En el silencio de una noche estrellada, una sombra se elevó desde las montañas del noreste de Turquía. El ascenso fue fluido, casi imperceptible, mientras se deslizaba por encima de las cumbres nevadas, alejándose poco a poco de los relieves escarpados.
Poco a poco, la altitud aumentó, las capas de nubes se deshilacharon bajo su trayectoria. La curvatura de la Tierra se hizo más evidente a medida que su rumbo se orientaba decididamente hacia el sur. Bajo ella, los continentes se extendían como vastas masas oscuras, desprovistas de luz artificial. Las costas trazaban líneas sinuosas entre las tierras y el océano negro, mientras que montañas y desiertos apenas se adivinaban en la oscuridad reinante.
En las capas altas de la atmósfera, allí donde el azul se desvanece para dar paso al vacío absoluto, la sombra continuó su trayecto. La inmensidad del cielo austral se desplegó… hasta que, sin transición, una masa titánica surgió abruptamente de la nada. Ninguna luz la anunciaba, ningún indicio la delataba. Su presencia repentina imponía una inercia colosal, forzando una desaceleración inmediata. La sombra frenó, ajustando su aproximación en un silencio absoluto, mientras la estructura de proporciones inimaginables dominaba el espacio circundante.
—Comandante Alan, solicita acceso.
Un silencio denso se prolongó. Lentamente, una abertura monumental se dibujó en la superficie de la nave, sus contornos dilatándose con precisión mecánica. La brecha pareció engullir la nave que se adentró en ella con una lentitud calculada. Una vez dentro, el enorme pasaje se cerró con una fluidez perfecta, sellando la entrada en un silencio absoluto.
Un zumbido discreto se hizo audible mientras el aire comenzaba a llenar la cavidad, restableciendo una presión estable. Débiles luces azuladas se activaron, revelando poco a poco la amplitud del hangar. La bóveda se alzaba vertiginosamente, una arquitectura ciclópea donde máquinas de una complejidad desconocida se alineaban en estructuras masivas. Cada elemento parecía tener una función precisa, un propósito claro, aunque su significado escapaba a toda lógica inmediata.
Alan, por su parte, percibía esa disposición con una familiaridad inquietante. No era un caos tecnológico, sino una organización rigurosa que seguía un patrón que conocía. Gracias a la enseñanza hipnótica transmitida por Lea antes de su partida, sabía que cada detalle tenía un sentido.
La nave se posó, sin que Alan interviniera, en una pequeña área anexa. Parecía diminuta comparada con las proporciones titánicas de la nave madre. Sin dudarlo, descendió y cruzó parte del hall monumental, un espacio que, en otro tiempo, había contenido siete Bases terrestres prefabricadas. Luego atravesó una sucesión de corredores y pozos gravitacionales, avanzando metódicamente por aquella colosal estructura. Tras varios minutos de marcha, llegó por fin al complejo central.
La voz sintética de la IA resonó de repente:
—¿Estrategia utilizada? ¿Fracaso o…?
Alan la interrumpió con brusquedad:
—Evita repetir lo mismo, mi memoria no es volátil. Y usa el modo conversacional más refinado de Lea.
Una breve pausa. Luego la voz continuó:
—¿Le parece mejor?
Alan asintió levemente:
—Mejor. Te llamaré Aquiles para evitar confusiones. Quieres conocer mi estrategia. Para poder hablar claramente, dime primero cuál es tu definición de estrategia.
La IA respondió de inmediato:
—Una estrategia es un conjunto coordinado de decisiones y acciones destinadas a alcanzar un objetivo teniendo en cuenta los recursos disponibles, las limitaciones y las adversidades potenciales. Se basa en la anticipación, la adaptabilidad y la optimización de medios para maximizar las probabilidades de éxito.
Alan esbozó una sonrisa imperceptible.
—Veamos si la tuya está a la altura. ¿Las modalidades fijas de la Selección se ajustan a tu definición?
No hace falta que respondas: la respuesta es NO. No hay adaptabilidad ni optimización de medios. Pero yo te ofrezco ambas cosas, lo que hace una verdadera estrategia.
¿Cuál es el número mínimo de tripulantes satisfactorios? ¿Tienes medios para evaluar las competencias potenciales?
Aquiles respondió:
—Mínimo 327, máximo 1011. Se evalúan.
Alan:
—Probemos con 600. Bastará con elegir a los 100 mejores de cada Base. Tendremos un nivel muy superior al habitual. Ya puedo reunir a 500. Resta la última Base, que tú vas a ayudarme a convencer.
Aquiles:
—¿Qué debo hacer?
Alan:
—Esperar a que las acciones en tierra se inicien.
Mientras tanto, Alan solicitó una visita guiada de la nave y de las cabinas para la tripulación, y luego intentó plantear algunas preguntas clave.
Tres días antes, una lanzadera había partido de Comoé con Aïssatou a los mandos, transportando a un solo pasajero: Oluwale.
Aïssatou era reconocida como la mejor piloto de lanzaderas de la Base de Thabo. Alta y esbelta, irradiaba un aura de absoluto dominio, su piel de un dorado tostado iluminada por unos ojos oscuros donde brillaba una inteligencia fría y calculadora. Su sangre fría era legendaria: nunca temblaba a los mandos, sus movimientos eran precisos, sus decisiones instantáneas, y siempre mantenía un control absoluto, incluso en pleno caos. De pocas palabras, dejaba que su talento hablara por ella, y cada despegue bajo su dirección era un modelo de perfección.
Oluwale, por su parte, era todo lo contrario. Un cuerpo esculpido por el entrenamiento, movimientos ágiles y naturales que evidenciaban sus excelentes cualidades físicas. Pero su verdadero don residía en su capacidad para cautivar. Un actor consumado, podía pasar de una expresión grave a una sonrisa radiante en un instante, modulando su voz con una soltura que hacía reír, llorar o dudar. En la Base de Awa, era famoso por sus actuaciones improvisadas. Montaba escenas con una virtuosidad desarmante, encarnando brillantemente cada papel que asumía. Un día podía ser un anciano gruñón, al siguiente un jefe guerrero carismático, y cada vez dejaba a su público suspendido de sus labios. La propia Awa era su primera admiradora, y su complicidad superaba la simple admiración mutua: los unía una cercanía indefinible, impregnada de sentimientos.