—No hay nadie en la casa, Elsa —le susurró Tadashi, poniendo sobre la espalda de la muchacha una cobija.
—Yo sé que él está aquí, lo sé —murmuró con un ligero temblor en sus manos, que sostenían una taza de café.
—¿Qué pasó? —jaló una silla, la puso alado de la rubia, y se sentó sobre él.
—Hipo se movió —siseó, con la mirada perdida.
—¿Eh? —el joven juntó sus cejas, confundido.
—¡El maldito muñeco se movió! —esta vez se lo gritó, botando la taza a la mesa. Por suerte, no se rompió con el impacto.
Instintivamente, Tadashi respingó sobre su lugar.
Elsa se dio cuenta de su comportamiento, y suspiró cansada.
—Lo siento. Es que ha sido un día tan malo y la verdad me he hartado de sus estúpidas bromas —se sobó su frente, con los ojos cerrados.
—¿De... Hipo? —preguntó lentamente, pues temía que la niñera se pusiera en un estado agresivo.
—Hans —corrigió, sin voltear a verlo.
—¿Quién es Hans?
—Es mi ex pareja —con esto, el ambiente se puso incómodo.
El muchacho hizo una mueca con sus labios, meditando qué podría hacer o decir.
—No me crees, ¿verdad?
—Els... —la rubia se molestó por ello, y se marchó de ahí dejándole a Tadashi con la palabra en la punta de la lengua.
—De alguna forma tienes que echar a perder todo —gruñó la ojiazul, subiendo las escaleras con apuro.
—Por favor Elsa, no es que no te crea pero ni me dices quién es Hans o... —el portazo le avisa que ya no se encontraba escuchándolo. Él suspira, cansado con la situación tan... Extraña en la que se había metido con la niñera de los Vasto.
No le quedava de otra que bajar los víveres del auto él solo y dejarle el cheque en la mesa.
[...]
—I never thought of myself as mean, I always thought that I'd be the queen. And there's no in-between –rompió el último huevo que había sacado, derramando lo que tenía dentro en la sartén, cuidando que no se le fuera algún pedazo de cáscara–. Cause if I can't have that, then I will be the leader of the dark and the bad, now there's a devil on my shoulder –tomó el salero, y le echó unas pizcas de sal a la comida. Agarró una cuchara de madera y le dio vueltas a los huevos estrellados–. Where the angels used to be, and he's calling me the queen —tarareaba.
Volteó las tortillas que se calentaban en el comal, y cuando vio que el huevo ya estaba cocido, apagó la mecha. Abrió uno de los cajones de la cocina integral, sacó un plato de plástico y se sirvió, meneando sus caderas.
Quitó las tortillas, puso otras y le apagó también.
Se acercó al comedor y se sentó, ya haciéndosele agua la boca, tenía mucha hambre pero no había podido comer temprano, la casa era enorme como para que una sola persona le diera limpieza, no era parte de su trabajo pero no quería sentirse una inútil, o que le pagaran nada más por estar cuidando un muñeco. Se llevó a la boca el primer bocado, y saboreó mientras pensaba qué hacer con el dinero, pues era bastante y no tenía ni la menor idea en qué gastarlo. No podía salir y no tenía amigos cerca de ella.
No le había hablado mucho a su hermana, sólo un par de mensajes ocasionales diciéndole cómo iba su día o preguntando por Bianca. Pero eso era todo.
Bianca.
Sonrió, algo burlona. Nunca creyó extrañar a esa niña tan empalagosa como su madre, y ahí estaba ella, añorando volverla a abrazar.
Cuando salió de sus cavilaciones, su mirada se enfocó en los ojos verdes de cristal puestos en la cabeza de porcelana de Hiccup. Juntó sus cejas, en señal de molestia.
Luego de dos días de su incidente, ya nada pasó, pero su enojo seguía a flor de piel. Y lo sacó fregando pisos y poniéndole aceite a muebles de madera.
Pero aún guardaba un poco, y la imagen del muñeco le hizo sacarlo contra su frágil cuerpo.
—Ya ni puedo comer a gusto —gruñó Elsa, se levantó de su silla, caminó hacia el niño y tomándolo de un brazo, subió a las escaleras.
Llegaron a la habitación de Hipo, y lo botó a la cama, teniendo cuidado de no romperlo.
Sería su fin si algo malo le pasaba.
—Ahí vas a quedarte, por el resto de mi estancia aquí —amenazó, apuntándolo con su dedo índice.
Azotó la puerta y regresó al comedor, para terminar su desayuno.
Oh Elsa, en el lío que te estás metiendo.
En la pared de la cocina se encontraba un teléfono fijo. Y alado, un papel donde venía escrito los números de emergencia: bomberos, ambulancia, la policía, bla bla bla.
Y al final, con una caligrafía limpia y entendible, se encontraba el nombre de Tadashi y su número telefónico.
Meditó por unos segundos, no, sacudió su cabeza. Presionó los botones conforme decía el papelito.
—¡Hola! Soy Tadashi, ahora me encuentro ocupado, deja tu mensaje después del tono, piiiiip —ella rió por la aniñada imitación del sonido.
—¡Hey! Soy Elsa, yo... Quería disculparme por la forma en que te traté ese día. No fue de mis mejores ratos, y me gustaría no sé, intentar enmendar mi error. Creo que estoy a tu disposición. Bueno, llámame si aceptas mi intento de disculpa —y colgó. Regresó el teléfono a la pared y suspiró, un poco cansada.
—Bueno, al menos lo hice —se susurró a sí misma, queriendo alegrarse por su valentía. Era un avance muy grande.
Quién diría que a partir de ese momento, su vida daría un giro de 180°.