CAPÍTULO 1. Axel.

Nunca fui bueno con las personas. Con los códigos sí: ellos no gritan, no mienten, no te rompen el corazón. Si algo falla, simplemente lo corriges. Pero con la gente... Todo es distinto.
Vivo con mi madre y mi hermana en un departamento donde el silencio a veces suena más fuerte que cualquier discusión. Mi madre dice que ya no vale la pena hablar del pasado, que “hay cosas que es mejor dejar atrás”. Yo no estoy tan seguro. Mi padre es una de esas cosas. O más bien, una sombra que todavía se cuela por las rendijas de la memoria.
Mi hermana, en cambio, es la que mantiene el equilibrio. Dice que el amor no debería esconderse, aunque ella lo hace todos los días. Su novia pasa tanto tiempo en casa que ya es parte del paisaje, pero nadie lo dice en voz alta. Supongo que en esta familia todos aprendimos a vivir con verdades a medio decir.
Yo también tengo las mías. Y una de ellas es que me gustan los chicos. Otra es que nunca tuve el valor de admitirlo frente a alguien.
Entonces apareció Kiel. El chico popular. El que todos quieren, el que todos miran. El que vive una vida que debería ser perfecta. Pero lo que nadie sabe es que detrás de esa sonrisa hay algo roto. Lo noté desde el principio, aunque fingí que no.
No fue amor a primera vista. Fue algo más lento, más peligroso. Como un programa que empieza a ejecutarse sin que te des cuenta, hasta que es demasiado tarde para detenerlo.
No sé cómo va a terminar esta historia. Tal vez con una línea de código corrupta. Tal vez con un corazón roto. Pero si algo he aprendido es que, incluso en el caos… siempre hay algo que vale la pena intentar reparar.