Cuentan que hace muchos años, un matrimonio que vivía apartado en la montaña con su única hija, una pequeñita, pidió a la niña que fuera a buscar bayas al bosque para disfrutarlas en un postre. La niña salió con su cesta, feliz. Pero al cabo de varias horas los padres se percataron de que su hija se demoraba demasiado en volver.
Esperaron impacientes y, al caer la noche, comenzaron a buscarla, primero solos y después con vecinos. Nadie pudo encontrar rastro de la pequeña. Buscaron hasta perder la esperanza de encontrarla viva y, después, se resignaron a llorar su ausencia. No tuvieron más hijos y toda la vida sintieron la culpa de haber enviado a la niña sola al bosque a buscar la fruta.
Después de 50 años, una mañana vieron una figura que se dirigía a la casa. Al acercarse la misma, pudieron constatar que era su hija, vestida y con la misma apariencia que tenía cuando se fue. La niña estaba visiblemente asustada porque no reconocía a sus padres (50 años más viejos), pero si la casa y todo el resto. Para ella había pasado solo un ratito, el que había empleado en buscar las frutas que, además, traía en la cesta.
La policía no creyó esta versión y el pueblo supuso que la niña era otra, pero la pequeña y sus padres afirmaban que era la misma niña, su hija, a la que algo misterioso le había ocurrido y para lo que no tenían explicación posible.