PASTEL DE ESTRELLAS

En una avenida existía una dulcería. En su vitrina había todo tipo de golosinas. Cada tarde, el niño del paraguas degustaba el aroma dulce del pastel recién horneado a la misma hora.

Un día, el niño esperó, pero no hubo pastel. Intrigado, se asomó a la puerta y tropezó con el anciano dueño, quien sonrió con melancolía y dijo —Yo te conozco, vienes cada tarde y esperas el pastel recién horneado. Lamento decir que no habrá pastel, la tienda ha cerrado.

El niño se mostró triste, el anciano apenado agregó -Puedo hacer una excepción. Pasa, prepararé el último para ti —y tal como lo prometió, el hombre se dispuso a hornear y tras unas horas estuvo listo.

Sentados a la mesa, el anciano picó una rebanada y le invitó a probarlo con una sonrisa amable. El niño comenzó a comer y en algún punto preguntó — ¿En verdad debes hacerlo? —El anciano respondió —Nunca me casé o tuve hijos. Soy viejo y estoy enfermo, mi cuerpo duele. Desearía no tener que cerrar, pero no puedo solo.

El niño del paraguas frunció el ceño y se mostró pensativo, tras un breve silencio dijo decidido — ¡Ya sé! ¡Le hornearemos un aprendiz! —El anciano lo miró con incredulidad pero conmovido por su tierno gesto. Acto seguido, las luciérnagas salieron del paraguas e iluminaron el lugar, transformándolo en una noche estrellada, en donde cada estrella era un sueño del anciano.

El niño tomó una estrella y dijo — ¡Es este! El sueño de un hijo que siempre anheló, que aprendiera el oficio que usted de su padre aprendió. Cuando salga el sol, tendrá quien lo ayude a hornear y le haga compañía.

Esa noche, con ayuda de las luciérnagas, hornearon sin parar material de estrellas. Y tal como si fuese un sueño, al salir el sol, el niño del paraguas había cumplido su promesa. Él se marchaba con un gran pedazo de pastel, mientras el anciano lo despedía con los ojos vidriosos, abrazado por la compañía que siempre anheló.