—Buenas noches, Hipo —susurró Elsa, después le otorgó un beso en la mejilla lisa y fría del muñeco.
Apagó la luz, y salió de ahí.
—¿Qué fue todo eso? —la sorprendió Tadashi a la salida de la habitación, provocándole un respingo ante su repentina aparición.
—¡Woh! –la rubia se llevó una mano al pecho, riendo con nervios–. Me asustaste, ¡no vuelvas a hacerlo! —reprendió, dándole un ligero puñetazo en el brazo izquierdo del muchacho.
—Lo siento, no lo haré. Pero, ¿te sientes bien? —la tomó del rostro, y la chequeó visualmente, intentando buscar algún indicio que le mostrara la razón de su extraño comportamiento.
—Ah, sí –contestó la platinada, mientras él apretaba sus mejillas, provocando que los labios de la rubia parecieran de pescado–. ¿Podrías dejar de hacer eso? Duele —habló con dificultad.
No muy convencido de su respuesta, dejó escapar el detalle, cambiando de conversación.
—Bien, bien –finalmente la soltó–. Traje la cena —canturreó, tomándola de la mano.
—¿En serio? ¿Qué es? —le siguió Elsa.
—Ya lo verás.
[...]
—¡Esa es mucha salsa! —gritó la rubia, jalándose del cabello con asombro.
—Tengo sangre mexicana, seguro podré aguantar —el muchacho alardeó.
No fue de mucha ayuda, porque luego de dos mordidas, el pobre Tadashi tuvo que correr hacia el refrigerador para empinarse el bote de leche sobre su boca y tragarlo en gigantescas cantidades para aliviar el malestar de su lengua.
—¡Yo te dije que picaba mucho pero no quisiste escucharme! —se burló Elsa, luciendo divertida de su desagradable interacción con la comida.
El chico no pudo defender su honor ya que se encontraba tragando todo lo que tuviera aceites naturales.
—N-no tengo nada de sangre mexicana —tosió a la par que sus cachetes se tornaban coloradas por la abrumadora sensación de calor.
—¿Ya te encuentras mejor? —se acercó al muchacho, lo tomó de las mejillas y revisó sus ojos llorosos. Este no podía mantener el contacto visual por la vergüenza.
—Un poco, sí.
—Qué bueno, porque quería hacerte unas preguntas acerca de Hipo —lo hizo sentarse en una de las sillas y tomó lugar cerca de él.
—Siento que se me va a subir a la nariz —mencionó Tadashi, quien se talló con violencia el puente de sus fosas nasales.
Elsa, ignorando totalmente el comentario del muchacho, siguió con el tema principal: —¿Qué fue lo que le pasó a Hipo?
—¿Quieres que te responda justo ahora? —el pelinegro preguntó, con un atisbo de indignación en su timbre de voz.
—¿Cómo es que perdieron a Hipo? —la rubia replanteó la pregunta.
Y cuando el muchacho estaba por responderle, de su boca se le escapó un ruidoso estornudo.
—Lo siento —rió Tadashi, ya sintiéndose mejor.
—Salud —bromeó ella.
—Gracias. Y contestando a tu primera pregunta, no lo tengo muy en claro. Ya que hay dos versiones –dijo, levantando dos dedos de su mano derecha, tomó el índice con su mano libre–. La respetuosa –y le siguió el anular–, y la que se escucha en una cantina. La verdad no está centrada en una o en la otra. Es como que a cierto punto llegó a ser real, pero nadie tiene la certeza de decir "Hey, yo sé qué le pasó al hijo de los Haddock", no sé si me entiendas —musitó, moviendo con exageración sus hombros.
—Dime las dos, no importa.
Se la pensó varias veces, no quería perturbar a la chica, o asustarla más de lo que había estado los últimos días. Básicamente porque no parecía ser una chica mentalmente estable. Y con todo lo que sufrió con su ex pareja, sería como agregarle una piedra más a su mochila de preocupaciones y traumas emocionales.
Pero ella exigía saber, y tenía el derecho, pues pasaría más de seis meses viviendo ahí y cuidando al "hijo" de los Haddock en lo que ellos arreglaban sus asuntos fuera de la ciudad.
—La respetuosa cuenta que él era un niño muy especial, de encantadora sonrisa y ojos verdes. Que su risa llenaba el ambiente de felicidad y que su llegada había sido una completa bendición.
La que oyes en una cantina, dice que era un chico extraño. De mañas desconocidas y algo perturbante.
Un día, sus padres se distrajeron. Y la casa se incendió, los bomberos dijeron que fue provocado por un corto circuito. El niño estaba adentro y no pudo salir. Nadie sabe si murió por intoxicación o por las quemaduras —inmediatamente después de escuchar esto, Elsa se cubrió la boca, evitando que cualquier sonido lastimero saliera de ella.
—Debió ser... Una situación muy fuerte para ellos —susurró la niñera, queriendo soslayar su imaginación traicionera recreando posibles escenarios por respeto a la familia y al difunto.
—Sí. Según me dijeron, la señora Vasto no podía tener hijos, tuvo problemas de depresión por eso, pero a los treinta y cinco concibieron a Hipo. Por eso la parte en que fue una bendición para la pareja.
—¿Cuándo apareció el... Muñeco?
—Meses después, supongo. Fue la forma en que la señora Valka pudo encontrar alivio. Y Estoico no vio de otra más que aceptarlo —se encogió de hombros.
Si él hubiera estado en su lugar, seguramente habría hecho lo mismo por el bien de su esposa.
—¿Qué edad tenía cuando el niño murió? —preguntó, siendo carcomida por la intriga.
—Ocho o nueve años. Ahorita tendría la misma edad que yo, más o menos —calculó Tadashi.
La ojiazul no tardó en darse cuenta que desconocía la edad de su compañero por lo que, en un suave susurro, preguntó apenada:—¿Y cuántos años tienes tú?
—26.
—¡¿Qué?! —exclamó la rubia. Alzando sus cejas del asombro.Tadashi se rió por la reacción de la niñera.
—¿Pues cuánto me calculabas?
—Unos veintitrés, a lo mucho veinticuatro... –pronto contó los años en que la familia Haddock tuvo al muñeco en su posesión–. ¿Entonces estuvieron así por más de dieciséis años?