El mundo después de Máreda

Capítulo tres

Luke

 

<<Criaturas ingenuas habitan sobre la tierra. Pero en este sitio en particular, no me sorprende en lo absoluto que todo el progreso se vea continua y cansinamente sosegado>> tras escribir estas últimas líneas en mi libro de anotaciones, tomé el abrigo más grueso que encontré, y luego de colocármelo, guardé el pequeño libro en uno de los bolsillos internos. A continuación me calcé zapatos adecuados para la nieve, y partí rumbo a la vivienda de los Hermanssen.

Al salir por el patio delantero, los ojos de Jane me observaron recelosos. Decidí ignorarla y me encaminé a toda prisa por el sendero que conectaba algunas calles más abajo con el mercado del poblado. Aunque el temporal no había concluido, y por ende, toda actividad de comercio se veía pausada, decidí tomar un atajo para evitar pasar por aquella zona que en épocas normales suele ser la más concurrida de Esgolia.

Los caminos estaban cubiertos por varios centímetros de nieve mezclada con barro. Todo aquello sumado al desprovisto de los habituales peatones merodeando por doquier, brindaba al sitio en general una apariencia descuidada y siniestra. De a momentos, los rayos de sol parecían querer filtrarse por las espesas nubes grisáceas que cubrían la totalidad del cielo. Pero lejos aún estaba la cálida compañía solar, de la actual y dominante presencia del invierno.

Más allá de los confines de Esgolia, el gran bosque Madinor se alza con soberbia. Los pinares se elevaban majestuosos, con sus ramificaciones fuertes, curtidos por los vendavales. La vegetación oscura predomina en casi toda la amplitud frondosa que comprende la región dorada, que se extiende desde la costa de Esgolia, abarcando la mayor proporción del bosque Madinor, hasta el cruce del río Lye.

El camino se acortó como tantas otras veces gracias a la incesante cavilación en la que se sumía mi mente siempre que me encontraba en movimiento. Concreté la mayor parte del recorrido sin esfuerzo, hasta que faltando apenas un par de calles, la nieve sobrepasó la altura de mis rodillas. Aquel improvisto me obligó a desacelerar la marcha, y me permitió encontrar un escondite satisfactorio justo a tiempo cuando escuché voces conocidas a menos de una calle de distancia.

Dos figuras encapuchadas caminaban apresuradas hacia la esquina a la que me dirigía, donde se encontraba la vivienda de los Hermanssen. Se trataba de dos jóvenes que parloteaban y se quejaban de sus calcetines empapados. Eran Carol y Cinthia Silverymoon, las hermanas medio locas que aseguran llevar en la sangre algún tipo de don mágico, que hasta ahora seguía sin dar muestras convincentes. Supuse que Pol Alfarin también se encontraría allí, por descontado, y la idea de lidiar con el grupo completo acabó con mi buen humor.

Decidí aguardar en mi escondite algunos minutos, ya que no pretendía llegar inmediatamente después que las Silverymoon. Sabía que ningún miembro del grupaje se sentiría en confianza una vez que yo me encuentre presente, y por ende, sus habituales conversaciones secretas quedarían anuladas. Me hubiera encantado darle a Blake un nuevo motivo de odio, interrumpiendo sus boberías antes de que siquiera hayan comenzado, pero me reservé la gracia para otra vuelta. No estaba de ánimo para soportar sus constantes provocaciones, y a decir verdad, él ya me había advertido en reiteradas ocasiones que desaparezca de su vista cuando el aquelarre se encuentre completo. De modo que aguardar unos cuantos minutos azotado por la brisa helada de la tarde sin sol me ahorró de tener que inventar unas cuantas explicaciones.

Estaba completamente seguro de que las hermanas Silverymoon no habían reparado en mi presencia, y de ese modo, ninguna de ellas podría delatarme. Luego de calcular el lapso de tiempo necesario para hacer el recorrido de mi casa hasta allí dos veces, me apresuré y me encaminé abriéndome paso por la densa montaña de nieve que ahora me llegaba a la cintura.

Abrí la cerca de la entrada de la cabaña y tras golpear la puerta principal, Camil Hermanssen me recibió y me comentó que mis amigos se encontraban en el establo del patio trasero. El hombre me invitó a unirme a su hijo de buena gana, e incluso parecía dichoso de volver a verme. Sonreí amable, agradecido por el recibimiento, y pocos metros después llegué al tan afamado sitio que a esas alturas conocía de memoria.

—Es una locura lo que te propones, no sobrevivirás —escuché protestar a Blake. No necesitó elevar la voz para dejar entrever un atisbo de enfado.

Debo admitir que Blake Hermanssen rara vez perdía la compostura, pero cuando lo hacía, su mal genio no osaba dejarlo en paz en lo restante de la jornada.

         Aguardé algunos segundos detrás de la puerta, esperando oír algún otro detalle relevante, pero luego de las últimas palabras de Blake todos permanecieron callados. Percibí la tensión y aquello me impulsó a golpear la puerta. Toc, Toc. El silencio reinante se vio invadido por cuchicheos. Toc, Toc. Alguien se acercó a la puerta arrastrando los pies con impaciencia, y cuando por fin abrió, sus facciones se volvieron amenazadoras.

—Tú… —dijo Blake tratando de contener su desagrado, aunque no lo logró, y aquello hizo que se me curven los labios en una mueca socarrona—. Pensamos que se trataba de mi padre, debiste haberte anunciado.

— ¿Puedo? —pregunté sin darle importancia, señalando el interior cálido del establo.

— ¿Te ha visto, verdad? —preguntó él, impaciente, refiriéndose a su padre. Blake se volteó hacia sus amigos y rechinó los dientes. Asentí en cuanto volvió a fijar sus ojos en mí—. De acuerdo, no me dejas alternativa, pasa, pero no estorbes…




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