El Nuevo Origen: El Inicio

Capítulo 13. La ciudad capital Siladus y los maestros guardianes.

—Esto... Estoy... Es que jamás me imagine ver algo como esto.

Tenía de frente a mis ojos un enorme valle muy hermoso, lo suficientemente grande como para que fuese ocupado por una de las grandes ciudades de mi mundo llámese: New York, Paris, Rio de janeiro o cualquiera de ellas. Al fondo se veía unas montañas que se veían pequeñas debido a la distancia, de un lado estaba la costa de un enorme lago tan grande que no se veía el final; cualquiera pensaría que es el mismo mar, y el resto de zonas estaban ocupadas por los bosques.

Sin duda alguna esa vista era maravillosa, podría quedarme viéndola todo el día, pero eso no era lo que me quito las palabras de la boca, ya que justo en medio de valle yacía una ciudad, una la cual jamás me habría imaginado ni en mis sueños. Era enorme, tenía edificios de varios tamaños los cuales estaban rodeados de una extensa muralla blanca.

Esta muralla tenía cinco torres que eran más altas y del mismo color que el muro, pude notar que estaban separadas a iguales distancias una de la otra, y lo que más me llamo la atención de ellas es que tenían en la punta un cristal enorme cada uno de diferente color: azul, verde, rojo, naranja, y morado; los cuales brillaban con la luz del sol.

Sin embargo, lo más llamativo de esa ciudad no eran sus cinco torres, porque en realidad eran seis en total, resulta que había otra que era mucho más alta que las demás incluso más que cualquier otro edificio del lugar, esta se encontraba justo en medio de la ciudad y en la punta tenía una enorme roca blanca el cual inexplicablemente emitía una luz azulada muy notoria.

—Es impresiónate... En verdad impresionante, jamás creí que en mi vida vería algo como esto.

No podía evitarlo quede maravillado a ver esa ciudad, tanto que no podía deshacer la boba sonrisa que tenía en mi rostro. Sentía como la emoción se acumulaba en mi pecho, ya quería llegar y ver el interior con mis propios ojos.

—Me alegro que te guste lo que vez —dijo Zoren con una sonrisa—, esta es Siladus, la cuidad capital, lugar donde yace la sede principal de la orden de los guardianes y de los demás protectores de Entharus, aquí veras gente de todas las razas y cosas que seguramente jamás te habrás imaginado.

—Ya quiero llegar ahí —dije con emoción.

—Entonces... —me sonríe— No perdamos el tiempo ¡andando!

Tras decir eso aumentamos el paso de los caballos para llegar cuanto antes a la ciudad.

—Imagino que nuestro destino es la torre más alta —mantuve la mirada fija en la gran torre.

—Correcto, es la central, el edificio donde se administran las ordenes tanto de guerreros, arcanistas y guardianes, ese es el lugar donde se encuentran los maestros.

Estoy completamente emocionado, no puedo esperar a ver el interior de la ciudad. Mientras cabalgábamos y nos acercamos a la ciudad, vi a lo lejos un portón enorme que fácil llegaba a los cinco pisos de altura con una reja de color negro que hace bastante contrasté con el color del muro.

Cuando nos acercábamos aún más vi que había dos personas custodiando la entrada, pude distinguir que se traban de una entara y un zurou oso, una vez que llegamos Zoren se adelantó para hablar con ellos, me sorprendí porque este los saludos de una forma muy amistosa, supuse que eran conocidos suyos. Poco después la reja comienza a abrirse, en eso Zoren nos hizo una señal para acércanos.

Justo cuando Faren y yo pasamos al lado de los guardias les agradecí y estos me respondieron con una sonrisa y un saludo. Una vez adentro me quede maravillado e impresionado con el ambiente, la ciudad era bastante animada, veía personas de todas las razas caminando mientras conversaban o hacían compras, a pesar de que nunca me gustaron los sitios tan animados este de alguna forma me agradaba.

Seguimos avanzando por una calle muy extensa la cual tenía acceso directo a la torre central. A medida que caminaban los caballos me quede viendo a los alrededores haciendo el esfuerzo de ocultar mi emoción.

—Veo que no puedes mantener la vista fija en un solo sitio —me dijo el lobo.

—No puedo evitarlo hay un montón de cosas que jamás me habría imaginado ver en mi vida.

Y sí que las había, en la ciudad se encontraban tantos entaras; zorous de todas las clases, lobos, osos, leones, nutrias y más; elfos y humanos de distintas apariencias, logré ver a un elfo que tenía el cabello blanco como la nieve y la piel oscura lo cual me sorprendió.

—Wao hay personas de todas las razas —decía en mi cabeza—, pero todavía no he visto ningún...

Justo antes de terminar la frase en mi cabeza noto que una sombra paso por encima de mi cabeza muy rápido, en eso subo mí vista al cielo y logro verlo, personas estaban volando justo por encima, se trataban de los sijaris esto era algo digno de ver, un par aterrizo en la calle no muy lejos de donde estábamos nosotros.

Cuando nos acercamos un poco logré verlos con más detalle, se trataban de un hombre y una mujer, eran exactamente como me los describió Zoren, el hombre tenía las alas llenas de plumas justo en la parte superior de su espalda a la altura de los hombros y la mujer encima de su cintura, además de que en sus cabezas estaban rodeadas por un par de cuernos los cuales eran distintos tanto en el hombre como en la mujer.

—Estas impresionado con los sijaris ¿cierto? —comentó Faren.

—Así es, Zoren ya me había dicho como se veían, pero verlos en personas es... completamente fascinante.

—Sí, hay veces que me pongo un poco celoso, tener un par de alas te ayuda mucho cuando te debes dirigir a una zona difícil de acceder.

—Cualquiera que pase día tras día por cosas como esas desearía ser como ellos ja, ja, ja.

—Ya lo creo ja, ja, ja.

Seguíamos avanzando, la torre estaba cada vez más cerca pero no le prestaba mucha atención a eso, ahora mismo tenía los ojos puestos en casi cualquier cosa que se moviera a mí alrededor. Veía como la gente conversaba y reía, niños de todas las razas corriendo mientras jugaban, a lo lejos logré notar un grupo en donde había un niño zuruo tigre, el cual me resulto muy tierno, jugando con otro humano y una niña sijari la cual apenas se le notaban los cuernos y sus alas eran más pequeñas tanto que parecía que no le permitían volar.




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