El naufragio de una nota musical

II.

El conejo negro había desaparecido.

En un segundo había estado allí, justo frente a ella y ahora ya no.

A su alrededor todo era oscuridad. Las copas de los árboles eran tan altas que ni siquiera permitían que los rayos de luz se filtraran, y si sus ojos se habían adaptado a aquella umbría era gracias a los puntos luminosos que flotaban y se balanceaban en el aire.

Estaba perdida.

Por solo un segundo creyó que si el conejo que la había estado guiando echaba en falta su presencia volvería a por ella como había estado haciendo antes, siempre que la chica se retrasaba y él se detenía a esperarla. Sin embargo, debían de haber pasado más de cinco minutos desde la última vez que lo había visto; tampoco parecía que fuese a volver a hacerlo pronto.

Empezó a sentir miedo.

Brielle intentó recordar por cual dirección había llegado a allí. Se olvidaría del gato, de la nota y del conejo, mientras pudiese volver a casa con seguridad.

Se atrevió a dar un paso a la izquierda, vacilante. La desesperación estaba a punto de inhibir todos sus sentidos cuando de repente un camino se despejó delante de ella.

Con fascinación observó cómo piedras que formaban parte del suelo se levantaban, como si aclamaran ser pulsadas. Los arbustos y árboles dejaron de ser obstáculos, moviéndose uniformemente en direcciones contrarias. Le recordó a aquellas escenas de soldados y sus filas a costados cuando protegían la llegada de alguna gran personalidad.

Al levantar el rostro, unos metros más allá, pudo reconocer el campo de lavanda y el olivo torcido en el centro de aquel paisaje circular. Sin poder evitarlo, una sonrisa afloró en sus labios.

Brielle caminó con cuidado sobre las piedras que habían emergido de la tierra, aunque era evidente su creciente emoción.

En cuanto el bosque quedó a sus espaldas, se vio obligada a cubrirse el rostro con una mano. El sol era tan intenso allí como en el claro al que solía escaparse.

Aquel campo no debía de tener más que algunas hectáreas, unas muy pocas. Era un anomalía entre los árboles que lo bordeaban. La chica atravesó los surcos, las flores rozaban sus piernas, caricias que ella interpretaba como saludos y que les devolvía con una sonrisa.

Justo cuando había avanzado la mitad del recorrido hacia el olivo, reconoció una mancha negra. ¡Era el conejo! Brielle apresuró el paso hasta detenerse a la sombra de aquel inmenso árbol, quizás era cuestión de perspectiva, pero desde lejos no le había parecido que fuese tan grande. Buscó nuevamente rastros del lepórido, sus ojos recorrieron todo el escenario delante de ella hasta que lo encontró sobre un tocón que debía de tener más de una década de antigüedad. No pudo evitar mirarlo con cierto recelo, ¡la había dejado sola!

Su intento de parecer molesta se desvaneció cuando el conejo fijó sus ojos ámbar sobre ella. El silencio se hizo más abrumador. El pequeño animalito saltó hasta quedar a sus pies, repitiendo aquel gesto que ella tomaba como una invitación a seguirlo. Esta vez, solo la condujo hasta la parte trasera del olivo. Alzó una ceja con incertidumbre mientras esperaba cualquier otro movimiento por parte de su compañero. No lo hubo.

Cerró los ojos un par de segundos mientras trataba de pensar. No creía que fuese una broma, a menos que alguien del pueblo contara con un conejo bien adiestrado. Pero allí no había nada más que un campo de lavanda, un tocón de alguna especie desconocida y un olivo con una aldaba... ¡Eso era!

Brielle abrió los ojos de repente, acercando su rostro a la aldaba que casualmente estaba a la altura de su nariz. Tenía un color similar al bronce, y estaba decorada por una cabeza de conejo que destacaba por el color ámbar de sus ojos. Bajó la mirada al pequeño. No creía que fuese coincidencia, y si se dejaba llevar por la nota, entonces quizás este era el verdadero significado de ese: Aquel que unos ojos ámbar guarda.

Inspeccionó el objeto por ambos lados. No veía señales de que estuviese fijado a la madera por algún perno o tornillo. Ni siquiera un clavo o algún remache. Simplemente estaba allí, adherido como si se tratase de pegamento. Era extraño, ¿pero qué no lo había sido en aquel día?

Un siseo a sus pies le llamó la atención. Cuando volvió la mirada al animalito, este volvía a observarla nuevamente a la vez que emitía un golpe seco con sus patas traseras contra el suelo. Repitió el sonido dos veces más. La chica intercambió una mirada entre él y la aldaba.

Sin una oportunidad para pensarlo mejor, tomó el aro de bronce con su mano derecha. Golpeó una vez antes de imitar a su compañero y hacerlo dos veces más.

Al tercer toque, la madera que había adoptado forma de puerta se abrió. El conejo negro entró de un salto, pero por primera vez ella lo dudó más. Desde el lugar en el que se hallaba era imposible discernir que había en el interior. No pasó ni medio minuto de desconfianza, como era esperado, la curiosidad terminó por ceder. Siempre era más fuerte que su propia voluntad, aunque ni esta se había esforzado en mostrar resistencia.

Cuando se cuerpo estuvo completo dentro del árbol, la puerta a su espalda se cerró a la vez que unas farolas cobraron luz con un zumbido particular. Advirtió que no se trataban de bombillas, sino, de luciérnagas congregadas. Brielle se sintió mal por creer que habían sido atrapadas allí, pero no. Cada farola tenía un pequeño espacio para que pudiesen entrar y salir a voluntad.

—Me deben favores y es así como los pagan.

Brielle saltó en su sitio con el pulso acelerado por la presencia de aquella voz. Afónica, áspera. Venía de todas partes y de ninguna en particular. Como si se tratase de un eco, a diferencia de que no se extinguía, sino, que continuaba colisionando con la madera hueca del olivo.

Aún así intentó buscar a la dueña de la voz. Sin duda se trataba de una mujer. Observó a su alrededor lentamente, evitando que se le escapara algún detalle. Además de las farolas allí no había más que estantes de libros y frascos. No había rastro de ninguna persona. Comenzó a creer que quién había hablado podría haber sido una de esas luciérnagas o incluso el mismo conejo negro que la había llevado hasta allí.



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En el texto hay: drama, magia, novelajuenil

Editado: 24.09.2025

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