bien traicionada por sus cortesanos.

La princesa siempre había vivido con restricción del mundo exterior, por lo que nunca se enteraba de los acontecimientos grandes o pequeños alrededor de su reino o cualquier otro, por lo que siempre habría estado ignorante; por eso, al saber que todos sus males habrían ocurrido por su belleza, lloró amargamente y deseo haber nacido deforme, porque se había dado cuenta de que si su apariencia física fuese horrenda, su pequeño país, sin una real fuerza militar, nunca habría entrado en conflicto, con un reino que estaba por encima de todos.

La princesa, después de mucho llorar y desahogar sus penas, limpió sus lágrimas, utilizó toda su fuerza de voluntad para tranquilizarse, y cuando se encontró con la mente suficientemente serena, se las ingenió para pensar un plan, tanto para escapar de las manos del monarca tirano, como para salvar a su reino. Y para ello usaría su belleza, porque nadie más, aparte de la doncella que la acompañaba, conocía su apariencia.

Ya tranquila y con ánimos de lucha, hizo que su doncella le consiguiera tinta negra, con la cual pintaría sus dientes, que pasaron de ser blancos a un aspecto podrido. Luego siguió con sus cejas que parecían que fueron dibujadas por un pintor; las volvió pobladas y un poco más gruesas, causando que sus hermosos rasgos delicados desaparecieran; y por último mandó a su sirvienta a conseguir uvas negras; restregó el jugo de aquel fruto contra sus pómulos y labios, provocando que en pocos segundos estos se hinchasen; perdiendo así por completo sus hechizantes rasgos faciales. Cuando se miró al espejo, se sintió satisfecha.

La sirvienta lloró, por la princesa, al ver cómo había pasado de ser la hermosa hija de los cielos a convertirse en un plebeyo de la clase más baja y marginada.

La princesa le dijo con un tono suave, lleno de consuelo:

—No llores por mí, sino que alégrate, porque si mi plan resulta, el rey tirano me dejará libre en cuanto me vea, y la sangre de nuestro pequeño reino, no se derramará.

La sirvienta sollozó aún más fuerte, pero esta vez de temor, y con voz angustiada y rota dijo:



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En el texto hay: romance, princesa reinos

Editado: 28.10.2024

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