El ocaso de Fatum

2. Jardín de Nahiel

No fue fácil comenzar todo esto. Aunque frente a sus padres se mostró segura y animada, no se siente igual ahora que esta sola, parada en el enorme salón con sus maletas en ambas manos. Tuvo que dejarla en el suelo para admirar el lugar pese a sentirse intimidada por las dimensiones del instituto.

La decoración en el interior es esplendida, si se pudiera resumir en una sola palabra, iluminada por enormes ventanales abiertos que parten desde el piso hasta el cielo, y dos amplias escaleras que se separan en destinos opuestos. El salón es amplio, lo suficiente para que los alumnos puedan entrar sin chocar entre ellos, y al costado derecho hay una pared decorada con retratos de hombres y mujeres importantes de la historia de la escuela. El piso parece recién lustrado, ya que puede ver el reflejo de sus zapatos, de un diseño ovalado en donde dos remolinos de tonos similares giran en un remolino hasta llegar al centro.

En la sala una mujer, con expresión seria, daba las indicaciones. Luce bastante severa e incluso su semblante es tan agrio que cualquier alumno perdido preferiría seguir confundido que pedirle apoyo.

—Las chicas a la derecha y los varones a la izquierda ¡Muévanse rápido no estorben!, se les pasara una etiqueta para que marquen sus equipajes, con sus nombres, los dejan aquí, nos encargaremos de dejar cada equipaje en cada habitación que les corresponda—. Luego volvió a repetir las instrucciones por si algún alumno no las había entendido claramente, mientras dos ayudantes de similares rostros se encargaban de entregar las etiquetas.

Francisca, marco sus dos maletas y luego fue a formarse a la fila derecha, como indicaba insistentemente la mujer en el salón. Desde ese lugar pudo seguir observando con curiosidad cada detalle, hasta las cabeceras de vidrios colorados de los ventanales y la enorme lampara de lagrimas en el centro de la sala.

Pero pronto al ver cuchichear a las otras chicas de la fila no pudo evitar bajar la mirada y fijar su atención al mismo lugar en que todos miraban sin dejar de hablar. En ese instante entró una joven de cabellos castaños oscuros, cortado en una melena perfecta, seguida de otra muchacha pelirroja que sonríe demasiado.

La joven al parecer cuenta con una popularidad muy similar al joven de cabellos claros que había visto anteriormente descender de un auto y que ahora parece haber desaparecido del lugar. No se dejaron de escuchar inmediatamente los murmullos de admiración, envidia o de simple curiosidad.

—Es Katrina Strayer, no pensé que fuera tan linda, que envidia —señalo una chica de cabellos claros y tomados en una cola, que se rio junto a otra que usa anteojos y tiene cabellos cortos y negro.

—Además es la novia de Antonio Yarel, que es uno de los chicos más guapos e interesante de toda la escuela — agrego la otra joven soltando un suspiro.

—Silencio niñas... —exclamó la mujer que les ordenó hacer la fila—. ¡Rápido! ¡Todos fórmense!

Antonio apareció en ese momento junto a un grupo de jóvenes, riéndose, pero cuando sus ojos se alzaron dejó de sonreír al encontrarse frente a Katrina. La joven endureció su mirada, aunque hasta ahora no ha sonreído en ningún momento y lo contempló seriamente sin pronunciar palabras.

—Vaya —murmuró Antonio con sorpresa—, este año has vuelto mucho más linda, querida Katrina, ni siquiera me llamaste en verano.

—¿Por qué tendría yo que comunicarme con un Yarel? No cruces el límite —respondió arrugando el ceño antes de darle la espalda.

Antonio se quedó en silencio, alzó ambas cejas como si estuviera sorprendido, pero luego sonrió alzando los hombros y provocando que el resto de sus amigos empezaran a reírse, el hecho de que una chica como Katrina lo despreciara así les hacía mucha gracia. Solo Katrina Strayer sería capaz de rechazar de esa forma al heredero de los Yarel.

—¡Ustedes fórmense! —reprendió la maestra al grupo de Antonio, e inmediatamente se formaron a pesar de a duras penas pueden aguantar la risa—. Bueno, ya es la hora, cierren las puertas.

Y ante estas palabras sus dos gemelos ayudantes, con una fuerza sobrenatural fueron capaces de cerrar las enormes puertas de la entrada mientras se ve como algunos alumnos atrasados corren desesperados por entrar antes de quedar afuera.

 —No se toleran atrasos, independiente de las razones, quienes no llegaron a tiempo tendrán que postular al siguiente año o buscarse otra institución —agregó con seriedad ante la sorpresa de los nuevos alumnos—. Un minuto de atraso significa la diferencia entre la vida y la muerte.

Ante estas palabras Francisca no pudo evitar pensar que están exagerando demasiado por un simple atraso, pero por lo menos es un alivio haber llegado a tiempo. No hubiera sido la gracia haber viajado tanto para no haber llegado a atrasado y perder tan valiosa beca.

—Me presento, soy la subdirectora de la escuela, también maestra de lo del primer año, Teresa Blyeston —colocándose más seria mientras observa a cada alumno agregó—. Les dejare las reglas en claro, no se permite que falten el respeto a ninguno de los maestros y directivas, no deben salir fuera de horario, no pueden cometer faltas contra la moral y las buenas costumbres, no entrar a lugares que se prohíbe el ingreso de los estudiantes, no pueden transitar después del toque de queda. Si creen que esto es un juego de niños les aviso que serán expulsados de la escuela. Si vienen aquí queriendo dárselas de rebeldes les convido ahora a retirarse y buscar otro lugar que les tolere tales tonterías.

Avanzó de lado a lado haciendo que sus zapatos sonaran en cada paso. Atrás permanecen los fuertes gemelos con expresión seria, la única diferencia de ambos no es solo el color de su cabello dispar, uno muy negro y el otro rubio, sino además sus vestimentas, el moreno viste de tonos claros mientras el rubio es lo contrario.

Justo cuando la subdirectora avanzó frente a Francisca detuvo sus pasos y se giró con intenciones de caminar en la otra dirección, pero sus ojos por unos segundos se detuvieron severamente en el rostro confundido de la muchacha. Luego se alejó caminando siguiendo con su discurso.




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