Cruzada | El ocaso de Fatum

1. Alexander Crisol

—No me esperaba esto —musitó la muchacha sin creerlo.

La verdad es que en internet no encontró demasiada información de este lugar, lo poco que pudo obtener solo hablaban de una escuela Elite celosa de su privacidad. Pero ni las fotos ni las descripciones se comparan con lo que ve frente a sus ojos.

Francisca se detuvo sin poder ocultar su sorpresa, dejó en el piso sus maletas observando el enorme lugar que se encuentra frente a sus ojos.

El edificio que alberga la academia conocida como Alexander Crisol luce imponente y lúgubre, sí, tanto como el castillo embrujado de una película de fantasía oscura.

La entrada cubierta por un jardín extenso, en el que la vegetación bien cuidada con árboles ordenados en forma lineal perfecta guía el largo camino hacia la entrada de aquel enorme lugar.

No pudo evitar que sus ojos volvieran a detenerse en la arquitectura antigua de su nueva academia y que para los ojos de cualquier niño podría pasar por un enorme castillo que alguna vez fue el reino de un imponente y cruel rey.

Sintió que en cualquier momento desde las ventanas del edificio podría asomarse algún duende o fantasma. La chica aun distraída con la mirada hacia los ventanales, se sobre salto al sentir una cálida mano en su hombro y volteó sonriendo forzosamente.

—Tranquila —señaló su padre sonriéndole—. Es normal estar un poco nerviosa ante algo nuevo.

Pero la sonrisa de su padre denota preocupación, aunque intentó ocultarla. Francisca lo conoce demasiado para que pueda engañarla, pero no lo culpa, ella también siente una ligera presión en el pecho, y una ansiedad que como un acido parece derramarse en el interior de sus órganos.

Es un cambio radical en su vida, no puede negarlo. Muy distinto a su pequeño instituto de dos pisos. Llegar aquí cambia todo a lo que ella esta acostumbrada, no solo con la diferencia de tamaño de ambos edificios, sino además poder entrar a una de las instituciones más cara del país es algo que nunca hubiera podido imaginar que se daría en su vida.

Fue elegida para recibir una beca, para entrar a esta escuela, a pesar de ser una alumna que no destacaba en lo absoluto, no era la alumna más deportista, ni la que más participaba en las actividades extracurriculares, tampoco que mejor notas obtenía.

¿Y si por error le hubieran asignado una beca que no le corresponde? Tenso su mirada y con gesto aún más preocupado observó las casonas ubicadas a los costados de la escuela.

Las cuales parecen compartir una arquitectura mutua, por lo que es obvio que ambas también pertenecen a la escuela. Si suma en total todo el terreno de su nueva academia, se da cuenta que es una manzana entera si no es que más, pues los terrenos a sus costados no parecen pertenecer a nadie, es solo campo y bosques.

La muchacha de estatura media de un metro sesenta y con diecisiete años de edad, suspiró entrecerrando los ojos. Con el cabello oscuro y piel blanca, ojos marrones claros, y delgada figura no se movió de su lugar, titubeante volvió a mirar hacia el edificio sin decir palabras.

La academia Alexander Crisol, es un instituto al cual solo pueden entrar jóvenes de familias adineradas, los costos de su colegiatura hacen imposible que familia sin mayores recursos puedan enviar a sus hijos a ese lugar. Sin contar además con los exámenes de ingreso, de los cuales se rumorea son incluso más difícil que los exámenes para entrar a una universidad.

Es además una institución con una enorme tradición familiar en que la mayoría de los alumnos son hijos de ex alumnos de Alexander Crisol.

Sumando otro punto, poder llegar a ese lugar no es fácil, primero tienen abordar el único barco que llega a una de la isla más austral del país, y solo pueden subir si tienen un permiso de la academia para ir a ese lugar, sino el capitán del barco no los llevará. Luego al llegar pueden tomar un taxi, que, a diferencia de los tradicionales taxis amarillos y negros del continente, estos son de color completamente negro, con conductores poco simpáticos y pocos amables, vestidos con trajes negros, del tipo usanza antigua. Quienes son los llevan a los recién llegados a la academia, no sin antes cruzar por un bonito y pequeño pueblo pesquero.

Francisca frunció ligeramente el ceño, en la entrada un hombre le da acceso a todos los vehículos que entran a ese lugar, pero no parece nada amigable, para alguien como ella que suele amedrentarse con facilidad eso solo aumenta su ansiedad.

—Bien, hija ¿lista? —preguntó su madre mirando hacia el interior de la escuela.

—Será un largo camino —agregó Francisca sonriendo viendo que entre el jardín y la entrada a la escuela hay un largo camino. Debió haberle pedido al taxista que los llevara más adentro, pero no se le ocurrió en ese momento y el poco agradable hombre tampoco le avisó que entrar caminando era lo menos adecuad—, el cruzar el solo jardín nos tomara varios minutos.

—No importa, nos hará bien caminar —señaló su padre tomando las maletas y sonrió, aunque no puede ocultar que sigue preocupado, algo hay en ese lugar que no le gustaba. Pero solo será un año.

Francisca observó sus dos maletas, es algo muy pequeño en comparación con el equipaje del resto de sus compañeros, pero fue una buena idea no traer demasiado peso.

La modalidad de la escuela es ser un internado, y se entiende por el difícil acceso de poder llegar a la academia. Sabe que no será fácil acostumbrarse a un régimen escolar de medio día en la escuela, es la primera vez que dormirá fuera de casa, y que no verá a sus padres por mucho tiempo. Se permiten las visitas de familiares, pero solo al finalizar cada semestre.

Se detuvieron frente al portero, un hombre alto, de cabellos claros, de unos cincuenta años aproximadamente, y una exagerada contextura física, su ropa apenas lograr ocultar sus trabajados músculos. Aquel al notar su presencia los miró con expresión agria.

— ¿Si que necesitan? —les preguntó fríamente con tono autoritario.




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