Luke
Muchas de las preguntas que me mantenían en vela se resolvieron aquella noche, cuando Blake descubrió una carta escondida dentro de la empuñadura de su espada. El joven me entregó el pergamino después de leer su contenido detenidamente. La caligrafía era perfecta, y a juzgar por los trazos dorados enseguida sospeché quien podría sería su autor. Aquella tinta sólo era utilizada por sujetos que pertenecían a la realeza.
Leí cada línea en silencio, y en un momento dado me movilicé tanto que tuve que hacer uso de los excelentes beneficios del tabaco proveniente de la región sur, donde se encontraba el majestuoso bosque Ottanis. La carta decía más o menos así:
“Estoy muriendo, me lo dicen los años. Puede que el tiempo sea para los hombres el mayor enemigo, pero a mi parecer, el tiempo es la mejor cualidad que nos ofrece la vida. La vida mortal es como un reloj sin marcas; sabes que en cualquier momento el final puede venir por ti, pero nunca vas a descubrirlo. La muerte está escondida en cada segundo, en cada recta, en cada pasaje… Simplemente aparece un día y entonces todo acaba súbitamente. La muerte es tan injusta que no nos da tiempo ni siquiera a saborear la última bocanada de aire. Nos vamos tan rápido, tan de repente, que recién cuando llega el último instante comprendemos lo insignificante que en realidad somos.
Sé que mis días están contados; así me lo dice el cuerpo. Los poderes se resisten a dejarme marchar. Es la naturaleza propia de la raza que todavía me aprisiona, a pesar de haber renunciado a ella. El Vislazar que le obsequié a Camil hace ya muchos años no recuperó sus poderes hasta el nacimiento de mi primer nieto varón. Blake se abrazó a la magia de los Helus al momento de nacer, en aquel instante donde su vida pendía de un hilo.
Por suerte estuve aquella noche para presenciar aquel espectáculo aberrante. Por suerte me encontraba cerca, cuando la sangre real de un heredero de Glindor se mezcló con la sangre de los hijos de Gaudan. La noche en la que Blake llegó al mundo, su muerte era casi un hecho. De no haber estado allí, en el momento de su nacimiento, Gaudan hubiese exterminado al pequeño ser que podría representar para él una verdadera amenaza.
Camil profirió un lamento en plena noche, cuando su hijo llegó a este mundo con su corazón dormido. Sabía lo peligroso que sería hacer algo al respecto, pero en cuanto vi la angustia reflejada en el rostro de mi hijo, entonces me decidí a intentarlo todo, aunque tuviese que desempolvar los restos de los dones mágicos que había jurado no volver a dominar.
Arranqué al niño de los brazos de su padre y lo acuné contra mi pecho. Su rostro estaba pálido y sus labios azules. Camil derramó unas cuantas lagrimas mientras consolaba a su mujer. La pobre de Laia murmuraba lamentos desesperantes mientras envolvía con las manos su vientre ahora vacío. Fue entonces cuando las yemas de mis dedos se posaron sobre los ojitos de aquella criatura perfecta; fue entonces cuando murmuré mentalmente el hechizo prohibido que atenta contra las leyes de la naturaleza. Sabía que estaba adelantando mi encuentro con la muerte, pero francamente, nada de eso me importaba.
La audición afinada que poseía me permitió escuchar los primeros latidos débiles de su corazón, y sin separar todavía mi mano de su rostro, le entregué a Glindor aquel ser puro como el cielo. Desde ese momento supe que el encuentro de ambos seres sería inevitable. Sabía que Glindor vendría por él un día que ahora, visto desde mi lecho de muerte, parece demasiado distante.
El poder de los Helus corre por las venas de Blake desde aquella noche, y cuando mi nombre no sea más que un recuerdo, el destino de muchos estará en sus manos”.
Atte. Halvard Reuel Aren Hessen de Heluxur
Conocido en la región de los hombres como
Halvard Hermanssen