El Mundo de Eterna: La Elegida ©

17: CACERÍA

Cacería

17

Al día siguiente, cuando Eileen se presentó al entrenamiento hubo algo que llamó la atención del elfo. Los ojos miel de la joven se veían tristes e hinchados, todo parecía indicar que había llorado. ¿Habrá sido por lo dicho? Como fuera, ahora no podía retractarse o quedaría como un mentiroso. Lo cual era, pero… ¿Cómo iba a imaginar que de verdad le afectaría a la mortal? ¿En verdad tendría algo más que amistad con Tolfian?

—Parece que no durmió bien.

—¿Acaso le importa? —respondió con tono altanero.

—La verdad, no.

Eileen frunció el ceño y se guardó el insulto. No estaba de humor para soportar al elfo.

—Esta vez la práctica es diferente. ¿Ves el carril de las dianas? —ella asintió—. Se deslizarán de un lado a otro y tendrás que acertar, en la segunda parte las dianas volverán a girar.

—¿Por qué mejor no lanza una manzana al aire y la atacó con una flecha?

—Porque no tenemos manzanas para tirar y segundo porque el que manda soy yo.

Eileen se mordió la lengua de coraje por esa respuesta y optó por no decir más. Así que espero a que los dos elfos jalaran de la diana para lanzar sus flechas, obviamente ellos iban detrás, no se arriesgarían a ser interceptados por una flecha perdida.

Para sorpresa de Yaldair, Eileen estaba acertando sin dificultad a todos los puntos en las dianas que iban y venían a lo largo del carril, al parecer cada día era mejor. Cuando se hizo la práctica con las dianas girando, yendo y viniendo falló un par de veces, pero no descansó hasta lograr todos los tiros sin volver a fallar.

Aquello le llevó más de medio día y no había parado, su enojó le estaba sirviendo para acertar una y otra vez. Lo hizo de tal manera hasta terminarse las flechas.

—Suficiente por hoy —anunció el elfo.

—¿Puede darme más flechas? Necesito mejorar.

—Dije que era todo por hoy.

—Le repito que no deseo retirarme —retó—. Seguiré practicando, es mi tiempo. Puedo hacer uso de mi propio tiempo, ¿verdad?

—La necedad no lleva a ningún lado y la ira nubla la visión.

—No pedí habladurías de elfos, pedí flechas —agregó sin vacilar.

Yaldair la observó directo a los ojos y pudo ver como esos ojos miel que aparentaban dulzura eran tan cortantes como cuchillos.

—Traigan más flechas —ordenó el elfo sin quitar la mirada de Eileen.

—Como mande —uno de los elfos se retiró rápido para ir por la encomienda.

—¿Se va a quedar? —preguntó al ver al elfo cruzarse de brazos—. No necesito vigilancia.

—Está a mi cargo —apartó la mirada de ella—. Y debo entregarle cuentas a Tolfian cuando regrese.

—¿No está? —preguntó tontamente.

—No necesito responder algo que usted sabe, Lady.

Eileen volvió a fruncir el ceño y se volvió a morder la lengua por ser tan obvia. Yaldair sonrió para sus adentros, esa humana comenzaba a ser soportable.

La práctica continúo, está vez la joven mujer desempeñó una mejor concentración. Yaldair estuvo de pie toda la tarde, atento en como Eileen mejoró.

Con cada día la mortal se desempeñaba mejor en sus prácticas. Se había propuesto romper sus propias metas diarias y no pensar más en el príncipe elfo, lo cual no podía evitar, no había momento en que no pensará en él. Intentaba distraerse con todo, incluso logró ayudar a llevar provisiones a los refugiados de la villa, entre ellos pequeños elfos que corrían con ella como duendecillos cada vez que los visitaba, leyendo cuentos o jugando con ellos cada que podía.

En aquellos días donde la incertidumbre reinaba, Eileen trataba de darles a los pequeños un rayo de luz, era como el sol del cual Tolfian hablaba. En tiempos de una futura guerra y donde la oscuridad amenazaba a los más débiles, un poco de fe y esperanza eran lo que necesitaban.

Tolfian trabajaba lo más posible en la construcción de chozas, en las barricadas e incluso en el encuentro de grupos de refugiados, los ataques a su gente se intensificaban a la vez que el enemigo no tenía a seres para dominar. Muchos grupos viajaban por los bosques expuestos a ser interceptados y a pesar de querer salvar a todos, no podía dividirse para asistir a todos ellos.

En especial el visitar a Eileen, no despedirse de ella había sido un error, tratar de no pensar en ella era imposible, una vez probado la miel de sus labios, era buscar más de aquel dulce sabor uno que, no podía tener en ese momento. Sólo el recuerdo, atormentándolo más y más, negarse al amor era como impedirse así mismo respirar.

Ni si quiera pensar que día a día ella pasaba entrenando con Yaldair le hacía hervir la sangre de celos, muy a pesar si el elfo no mostraba más que indiferencia hacia ella. Lo cual no sabía si eso era peor, sólo tal vez debió haber escuchado a Argus, y a su mismo corazón, Eileen podría no perdonar el haberla dejado cuando le prometido no hacerlo. La necesitaba, la amaba más que a nada en el mundo. ¿Podía interponerse a las reglas? Por ella valía la pena intentarlo.




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