La tormenta después de esa noche tan larga ya había llegado a su fin, la vida en la pequeña comunidad de ese pueblo volvió a su calma como de costumbre, aunque dentro de la casa del recién nacido, la quietud era distinta.
La habitación del pequeño samuel apenas iluminada por la luz tenuante de una vieja lámpara de gas, permanecia en silencio. Samuel se encontraba aún durmíendo en su cuna respirando con mucha tranquiliad, alejado del ruido exteriror, ajeno de aquellos susurros que se tejían a su alrededor, sin tener conciencia de eso, Samuel hacía lo que cualquier bebe recién nacido hacía. Descansar.
El padre, aún sin comprender del todo lo que había pasado esa noche en aquel hospital, observaba al niño desde un costado de la cuna, con una sonrisa de oreja a oreja y aunque sin dudas alguna estaba un poco desconcertado, seguia sonriendo al verlo. La madre, por otro lado se pasaba las horas mirando al bebé, contemplandolo como cualquier madre primeriza, con la única diferencia que lo observaba como si esperara algún tipo de respuestas a la pregunta que le había surgido varias veces en su mente:
— ¿Qué significaría realmente esos deditos extras en mi bebé? — Pensaba con algo de intranquilidad.
— ¿Habrá sido mi culpa? — Se preguntaba con angustia.
El pequeño Samuel, con sus diminutos dedos perfectamente formados en ambas manos, parecía un niño como cualquier otro, salvo por ese detalle que los médicos habían diagnosticado como "Polidactilia". Nada grave. Solo poco común.
Una tarde, mientras lo mecia en brazos, la madre murmuró, casi para sí misma:
— Mi abuela decía que algunos niños nacen marcados por los Dioses.
La madre no volvió a insistir en ello. Solo acarició la cabeza de su pequeño con ternura, como si aquella frase bastara para protegerlo de cualquier cosa y calmara su propia inquietud.
Afuera los rumores crecían. En un pueblo tan pequeño como ese cualquier novedad se esparcía como el fuego con el viento. Algunos susurraban que el niño habia nacido diferente; otros, más supersticiosos evitaban hablar abiertamente del tema, pero especulaban al respecto por varios mitos y leyendas que arrastraba el nacer con dedos de más. Aunque dentro del hogar solo importaba una cosa y era amarlo tal y como era.
El pequeño Samuel crecia sano y fuerte como cualquier niño. Con los años ya había aprendido a gatear y a caminar, muchas veces levantando sus manitas en busca del apoyo de sus padres cuando sentia alguna dificultad como cualquier otro. Sus dedos extras nunca le molestaron ni paracia ser algún tipo de obstáculo para él, eran parte natural de su cuerpo, sin saber todavía que el mundo los vería de otra manera.
Los padres, pese a sus silenciosas inquietudes, no tomaron decisiones apresuradas, ni mucho menos a la ligera. Por ahora, el pequeño Samuel seguiría creciendo tal cual había llegado al mundo: Con todos sus dedos extras.
Su destino aún estaba por descubrirse.
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Editado: 24.06.2025