El monstruo entre nosotras

ÚNICA PARTE

Es de madrugada en el internado “1914”, uno exclusivo femenino en donde hemos crecido y formado una familia los últimos años. El inmenso lugar está a penumbras, paseamos en los pasillos con velas en nuestras manos, y procuramos que no nos descubran mientras las demás están durmiendo. Nos dirige la mayor de nuestro grupo, Anaya Kearney, de diecisiete años, es alegre, extrovertida, y siempre tiene una gran sonrisa. Ríe y nos calla:

—¡Silencio, niñas! Nos van a descubrir —su estilo es pulcro, a pesar de que nuestro molesto uniforme es “elegante”, de manga larga, con listones, una larga falda, calcetines con moños, zapatos de tacón y el cabello recogido, ella siempre luce impecable.

—No puedo correr con estos molestos zapatos, espérame, Zaira —vamos una detrás de otra, Seren Duvall, es la menor del grupo con catorce, tiene el cabello rubio, con flequillo y una trenza. Es la más cohibida de todas y se apega a Zaira Morrigan como si fuera su figura materna, tan solo se llevan por un año. Ella es más sociable, con cabello corto de color castaño claro, casi no le gusta recoger su cabello y por lo mismo, de tener una actitud más “rebelde”, se ha llevado sinfín de regaños y castigos por parte del personal del lugar.

—¡Me estás pisando! —Zaira le reclama y Seren se disculpa tartamudeando.

—¿A dónde vamos, Anaya? —le pregunto al ser la segunda en la fila que hicimos en nuestro pequeño grupo de amigas. Caminamos en la oscuridad y estamos bajando por un lugar que no se nos tiene permitido ingresar.

Este internado es tan viejo y está en medio de la nada, en medio del bosque por lo que, las noches de tormenta como esta, te enfrían hasta los huesos. Últimamente, han pasado cosas extrañas en este lugar, todo empezó con la repentina partida de Eriska Avalon de trece, aunque semanas anteriores, lucía enferma, como si se convirtiera en un esqueleto poco a poco. No comía en el gran comedor, en clase miraba a la nada y tampoco dormía, escuchaba que lloraba a su vez. Cuando le preguntabas sobre lo que tenía, solamente respondía: “La sombra”, apuntando a la oscuridad al final del pasillo.

Tenía unas grandes y oscuras ojeras, su largo cabello de color negro lucía opaco, su piel reseca y parecía que ese encuentro con lo que sea que vio, la haya poseído o maldito. Fue la última vez supimos de ella, se la llevaron en un auto de color negro con más personas alrededor suyo, me miró con esos ojos sin brillo, con una palidez enfermiza. No se habla de ella, está prohibido, pareciera que esconden un gran secreto, lo que incrementa nuestra curiosidad. A partir de ahí, se ha esparcido el rumor de que el lugar está maldito, que ella bajó a la parte prohibida en donde se encuentra ese “monstruo” y fueron las consecuencias de sus propias acciones. Hace ya meses de ese suceso, con el paso del tiempo, la atención a ese hecho disminuyó, pero en cambio, nosotras queríamos ir a averiguar lo que realmente sucedió.

Estar en medio de la nada te hace aburrirte hasta la muerte, y “jugar” en la oscuridad para enfrentar a tal hecho fantasmal, te da una sensación inigualable de sentirte viva. Este apagón nos impulsa a vivir con intensidad los últimos momentos de aventura y complicidad que podremos tener entre nosotras, ya que pronto, Anaya al cumplir la mayoría de edad, se tendrá que ir de aquí. A decir verdad, muchas de nosotras vivimos “escondidas” de la sociedad, al ser el resultado de ser hijas ilegítimas de familias con poder que deciden ocultarnos como si fuéramos un error, la verdadera “sombra" parece que somos nosotras. Desde que tengo memoria, lo único que tengo, son recuerdos dolorosos sobre que quedé huérfana y los “Mallory”, me abandonaron aquí, en un día lluvioso como este. Recuerdo la sensación de mi ropa empapada y el frío en mi ser, ese vacío indescriptible en mi alma.

—Elowen, Elowen, Elowen. ¡Mallory! —reacciono de vuelta a la realidad, me he quedado atrás y me animan a seguir.

—Perdón, me quedé pensando —sostengo mi vela y me reincorporo a la fila para seguir con ellas.

Escucho sus risitas y Zaira se acerca a susurrarme:

—¿No tendrás miedo o sí, Elowen? Espero no te arrepientas que llevamos semanas planeando esta oportunidad.

Niego de inmediato, el corazón me late rápido y compruebo lo contrario. Soy un año mayor que ella, debo mostrar mi valentía. Seré la mayor del grupo, cumpliré dieciséis dentro de poco y debo demostrarles que puedo cuidarlas y protegerlas a toda costa.

Seguimos a Anaya y nos encontramos con unas escaleras en espiral, se escucha el eco de nuestros pasos, y parece que no tienen final, mientras más avanzas, más estrecho se hace el recorrido. Las paredes de piedra gris, parece que te asfixian y tu sombra se intensifica, asimismo como el frío. El maldito frío.

—¿A dónde vamos? —les pregunto, intentando no resbalar y lastimarme, así como quedar en ridículo en el proceso.

Siento que algo me cae en el hombro y se trata de una gotera, me da escalofríos.

—Ya casi llegamos —es lo único que dice Anaya. El eco es impresionante, y las escaleras parecen infinitas, como si fueras a otra dimensión.

—Tengo frío, Zaira —Seren chilla y Zaira le agarra la mano.

Sonrío con una sensación triste, al verlas así, tan unidas y que en el futuro, nuestro destino sea el trágico hecho de que nos arrebaten de esta familia que hemos construido. Algunas, incluso tienen romances secretos entre ellas mismas y todo por eso mismo, para llenar ese vacío y frío al llegar aquí, con migajas de cariño, de calidez.




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