Unos minutos antes de entrar al quirófano, la Dra. Rodríguez observó a la madre sufriendo en silencio, caminó a la entrada del quirófano, tomó el expediente del pequeño Samuel y empezó a leerlo.
La Dra. Rodríguez era fría, una mujer de ciencia, leyó aquel expediente y al leerlo sólo veía en aquel dedo extra un apéndice innecesario más. El expediente decía: Paciente Samuel C "Polidactilia". Corrección quirúrgica.
Se acercó a la madre que sufría en silencio y emitió un comentario.
— Es mejor que se lo quitemos ahora — Dijo. A su edad no recordará mucho. Además, evitarán las burlas en la escuela más adelante. — Hizo una pausa mirando a los padres por encima de sus lentes. — La adolescencia puede ser muy cruel. Muy cruel. Y una adolescencia difícil no solo hiere, deforma. Puede arrastrarse como una sombra silenciosa hasta la adultez y convertir a un niño brillante en un adulto roto, con inseguridades profundas, baja autoestima y un vacío que nadie entiende del todo.
Los padres se miraron en silencio. No sabían qué decir. Amaban a su hijo con todo lo que eran, pero el miedo — Ese miedo silencioso de lo que vendría después. — Se sentó junto a ellos más pesado que la culpa.
Agarraron los papeles de los consentimientos y asintieron.
La doctora Rodríguez firmó el consentimiento con una precisión quirúrgica sellando dicho acuerdo y entró al quirófano.
Durante la operación, mientras el anestesiologo y la Cirujana Rodríguez trabajaban con destreza, una de las enfermeras — Quizás por costumbre o quizás por instinto. — Hizo discretamente la señal de la cruz al ver al pequeño Samuel con los deditos que iban a ser removidos. Como si no solo fueran pedazo de piel y huesos incrustados, como si fuera algo más.
Lo sedaron. El pequeño Samuel quedó quieto, pero en su mente los veía.
Ya con cinco años, miraba el techo blanco sin entender del todo lo que estaba pasando. Estaba sedado, ahí en cama con el cuerpo inmóvil. Pero su mente no del todo.
En dicha sala fría, mientras la aguja entraba en su brazo y el bisturí se peraparaba. Los espíritus también estaban ahí.
Tres sombras lo rodeaban
— Una susurraba su nombre "Sa..mu...el..."
Otra lloraba en silencio, como si supiera lo que iban a perder.
La tercera con ojos blancos y manos largas, extendía sus dedos hacía él.
Nadie los notaba. Solo él. Incluso dormido lo sabía.
Pero había una cuarta.
No tenía forma definida. No hablaba. No lloraba, ni se movía.
Era como la luz de una vela dentro de un cuarto oscuro, una presencia suave, invisible para las sombras e incluso para Samuel.
Estaba en la esquina opuesta. Solo observa. No interactuaba. No interferia.
Y siempre había estado allí.
Samuel no podía dejar de mirar las tres figuras sin entender porque una de ellas lloraba o estaba triste. En su inocencia para él eran personas o amistades que siempre van a visitarlo, de esas tres figuras solo reconocía a la que estaba llorando y la que lo llamaba.
No sabía porque lloraba, quería hablar con la mirada o intentar levantarse para consolarle, pero el sueño lo inundó. La anestesia ya le había hecho total efecto.
Los médicos procedieron con la operación.
Cuando el bisturí tocó la carne, una chispa dorada, invisible para las personas presente en aquel quirófano, escapó. Nadie la vio, pero los espíritus se empezaron a retirar lentamente, como si algo sagrado hubiera sido sellado.
Excepto la figura del lado opuesto no se movió. Solo aguardó.
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Editado: 18.07.2025