Viernes, 09/11/2018
Me acabo de despertar y no reconozco la habitación en la que me encuentro —en la que estoy ahora mismo es una suite demasiado colorida—. Aunque la sensación era extraña, me sentía como en casa.
¿Qué ha sucedido en estas pocas horas?
Miro el reloj digital que descansa en la mesita de noche —que se encontraba al lado derecho de la gran cama —, que marcaba las ocho y media de la mañana.
Echo las sábanas a un lado para poder salir de ahí. Mis ojos recorren toda la suite. ¡Es enorme la habitación! Mi cuarto comparado con este es un cuchitril. Bajo del mullido colchón, mis pies descalzos tocan las baldosas frías del suelo.
No sabía qué hacer, todo lo que hay dentro de esta suite no me pertenecía en lo absoluto, era un intruso en este lugar. Debía salir de ahí y eso hice. Con zancadas largas llego a la inmensa puerta para poder abrirla y salir. Aun iba descalzo y no tenía ni la menor idea de donde se encontraba la ropa que me faltaba ni los zapatos.
Abro la puerta —si se podía llamar así —. Parece que soy un pequeño enano y esta casa está hecha a tamaño de gigante.
Lo que ven mis ojos en este momento es un pasillo ancho y largo —tan largo que no se ve dónde acaba —, puesto que dobla en una esquina que se encuentra a unos metros de donde me encuentro.
Mis piernas empiezan a moverse sin permiso alguno. Lo que mis ojos aprecian son puertas; hay demasiadas a lo largo de este pasillo. Cuando llego hasta la esquina, la doblo y al final me percato que hay unas escaleras, que a primera vista parece que ahí se encuentra un precipicio donde poder tirarse al vacío.
Todo se encuentra en silencio, parece como si nadie viviera aquí. Es una extraña sensación la que está naciendo en mis adentros. Siento como si me faltara algo ahora mismo, siento como si me faltara algo. Compañía, por ejemplo.
—¿No hay nadie en este inmenso lugar? —solo se escucha el eco de mi voz.
La “casa” no sé si estará amueblada. Mis dos bellos ojos no han visto mucho, solamente lo que hay dentro de la suite —menos el baño —, y ahora lo que llevo de recorrido, solo veo unas mesas estrechas entre puerta y puerta, donde descansan unos jarrones con flores.
¿Quién será el dueño de esta casa? ¡Habrá costado una fortuna!
Me estoy acercando a las escaleras que conducirán a la parte de abajo —que debe ser la planta cero —, no sé cuántos pisos tendrá este lugar. Tendré que investigarlo antes de que alguien venga, me descubra y me eche a patadas de este lugar.
Cuando mis manos tocan el posa brazos de la escalera me da por quitarla como si estuviera hecha de fuego; debido a que está hecho con un material que debe de costar todo lo que llevo puesto multiplicado por más de mil euros.
¡Estoy en una casa de multimillonarios!
Me revuelvo el pelo y seguramente me lo dejo más despeinado de lo que ya se encontraba.
Bajo las escaleras rápidamente y en pocos segundos me encuentro en el piso 0. Desde los pies de la escalera se aprecia todo a las mil maravillas. Justo al lado del portón de la entrada —en la pared —colgaban unos cuadros. En el primero que me fijé fue en el que se encuentra un señor sentado en un trono con la corona correspondiente encima de su cabellera, un poco canosa ya.
En el segundo cuadro, se encuentra ese mismo señor, junto a dos niños que están correteando a alrededor o eso parece.
—¿Quiénes serán esas personas? No me suenan en lo absoluto —el cuadro del señor con la corona me da pistas. Aunque aún no estoy seguro de mis pensamientos. Quizás hasta estoy alucinando con todo esto —. ¡No puede ser que este dentro de un palacio!
Sacudo mi cabeza para poder despejar mi cabeza de lo que seguramente sean ideas erróneas mías.
Con sigilo y pareciendo un ladronzuelo que busca la cocina para poder robar algo, me decanto por ir a la izquierda; más tarde podré echar mejor un vistazo a todo.
En este instante solo necesito la respuesta de que hago en este lugar y por ese motivo me encuentro yendo hacia el camino de la izquierda.
Lo que me encontré fue una sala vacía que comunicaba con otro pasillo inmenso. ¡Esto parecía un laberinto! En cualquier momento me puedo perder.
Cuando ya llevaba al menos cinco minutos —de reloj —andando, mis ojos vislumbraron una habitación abierta, no cualquiera, está se trataba de una biblioteca.
Mis pies se movieron más rápido por las ansias que tenía yo de llegar allí y descubrir que podría a ver allí dentro.
Cuando llegué, solo asomé la cabeza para poder cerciorarme de que no había ni un alma allí dentro y que podía entrar sin problemas.
Quedé maravillado por los tantos libros juntos que se encontraban allí reunidos. Las estanterías ocupaban todas las paredes del lugar.
Con cuidado —y pareciendo un ladrón —me adentro en la inmensa sala dándome cuenta de que no solo era una simple biblioteca. Hacía dos funciones a la vez. También era un despacho.
La mesa era de roble —seguramente tallado a mano —, lo sabía por sus relieves. Me estoy enamorando de este lugar. Podría ser fácilmente —a partir de este mismo instante —, mi lugar favorito.
Cuando estoy justo frente a él, veo que hay carpetas cerradas encima de la mesa ordenadas alfabéticamente, y lo sé porque en el lomo pone cada letra.
Recorro toda la mesa rápidamente, no veo nada importante hasta que mis ojos recaen en un sobre, el cual pone mi nombre y mi apellido.
¿Será para mí? ¡Habrá que descubrirlo!
Alargo mi mano temblorosa y la cojo. Cuando la tengo entre mis dedos dudo en abrirla. Eso no dura nada, puesto que segundos después me encuentro abriéndola.
Al ver la letra, se automáticamente quien me la ha escrito y enviado: mi hermana.
Abro del todo el papel doblado y me dispongo a leerla.
¡Hola, querido hermano!
Nunca imaginé que este momento llegaría tan pronto. Sé que cuando sepas lo que te voy a contar a través de la carta, quizás no me vuelvas a dirigir la palabra el resto de tu vida.