—¿Qué? ¡No! ¡Elsa, no puedes irte así sin mas! —exclamó Anna, persiguiendo a su hermana por toda la casa.
—Claro que puedo, y voy a hacerlo —amenazó con atravesar el marco de la puerta, con una maleta a la mano.
—No lo harás hasta que me dés una explicación –la agarró bien de su antebrazo, y la hizo retroceder–, ¿a dónde irás? ¿Cuándo piensas volver? ¿Qué va a pasar con tu trabajo, o conmigo?
—Anna, créeme, vas a estar mucho mejor sin mí —le susurró, evadiendo su mirada.
—¿Es todo? ¿Te rindes y te marchas? ¿Vas a botar todo lo que hemos vivido juntas a la basura? —sus mejillas ya se encontraban empapadas de lágrimas.
—Estoy protegiéndote, ¿no lo ves? –se giró, exaltada–. No hago más que causar desastres y sufrimiento. Ayer fue la prueba de que estando cerca de ustedes, jamás podrán ser felices –se rascó la mejilla derecha, con mucha fuerza–. Lo siento, lo siento, ¡lo siento! —éste último lo gritó.
Soltó su maleta y con tanta violencia empieza a rascarse en toda la cara.
—¡No! –Anna se le echó encima, aprisionando sus manos para que dejara de hacerlo–. Vamos a encontrar una solución, juntas. Ya lo verás.
—De hecho... Encontré una, y es a donde voy —le susurró, aún sintiendo comezón.
—¿Qué?
—Cuando trabajé en el mercado, un hombre vio cómo me trataban mal algunos clientes.
—¡¿Qué? ¿Te trataron mal? ¿Por qué no me lo dijiste?! —le interrumpió Anna.
—Él me ofreció un trabajo –prosiguió la rubia, ignorando lo que había dicho su hermana–, como niñera. Y me dio esto —del bolsillo de su pantalón sacó el papel, doblado en cuadros.
La menor frunció el ceño, con mucho cuidado desdobló la hoja y se puso a leer su contenido, no muy convencida.
—¿Te lo dio así nada más?
—Me hizo plática.
—¿No te parece sospechoso esto? "Sin hijos y sin pareja sentimental". ¿Te vas a fiar de esto? —regañó, cruzándose de brazos, ya segura que su hermana no seguirá arañándose la cara.
—Es la única oportunidad que tengo de alejarme de Hans.
—¿Qué te asegura que este hombre no es un violador o que trabaja secuestrando chicas para la trata de blancas? ¿Lo conoces de años? No, así que no. No vas a pedir trabajo —le arrebató la maleta, y la puso en la sala.
—¡Por favor! ¡No puedes hacerme esto! —la persiguió.
—¡Oh vamos, ni siquiera te agradan los niños! –Bianca se dejó caer al suelo, enojada y de brazos cruzados–. Lo siento nena, pero es la verdad —se excusó Anna ante su hija.
—Haré un esfuerzo, además, ¿qué tan difícil puede ser cuidar un muñeco? —lo último lo susurró, no queriendo alarmar a su hermana más de lo que ya estaba.
—¿Muñeco? —repitió la pelirroja.
Oops, sí te escuchó.
—No quiero interferir en esta pelea de familia, pero quiero que sepan que estoy de acuerdo con Elsa –su esposa voltea a verlo, con una ceja alzada y mirada asesina–. Si Hans llegara a venir, y no duden que no lo haga, se dará cuenta que ya no está Elsa. Irá a buscar a otra parte, le tomará tiempo.
—¡Exacto! Ya pedí informes, y la mansión a donde iré a cuidar al niño está a cinco horas en auto de aquí, la paga es muy buena, es una familia adinerada, con lo que pueda juntar podré irme a vivir con Tiana a Nueva Orleans. No causaré más molestias aquí, ustedes serán libres de cargar con el peso de mis malas decisiones. Es una oportunidad única y tengo que aprovecharla, por favor, necesito que me apoyes en esto.
Anna sobó el puente de su nariz, con cansancio y mucho estrés. Luego de estar varios minutos pensando y en silencio, miró a su hermana, que esperaba paciente su respuesta, parada a unos cuantos pasos de ella.
—Prométeme que vas a llamar seguido —Elsa chilló de la felicidad, y se echó a los brazos de su hermana.
—¡Ay claro que sí! —respondió en su cuello.
—¿Ya llevas todo? —dijo, separándose de la rubia.
—Todo lo necesario, revistas, ropa, mi tocador –bromea–. Ya nada me falta.
—Sí te falta algo, tía —se metió Bianca a la conversación, y cuando obtiene la atención de la ojiazul, le entregó una pequeña lonchera.
—¿Qué es, bebé? —se agachó hasta quedar a la altura de la niña.
La pequeña abrió la lonchera, topándose con unas galletas sin relleno un bote de crema de cacahuate, y hasta el fondo, en una ziploc, la foto familiar que se habían sacado para Los Buenos Deseos en Navidad.
—Eres tan tierna —le pellizcó un cachete.
—No nos olvides —suplicó Bianca.
—Obvio no, nena. Sólo será un tiempo. Ya tengo que irme, el autobús sale en una hora.
—¿Qué? ¿Vas a irte en autobús?
—Compré el boleto por internet, no quería molestarte con que me llevaras hasta allá, es un viaje muy tedioso.
—Está bien, te acompaño hasta la central.