—Aquí está su cambio, muchas gracias por comprar —susurró Elsa, entregando el ticket de compra junto con los billetes al hombre frente a ella.
—Gracias a usted —respondió, tomó sus bolsas de tela y se marchó de ahí.
—Siguiente —dijo, y unos jóvenes no más grandes que ella pasaron, colocaron botellas de cerveza y chucherías.
La habían pasado al puesto de cajera por dos razones: Ella necesitaba más dinero para poder irse lejos de su ex novio, y porque venían muchos hombres (y también chicas) sólo a verla, sin comprar ningún producto. Y ésta era una forma inteligente de obligarlos a comprar cosas sólo para poder verla y quizás, charlar con ella.
—Oye preciosa, me empacas las cosas en una bolsa de plástico, por favor —uno de ellos le habló, con sonrisa petulante y aires de grandeza.
—Lo lamento, ya no nos permiten dar bolsas de plástico. Pero si gustas, puedes comprar una bolsa de tela para que tu próxima visita no necesites comprar más, además, así cuidas al ambiente —explicó, de manera amable.
—No, no, no, es que yo no voy a gastar mi dinero en esas tonterías –Elsa frunció el ceño, pensando en la ironía que cargaba ese comentario. Uno diría que es más barato 5 bolsas de tela que cuatro botellas de José Cuervo–. Así que haz lo que te digo.
—Disculpe señor, pero ya le dije que no p... —su grito repentino la calla.
—¡Qué no me escuchaste!
—Erik, ya cálmate —uno de los chicos que lo acompañan le susurró, tomando de su hombro.
—¡No! ¡Ésta estúpida no me atiende como debería!
—Ya fue suficiente —una voz gruesa y ronca se hizo presente.
El hombre que esperaba atrás de ellos en la fila enfureció, por la actitud tan grosera que el adolescente tomó contra ella.
—No te va a dar una maldita bolsa de plástico, así que largo de aquí que nos retrasas —gruñó.
Elsa se dio cuenta que el hombre que había intervenido era el mismo que acompañaba a la mujer con el muñeco en el portabebé. Pero no dijo nada, aún estaba en shoock por lo que pasaba.
La rubia suspiró, cansada. Tomó mas bolsas y dio paso al hombre que la había sacado de apuros.
[...]
—Hasta mañana, Jesse —se despidió Elsa, ondeando su mano en dirección a la del muchacho de cabellos rojizos, que le sonreía desde su lugar.
Abrió la puerta del mercado, y salió sin cuidado, tropezando con alguien.
—¡Lo siento! Fue mi culpa, no me fijé... —se enmudece al ver al mismo sujeto que hoy la defendió.
—No te preocupes, ¿puedo hablar contigo? —preguntó, sin más.
La ojiazul se removió incómoda, y con miedo.
¿Qué intenciones tenía este señor? ¿Era de fiar? ¿No bastaba con los problemas que tiene ya?
—Sí, supongo —siseó.
Los dos avanzaron a la banqueta, donde se encontraban los autos estacionados. Abrió con discreción su bolsa de mano, y buscó el pequeño frasco con el que siempre que estaba lejos de casa cargaba, preparándose por si algo que le perjudicara llegara a pasar.
—Para una chica joven como usted, es muy difícil y peligroso trabajar como cajera. ¿No cree? —finalmente habló, luego de observar apacible los movimientos torpes y temerosos de la chica.
—Sí, algo. Y mi físico no ayuda. Pero necesito este trabajo para ayudar a mi hermana —respondió, entrando de a poco en confianza.
Y también para salir lo más rápido posible de esta ciudad.
—Estoy aquí para hacerte una propuesta.
Mierda, que no sea prostitución, por favor. Pensó la rubia.
—Ese día que le ayudaste a mi esposa, ella quedó encantada contigo por tu amabilidad. Y también le agradaste a Hipo.
—¿El muñeco? —dijo, en un canturreo bajo.
—Es más que un muñeco, es nuestro hijo. Lo perdimos hace años, y ésta es la forma que encontró mi esposa de seguir adelante y yo no tengo el corazón para decirle que no es así –hizo una pausa, con su semblante triste y pálida–. La pérdida de un hijo nunca se supera.
El corazón se le hizo añicos al pensar, por unos segundos, qué hubiera sido de ella si aún estuviera esperando a su bebé, si aún siguiera vivo.
—Lo sé —su voz casi se quiebra ante su presencia.
—Si lo que quieres en un trabajo donde no corras peligro, creo que éste es el indicado –le extendió un folleto–. Hemos estado buscando niñera desde hace mucho, cada interesada es rechazada por mi esposa –Y por mi hijo, pensó–. Pero contigo fue diferente, y creí que serías la indicada para el puesto —le sonrió, un poco forzado.
—Yo... Lo pensaré con mi hermana.
—Si decides que sí, contáctanos. Estaremos muy felices de recibirte.