—¿Y tú? ¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Tadashi, frente al fregadero lavando el plato en donde había comido.
—Trabajaba en una tienda, unos muchachos intentaron propasarse conmigo y el señor Estoico me defendió —se encogió de hombros, secando con una toalla para manos los cubiertos.
—Siempre tan estoico —burló el joven.
—No me pregunto por qué lo habrán llamado así —contestó la otra con un poco de sarcasmo.
—Pero hay algo que no me cuadra –Elsa se giró a verlo, con una mirada curiosa–. ¿Por qué una chica como tú, querría estar en el medio de la nada? —la rubia bajó la mirada, sonriendo de lado, sin gracia.
—Porque una chica como yo, necesita estar escondida, para que sus problemas no la encuentren.
Tadashi se mordió la parte interna de su mejilla, como reprimenda por su estúpida pregunta.
Bien hecho, torpe. Se regañó.
—No te preocupes, si yo estuviera en tu lugar también hubiera preguntado —puso su pálida mano en la espalda del muchacho, y la subió y bajó con suavidad, como un toque de conforte. Luego la retiró.
Tadashi sintió cómo su estómago se contrajo cuando el contacto desapareció, enviando escalofríos a cada parte de su cuerpo. Rezando porque la chica a su lado no hubiera notado su comportamiento.
—No fui una buena chica, Tadashi. Siempre traigo problemas y quienes están cerca de mí salen perjudicados por mis malas decisiones —guardó todos los trastos en los estantes y caminó despacio a la mesa, tomando asiento en una de las sillas. El chico la sigue.
—¿Qué tipo de problemas? —susurró, casi imperceptible. Pues temía que ella se enojara.
Pero fue todo lo contrario, se encontraba calmada, apacible.
—Nada de drogas o prostitución. Por si te lo preguntabas –rió amargamente–. Soy tonta, pero no tanto.
Él frunció el ceño, viendo la forma en que se trataba a sí misma. Se sentó frente a ella, y tomó su mano, para acariciarla. Ella levantó la vista, con la boca entreabierta por la sorpresa. Tadashi le sonríe de lado: —No tienes que hablar de ti tan feo.
Elsa suspiró con pesar.
—Es difícil no hacerlo –admitió–. Le causé mucho daño a mi hermana y a su familia y... Todo por un chico. Un mal chico.
—¿Qué pasó?
La rubia rió fuerte, negando con la cabeza: —Me enamoré. Eso pasó.
—Eso no me dice mucho, dame más pistas —susurró Tadashi, a modo de juego.
—Bueno pues, era alguien atractivo. Muy atractivo –se rió, rodeando los ojos–. Cabello rojo, ojos verdes, tú sabes.
—Ajá, ¿cuál era el defecto? Chicos así siempre vienen defectuosos —Elsa le dio un leve codazo, riendo a la par con él.
—Lamentablemente sí. Su carácter era extremadamente... fuerte —le pensó un poco para describirlo sin que sonara grosero.
—Y se desquitaba contigo, ¿verdad? —el muchacho acercó la silla hacia ella, por si se soltaba a llorar.
—Creí que podría cambiarlo. Creí que... Que con un poco de amor él podría mejorar y... Ya veo que no —apretó sus labios en una fina línea, recordando aquellos tontos e ilusos pensamientos.
—Personas así nunca cambian.
—Y lo aprendí de las peores formas.
—Pero estás a salvo, aquí no va a encontrarte, serás feliz teniendo miles de perros chihuahua en tu casa temblando mientras ladran —la rubia suelta una carcajada.
—Soy más de gatos. Aunque irónicamente no he tenido uno.
—Mi tía está llena de gatos, es la loca de la cuadra —hizo una mueca de demencia fingida, lo que alimentó la felicidad de Elsa.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por escuchar.
Sus miradas se conectaron, y por un segundo, pudieron jurar que habían visto algo en los ojos del otro, un mínimo destello...
De amor.
[...]
—Shine bright like a diamond, shine bright like a diamond, shinning bright like a diamond —tarareaba la rubia, bailando y limpiando su habitación con un plumero.
El polvo de los muebles cayó al suelo, y cuando estuvo segura que ya era todo, tomó la escoba y empezó a barrer.
—We're beautiful like diamonds in the sky —avanzó a la puerta, asegurándose que nada se hubiera quedado atrás.
Llegó al principio de las escaleras, y se dio cuenta que abajo había alfombra. No tan acolchonada pero igual le dificultaría sacar el polvo si la arrojara ahí.
—Y no pregunté si tenían aspiradora. Rayos —susurró Elsa, cruzándose de brazos.
Vio la puerta abierta del cuarto de Hipo, e hizo memoria.
—La aspiradora de mano —se contestó, chasqueando los dedos.
Caminó hasta allá, y se dirigió directamente al closet, apenas echándole un vistazo a la cama donde se encontraba Hipo sentado.
—Por aquí debes de estar, yo sé que sí —susurró, moviendo con cuidado las cosas que aguardaban en la repisa.
Chilló de alegría cuando se topó con la caja de la aspiradora, reacomodó todo lo que había movido de su lugar y cerró las puertas del closet, marchándose a donde había dejado pendiente la limpieza.
Se aseguró que tuviera batería, y al tenerla, la encendió, aspirando todo rastro de polvo y pelusa.
—Palms rise to the universe, as we moonshine and molly, feel the warmth, we'll never die, we're like a diamonds in the sky —se dio la libertad de cantar alto, pues el sonido de la máquina tapaba casi por completo su inexperta y muy bella voz.
Pero no los golpes en la madera.
Frunció el ceño, y apagó la aspiradora por un momento, averiguando si lo que había oído realmente había pasado o se lo había imaginado.
—¿Tadashi? —susurró, empezando a sentirse temerosa.
Otro golpecito, menos ruidoso que el anterior, se escuchó, proveniente de la habitación del muñeco.
Seguro lo acomodaste mal, se cayó y se quebró.
La sola idea le provocaba pánico, ¿pues qué le diría a los Vasto? ¿Que no pudo ni siquiera cuidar un maldito juguete?