Luego de tres horas, casi todos los trabajos que había pensado en entrar ya estaban ocupados. Y esto sólo lograba exasperar a la rubia.
—¿Nada aún? —preguntó Anna al observar cómo su hermana se jalaba del cabello.
—O necesitan empleados masculinos o ya no hay vacantes. Ugh —dejó caer su cabeza a la mesa.
—Tranquila, todo estará bien –luego le vino un recuerdo a la mente, que logró dejarla plasmada en su lugar por unos segundos–. ¡Espera aquí! —anunció, se levantó de su asiento y corrió a su habitación.
Elsa alzó una ceja, divertida.
Su hermana regresó, pero ésta vez, con un pequeño pedazo de papel.
—Mira. Cuando fui al supermercado me entregaron este folletito, donde están pidiendo empleados.
—Anna, quedamos que no me involucraría con dinero.
—Lo sé, pero échale un vistazo. O bueno, mejor te leeré las opciones, para que me pongas atención —recalcó lo último, pues conociendo a su hermana, sabía que cualquier cosilla podría distraerla—. Cajera... Ahm no. Empacador de mandado.
—Está cerca de la cajera, podría salir herida en un asalto. Así que no —se niega Elsa, cruzándose de brazos.
—Está bien, no te preocupes. Ahmm –susurra, luego de unos segundos leyendo–, esas personas que acomodan los productos en su lugar, ¿no te gustaría? No estarías cerca de dinero ni del peligro.
—Uhm, lo pensaré.
—Bien –tomó su teléfono de la cocina, y se lo entregó a su hermana–, llama.
—¿Qué?
—Marca, para pedir información.
—No voy a hacerlo, seguro ya está ocupado.
Dos días después.
—Buenos días señorita, ¿sabe dónde se encuentran los accesorios para mascota? —le preguntó una joven, no mayor de 26 años a la rubia.
—Claro que sí, acompáñeme —respondió amablemente Elsa, cargando con la canasta de supermercado donde traía todos los productos que debía acomodar entre los estantes.
Caminaron dos pasillos después de donde se encontraban. Resultó que la dueña de ahí necesitaba urgente un empleado, además de que era muy amiga de su cuñado Kristoff, así que le dio una oportunidad a la ojiazul. Pero esto benefició a las dos partes. Incluso atrajo más clientes al local, quizás de mala forma (la mayoría eran hombres que intentaban acortejarla o que simplemente querían observarla) pero lo hizo.
—Muchas gracias —dijo la mujer.
—De nada —y se dispuso a verificar que no hubieran sobres de comida para gatos en la sección de perros. Pues esto confundía a los demás, sobre todo a los tiernos ancianos que le buscaban alimento a sus mascotas.
Caminando unos pasos más adelante, se encontraba en la sección para niños, y visualizó a una mujer de estatura baja, intentando alcanzar algo de un estante alto, y cuidando que el portabebé que tenía en su carrito no se desplomara al suelo con todo y su bebé.
—¿Puedo ayudarla con eso? —le sonríe, dejando su canasta en el piso.
—Ay sí, por favor.
—¿Cuál desea? ¿El auto amarillo, o el rojo?
—El rojo.
No necesitó ponerse de puntillas, ya que su 1.70cm le ayudaron.
—Muchas gracias, jovencita —agradeció la señora, con ojos verdes y cabello cobrizo.
—No fue nada –la rubia se acercó al portabebé–. ¿El juguete será para este chiquitín? —su voz se fue apagando, al darse cuenta que lo que había en el carrito, no era un bebé...
Si no un muñeco, con cabeza de porcelana y cuerpo de algodón. Vestido con un traje negro y elegante, al igual que su... Madre.
—Es un niño muy inquieto, no le gusta quedarse en un sólo lugar —le comentó, riendo con ternura. Mientras que Elsa se queda estática en su lugar.
—Valka —susurró un señor, caminando hacia ellas.
—¡Hola, llegaste! ¡Mira, le compré juguetitos a Hipo! —le enseñó el auto al hombre, quien también tenía ojos verdes y larga barba rojiza.
—¿Por qué carga con un muñeco? —se preguntó Elsa en bajo, aunque el sujeto frente a ella logra escucharla, sin embargo ignora su duda.
—Gracias por ayudarla, con permiso —fue lo único que dijo, y finalmente se retiraron de ahí.
Ella los vio irse, con tantas preguntas en su cabeza y un ceño fruncido, hasta que se perdieron de su vista.
[...]
—¡No estoy bromeando, Anna! —repitió la rubia, cruzándose de brazos.
—Es que ¿sabes lo loco que suena eso? —su hermana le respondió, con dificultad. Ya que aún no terminaba de carcajearse.
—Estoy diciéndote la verdad —dijo, con sus cejas juntas por el enojo.
—Ya, ya. Está bien, ya lo tomaré en serio. ¿Y qué te preocupa que esa mujer crea que el muñeco es su hijo? Es su vida, en nada nos afecta a nosotras —se recargó en el respaldo de la silla.
—Yo sé que en nada pero me sentí rara –su rostro se contrajo, recordando lo vivido hace unas horas–, sentí cómo esos ojos de vidrio me observaban –susurró, y a su cabeza se le vino la imagen de aquel muñeco con ojos verdes–. Sentí que... Me escudriñaba con la mirada, que... No sería la última vez que me toparía con él y—se vieron interrumpida por Bianca, que gritaba a todo pulmón.