JENNEL
Imposible imaginar dónde estoy.
Sí, en una nave.
Pero ¿dónde está el suelo? Ese sobre el que caminamos, donde llueve o en el que nos hundimos. Sabemos que nunca está muy lejos. En una nave pequeña, siempre se ve. Incluso en esta nave, la esfera azul llenaba toda la pantalla.
Mi mente se niega a aceptar que ha desaparecido, tal vez para siempre.
Que todo está vacío.
Peor aún, desde nuestra transferencia hiper-cuántica, es la nada en todas partes. O es todo en ningún lugar.
Ni siquiera entiendo lo que escribo.
Debería convertirme en una especie de mujer del Espacio.
No va a ser fácil.
Los tripulantes venidos de la Tierra se habían reunido en el gran vestíbulo en gradería que simulaba la plaza central de su antigua Base. Una pared gigantesca se transformó en una pantalla tridimensional que transmitía la imagen del espacio frente a la nave. La transición de la traslación hiper-cuántica a la propulsión estándar por antimateria se había realizado sin dificultades gracias al campo estástico: solo una pequeña niebla mental de menos de un segundo.
Alan estaba entre esas mujeres y esos hombres que aguardaban su destino con aprensión. Jennel le había dicho que su sola presencia era tranquilizadora. Él quería creerlo, aunque ella misma no parecía estar tranquila.
Tras unos minutos, el complejo Gull apareció y fue aumentando de tamaño, adquiriendo proporciones cada vez más sobrecogedoras. Incontables estaciones y bases estelares salpicaban la inmensidad del espacio, formando una red de infraestructuras gigantescas que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Algunas de esas bases eran tan vastas que parecían rivalizar con planetas enteros, con estructuras colosales iluminadas por miles de puntos de luz.
Alrededor de estas estaciones, una multitud de naves se movía en un ballet perfectamente orquestado. Algunas parecían enormes, con un tamaño que desafiaba toda lógica humana, mientras que otras resultaban minúsculas en comparación. Las más imponentes recordaban extrañamente a la nave que los transportaba, compartiendo estructura y proporciones similares, lo que sugería un modelo estándar utilizado por los Gulls para los viajes interestelares largos, y sin duda también para las Selecciones.
Otras eran naves más pequeñas —relativamente hablando—, estandarizadas, que se desplazaban en grupo, con siluetas alargadas y angulosas que delataban un diseño industrial, optimizado para desplazamientos sincronizados.
Sin embargo, entre ellas, otras formas exóticas destacaban: estructuras en anillo girando lentamente sobre sí mismas, naves esféricas de superficie reflectante e incluso extrañas construcciones fragmentadas que flotaban suspendidas sin lógica aparente.
Cada segundo los acercaba más a ese gigantesco centro neurálgico.
Delante de ellos, una estación colosal se iba desprendiendo del resto de las estructuras. Su arquitectura titánica dominaba el espacio, formada por un inmenso núcleo esférico constelado de luces, suspendido en el centro de una red de anillos masivos.
A medida que se aproximaban, la escala se volvía más evidente: la estación no era una simple plataforma, sino una auténtica ciudad suspendida en el vacío. Alrededor de los anillos, módulos rectangulares estaban fijados, flotando en un equilibrio perfecto, conectados entre sí por corredores de reflejos metálicos. De los conectores salían ráfagas azuladas a intervalos, señal de una actividad intensa.
La densidad del tráfico espacial aumentaba conforme se acercaban. Las naves más pequeñas pasaban con una precisión milimétrica entre las estructuras, mientras que las más grandes —similares a su propio transporte— se dirigían a enormes muelles incrustados en los anillos exteriores.
Alan percibió una tensión colectiva en la sala. Aunque ya habían atravesado el espacio, esta cercanía con una megaestructura extraterrestre despertaba una mezcla de asombro y temor entre los tripulantes. La propia Jennel se abrazó ligeramente los brazos, un tic nervioso que él ya empezaba a reconocer.
La nave redujo progresivamente la velocidad, alineándose con una de las inmensas bahías de atraque situadas bajo la esfera central de la estación. Estaban a punto de descubrir, al fin, lo que les aguardaba en el corazón del complejo Gull.
Aquiles le indicó a Alan que su misión estaba completa, que debían abandonar la nave por el gran vestíbulo principal, donde un transporte los llevaría a su zona de alojamiento.
El transporte les esperaba cuando llegaron: una especie de mega-lanzadera. Su diseño imponente evocaba tanto funcionalidad militar como una enorme capacidad de carga, testimonio de la logística meticulosa de los Gulls.
Embarcaron en una bodega inmensa, sin asientos, sin ventanas al exterior. Solo una tenue luz difusa revelaba la amplitud del compartimento. Diez minutos de traslado, pensó Alan al mirar su reloj. Sostenía a Jennel del brazo, percibiendo la tensión en su postura.
Cuando la lanzadera se detuvo, un soplido metálico acompañó la apertura de las puertas. Descendieron a un lugar sorprendente: una estructura colosal de líneas geométricas complejas se alzaba ante ellos.
El edificio parecía concebido para maximizar tanto el espacio como la resistencia a condiciones extremas del entorno espacial. Su fachada estaba compuesta de un entrelazado de módulos hexagonales translúcidos, reforzados con un entramado metálico que les daba un aspecto híbrido entre arquitectura orgánica e industrial. Cada módulo estaba protegido por una estructura de tensión blanca, tensada como una tela de protección, formando un patrón repetitivo sobre toda la superficie del edificio.
Lejos de estar cerrado a la inmensidad circundante, el edificio ofrecía aberturas circulares con paneles de vidrio que daban al vacío del espacio. Abajo, podía verse la vasta red de anillos de la estación y la miríada de naves en movimiento, reducidas a destellos de luz en la oscuridad. La mega-lanzadera estaba conectada al edificio por un campo de fuerza invisible que mantenía una atmósfera respirable, proporcionando una transición imperceptible entre el interior presurizado y el vacío hostil.