Ya había pasado un tiempo desde la última noche de su extraño sueño y el prisionero estaba preparando su salida de su cárcel, pero antes tenía que afrontar el última juicio de su sentencia.
Parado frente a los jueces, hombres de poder y frialdad, el prisionero dejó soltar un suspiro de incomodidad al estar rodeado por la sentencia, el verdugo y la horca. Probablemente perdería más que sus dedos, talvez su mano o aún peor su cabeza. El frío acero del artefacto de tortura no le daba expectativas altas o grandes esperanzas, solo el sabor agridulce de un mal trago de saliva con sabor a la comida de la mañana sumado a los nervios. Podía sentir la mirada de todo el mundo que lo rodeaba, los juzgaban, algunos lo odiaban. Pero él los ignoró.
–"Hayato Ragnar, alias el ladrón del pueblo de Greenland, ¿como se declara?"– Declaró el juez ante toda la corte de nobles y la gente del pueblo.
–"Inocente"– Respondió el prisionero –"No he hecho nada que vaya en contra de la reglas del pueblo"–
–"Usted robó más de medio saco de cosechas de la primavera pasada, más de veinte monedas de oro de la iglesia del pueblo y un acto que va encontra de toda la realeza, usted insulto a un noble caballero pisando su bota y escupiendo en su armadura, ¿Qué tiene que decir en su defensa?"– Volvió a preguntar el juez.
–"Solo hice las cosas que tenía que hacer"– Respondió el prisionero y al terminar de declarar, agachó la cabeza e ignoró las miradas más frías y sentenciantes que antes.
–"Usted para éste pueblo no es nada más que un ladrón, una sucia rata que nunca a conocido la gratitud. Se le sentencia a la horca en frente de todo el pueblo al que tanto a afectado"–
Antes de que el juez pudiera dar la sentencia con un golpe de su martillo de madera sobre la mesa, alguien pateó la puerta de la sala y entró con gran desesperación.
–"¡Atormentadores! ¡Están viniendo!"– Gritó el vigía de la aldea para toda la sala.
La habitación estalló en gritos y plegarias, la muerte estaba llegando y tenía la peor forma de manifestarse en el pueblo de Greenland.
–"¡ORDEN!"– Gritaba repetidas veces el juez buscando calmar a la multitud de nobles.
De repente, el pueblo de Greenland se había convertido en la masacre de los atormentadores, criaturas parecidas a los dragones de baja antigüedad y crias de las alimañas que eran los brujos de la noche carmesí. Tenían la forma de los huesos de un dragón con dientes y garras igual de afiladas que las púas de sus espaldas. No viajaban solos, siempre en manadas como los destructores de aldeas que eran, sin piedad arrasaron con todos los pueblerinos indefensos, carne y sangre fresca para su sed de muerte. No tenían la capacidad de escupir fuego, pero no les hacía falta cuando se juntaban en grandes manadas y volaban como repases buscando su siguiente víctima.
Eran demasiadas, a cada vuelta de cada casa del pueblo habían Atormentadores por doquier, los guardias bien entrenados no tenían oportunidad contra una manada completa de éstas viles criaturas. Las personas del juicio no sabían que hacer, a donde ir, o tan siquiera como sobrevivir ante el ataque, cuando la invasión comenzaba nada los detenía.
–"¿Qué hacemos juez Sancidor?"– Preguntaba los jurados en busca de una solución mientras veían la aldea siendo destruida.
En medio de las calles, la gente gritaba de desesperación, el miedo invadió el pueblo y nadie se salvaba de las garras de los Atormentadores. De repente, un hombre cayó frente al jurado que se resguardaba en la habitación, estaba herido y un Atormentador estaba cerca para oler el miedo del pueblerino.
–"¡Es mi esposo!"– Gritó una mujer al ver que el hombre que corría peligro era su esposo apunto de ser atacado por un Atormentador.
La criatura saltó sobre el hombre que dejó sus gritos de pánico y miedo por gritos de dolor y sufrimiento por tener clavadas las garras de la bestia directo en su estómago. El Atormentador atacaba con sus garras directo a la cara del hombre que trataba de cubrirse con sus brazos con desesperación. El hombre dejó soltar un grito de dolor al sentir los afilados colmillos clavados en su brazo y poco a poco era tirado hacía arriba tratando de arrancarle su extremidad.
En el interior del jurado, el prisionero tenia la mirada perdida, miraba hacía un vacío oscuro como si la nada fuera la cobija más cálida em todo ese valle de confusión, rabia e ira acumulada que le dejaba el pecho vacío, un corazón insatisfecho. Al escuchar los gritos del exterior, el prisionero levantó la mirada para ver a través de los paneles de vidrios coloridos con formas de caballeros, reyes y jinetes grandes sombras atroces que sobrevolaban el pueblo como un nido de terror. El hombre encadenado de ambas manos nos tardó en actuar, su sentido de honor y amabilidad no le dejaron dudar por más que su vida corriera el riesgo, al chocar con el tapón de personas que tapaban la salida del jurado mientras miraban el horror, el prisionero escuchó los gritos de auxilio de una mujer muy cerca de él.
–"Alguien haga algo, es mi esposo que corre peligro"– Volvió a gritar la mujer.
El prisionero empujó a las personas de la entrada y saltó en contra de la criatura con forma de una dragón más pequeño, quizás una gárgola por sus escamas grises, casi oscuras por la luz del sol, al impactar con todo su cuerpo la dura piel del Atormentador como si estuviera empujando una gran roca con solo su hombro, la criatura retrocedió y dejó escapar al hombre herido con casi su brazo arrancado dejando caer sangre por toda la calle de tierra. El caballero y el Atormentador cruzaron miradas, ninguno tenía miedo, eso ambos lo notaron, la criatura conocía las caras de terror en las personas de tantos pueblos ya hechos ruinas por sus manadas. Con un fuerte rugido y el aliento fetido a carne de algún animal ya digerido, el Atormentador logró un efecto en el prisionero, solo que no el esperado.
–"Tu aliento huele a mierda"– Dijo el prisionero antes de iniciar su ataque.