El monstruo del bosque

La niña y el lobo

La pequeña niña corrió por el bosque, asustada y llorosa gritó por su madre; implorando perdón al monstruo lejano que siguiéndola venia.

Entre las sombras unos ojos grises observaban a la niña en la lejanía. El monstruo pensaba "¿Que le habré hecho a la niña? Solo quiero jugar, quiero compañía."

La niña grito nuevamente, esta vez de jubilo. Habia encontrado el sendero que la guiaba al pueblo. Con lo poco que  sus cortas y lastimadas piernas pudieron, acelero el paso, y continuo corriendo. Con ilusión y esperanza diviso el comienzo del pequeño caserío que conformaba su aldea. Esta misma se veía pequeña desde el principio del bosque el cual se iba encendiendo, bañando su espalda con rayos solares.

Su pie diminuto dio un paso más, pero unas manos la tomaron de atrás. Manos grandes apretaban su cuerpo levemente, arrastrándola nuevamente, al corazón del bosque. Quería gritar, pero solo atino a llorar. Llorar porque no vería más a su mamá, llorar porque el monstruo la iba a devorar.

El mounstro la llevo a su hogar, esperando poder jugar con la niña de trenzas rubias y roja capucha. La dueña de la capucha se retorcía sin parar, queriendo escapar. Una vez en el lugar, el mounstro la abrazo; dando leves caricias con su pulgar en las mejillas de la rubia en sus brazos.

La niña se tenso, pero se dejo abrazar. Era inteligente, no arriesgaría su vida por escapar. "Pequeña Caperuza, quédate tranquila. Aunque quisiera no podría comer a una niña tan linda" dijo el mounstro en su oído con una sonrisa de oreja a oreja.

Por primera vez en su vida, la niña dejo su actitud sumisa. Levanto la mirada desafiando al mounstro que se encontraba a sus pies. Allí, sorprendida y confusa, vio a un joven castaño de ojos grisáceos; unos inmensos ojos grises tan profundos como el océano pacifico, ese océano que se hallaba al otro lado del mundo.

El muchacho que veía no pasaba de los 18 años, su cabello corto y castaño estaba desordenado. De este sobresalían dos orejas lobunas y opacas, llevaba una camisa blanca junto a unos pantalones del color de la tierra, de su espalda sobresalía una peluda cola, y descalza como estaba la siguió abrazando.

"T-tu... ¿E-eres Mo-mounst-tro?" Dijo la rubia. Monstruo sonrió aun más y se separo levemente de la niña. "Me conocen con diversos nombres, Monstruo, Sombra, Lobo Feroz. Soy Wollef, Wollef Blesessche."

Caperuza frunció el ceño e inclino la cabeza. Esperaba de todo respecto a la imagen del mounstro, todo menos al joven frente a ella. Wollef la tomo por la cintura y la sentó en la cama, de un cajón saco vendas y alcohol. Con delicadeza, delicadeza nada propia de un mounstro, curo sus heridas.

El vestido de la rubia se encontraba sucio y rasgado, sus rodillas tenían raspones y de su codo derecho caía una fina y chorreante linea del color de su capucha. El mounstro sano cada herida, cada raspón y moretón que adornaba el cuerpo de la niña. Una vez lista, le tendió un pequeño conjunto de ropa que había sacado del closet que se encontraba cruzando la estancia.

La ropa no era mas que una camisa clara y un pantalón corto hasta las rodillas, medias blancas por encima de la pantorrilla y zapatitos negros que adornarían sus pies.

Wollef la dejo cambiarse, impaciente y ansioso espero a la niña que estaba en su casa. Caperuza, estando lista salio.

"¿Wollef?" Preguntó. Él solo la miró. "¿Por que...por que me trajiste aquí?" El muchacho bajo apenado la cabeza, pensando en que decirle a la rubia.

"Yo, bueno, yo me siento muy solo y esperaba poder jugar contigo" susurro rascándose la nuca, "solo... quería algo de compañía. Y te vi, pero tu corriste y te comenzé a perseguir. Perdón por eso" concluyo el semi-lobo. Caperuza seguía sin comprender, pero asintió aceptando las disculpas que se le ofrecían. De a poquito se acerco al muchacho y lo envolvió con sus cortos brazos, "Esta bien, Wollef" fue lo que salio en un pequeño susurro de sus labios, "¿Por qué yo, de entre tantos viajeros que cruzan tu bosque?" Completo.

"Pues... eres la pequeña niña que camina por el bosque, la niña que va a casa de su abuela, la niña despreocupada e inocente que habla con los animales mientras se pasea con su capucha roja y su tierna canastita llena de comida. Eres la niña que el pueblo aclama como Caperucita Roja, la pequeña y dulce niña que despertó mi curiosidad, la niña que lleno, con el pasar de los años, mi solitario corazón" El joven a medida que hablaba lagrimas soltaba, pues después de años de observar en secreto a esa niña y reír con las ocurrencias que esta tenia, había liberado las palabras que lo tenían preso. "Es por eso que te seguí, no planeaba asustarte solo... quería saludarte, lograr hablar contigo sin espantarte y poder ser tu amigo". Caperuza no tenia palabras, enmudeció con la confesión de la 'persona' a la que le dijeron toda su vida que debía temer, pues después de todo, sigue siendo un mounstro ¿No?.

 




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