El bullying, es una de las formas más crudas de la estupidez humana, del cual la mayoria de personas caen en ella y no logran escapar.
Muchas veces ocasionado por prejuicios de la gente. Más que una cosa fisica, era interna para Samuel, nada fue como él esperaba que fuera.
La adolescencia es una etapa que no es fácil, cambios fisicos, internos, emociones a flor de piel, a eso sumandole los prejuicios y complejos.
Es una etapa de la vida que cada quien la vive o experimenta de manera distinta.
Puedes ser blanco de ello y es que hay tipos de bullying y a veces lo pueden llamar por distintos nombres; burlas, relajos, molestar.
Otras veces, simplemente "cosas de adolescentes".
Pero no importa la manera o forma que le llames sigue siendo bullying.
El bullying se da por algo en especifico.
Ya sea algo físico, manera de actuar, pensar o demás.
En la adolecencia cualquier diferencia puede ser un blanco de burla.
Y a veces uno lo va aprendiendo a manejarlo a la fuerza, a medida que vas creciendo y con el paso del tiempo.
En el caso de Samuel no fue ni siquiera por su manera de caminar, reír o pensar, sino por lo que quedó de sus dedos extras. Aunque ya no estaban del todo, esos "tronquitos" — como él los llamaba — esas bolitas que le quedaron después de que se lo removieran, aún eran visibles, y para la mayoría a simple vista era algo raro.
Samuel desarrolló un instinto para esconderlos. Desde que fue consciente de que los demás no tenían lo que él tenía, sintió inseguridad, sus tronquitos eran un recordatorio de algo que no encajaba del todo, algo que era fuera de lo común, algo que para otras personas a simple vista no era normal.
Samuel hacía lo imposible para que nadie los notara. Usaba suéteres o abrigos mangas largas, evitaba esos tipos de saludos que implicaran contacto visual directo con sus manos. No siempre funcionaba y cuando alguien los notaba por accidente o los tocaba, empezaban las risas o miradas extrañas.
— ¡Oye, ¿te diste cuenta que tiene dos bolitas en cada mano?! — Dijo Enmanuel.
— WTF! — comentó Leandro, entre risas.
— Es cierto, miren. — agregaron otros, entre risas burlonas, mezclando la ignorancia con la crueldad.
El salón entero volteó con curiosidad.
Una ola de murmullos surgió tras esos comentarios de burla.
Un par de chicas en la esquina se taparon la boca disimulando las risas.
— ¿Será contagioso? — dijo Lucas en voz baja, creyendo que no lo oían.
— Parece un mutante — murmuró Alberto, mientras lo miraba como si fuera un bicho raro.
Samuel bajó la cabeza sin saber que responder en ese momento. Sintió como el corazón se le salía del pecho y una sensación de calor recorer todo su cuerpo.
Sentía los ojos clavados en sus manos, como si tuviera alguna enfermedad o algo raro entre los dedos.
Samuel sentía verguenza y mucha incomodidad antes dichos comentarios. Se le hacía difícil disimular las emociones que sentía. Era un adolescente después de todo y eso de controlar lo que uno siente... no se aprende de la noche a la mañana.
El control emocional es algo que poco a poco se va aprendiendo y cuando lo haces te ayuda a ser fuerte en todo aspecto de la palabra.
Muy rara veces alguien reaccionaba con total normalidad, pero cuando lo hacían dichas personas solo miraban con curiosidad y preguntaban con respeto, como quien encuentra algo raro pero fascinante.
Con el pasar de los años ya Samuel había perfeccionado la forma de evitar esas situaciones incomodas por las experiencias que años pasados había vivido. Si alguien los notaba, él simplemente sonreía y respondía con naturalidad:
— No son bolitas -decía sonriendo con naturalidad. Aunque por dentro en el fondo todavia sentía un poco incomodadia cuando le preguntaban en forma de burlas o de mala manera, si ese no era el caso, él solo saciaba la curiosidad de las personas que preguntaban cordialmente.
— Son como dos tronquitos, nací con dos dedos de más.
— ¿Dos dedos de más? — respondían sorprendidos. — ¿Cómo es que nunca los habíamos notado, si tenemos años en las mismas clases?
— Siempre estuvieron ahí. Qué raro que no los habías visto antes.
Y aunque sonreía, por dentro algo se removía. Una pequeña punzada en el estomago que le recordaba que esa diferencia seguía ahí.
Luego simplemente cambiaba el tema, desviaba la atención con tanta habilidad que nadie insistía. Era su mecanismo de defensa, una forma de sobrevivir al prejuicio ajeno sin tener que ocultar por completo lo que el sentía que lo hacía distinto a ellos. Sin saber que algún día ya nada de eso le importaria, ni mucho menos le molestaría en absoluto, si no todo lo contrario.
Samuel luego contaría con más detalle todo lo vivido desde su perspectiva.
Por otra parte, con el tiempo Samuel aprendió a convivir con aquellas sensaciones extrañas que antes le molestaban o le asustaban.
Al principio, intentaba ignorarlas, aferrándose a explicaciones lógicas como toda persona coherente se decía: — ha de ser el cansancio, la imaginación, la mente jugandome bromas.
Pero en el fondo sabía que no era tan simple.
Había aceptado que el mundo a su alrededor se comportaba de maneras que él no podía explicar y ya le daba igual, dejó de buscar explicaciones logicas, en lugar de huir de ello, como solía hacer, ahora solo sentía curiosidad y quería saber más y obtener respuestas.
A veces, al quedarse solo en su habitación, sentía una corriente invisible parecía entrar por la rendija de la puerta. No era viento, era otra cosa. Algo que no se podía ver, pero se sentía como si algo caminara dentro de la habitación y le ponía los pelos de punta, otras veces sentía un susurro y al no ver a nadie al voltear, simplemente le hacia acelerar el corazón.
Algunas veces al cruzar frente a un espejo, captaba un reflejo fugaz, una sombra que simplemente se movia. — O eso parecía. — Y no eran sueños, ni mucho menos eran fantasías. Él lo sabia, pero él ya no tenía miedo, al contrario.
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Editado: 18.07.2025