El ocaso de Fatum

3. El chico de la mirada gris

Desde las primeras clases, Francisca descubrió que este no es su lugar. No solo porque se dio cuenta que las materias básicas están más avanzadas que la de su vieja escuela sino además que empezó a notar cierto rechazo de sus compañeros sin que pudiera entender sus razones.

Tal vez por ser becada, por no venir de su misma condición socioeconómica o por ser una nueva estudiante. Está segura de que no es su imaginación sentir las miradas desagradables a su alrededor, y como empiezan a murmurar entre ellos sin importarles que se dé cuenta.

En cierta medida tiene razón, no lo sabe, pero desde que la academia comenzó a funcionar solo una persona había entrado becado a esta escuela y había recibido el mismo cuidado en cuanto a proporcionarle un uniforme y estadía sin cobro. Pero esa persona no es alguien grato para todo el resto del plantel estudiantil. Por ello descubrir que ha aparecido un segundo becado y cuya apariencia es de una simple chica los hace dudar de que en realidad esconda algo más de lo que aparenta y por eso actúan precavidos e incluso crueles.

Francisca suspiró. Contempló en el espejo su apariencia con el uniforme de la academia Alexander Crisol, con una blusa gris y un pantalón negro, la corbata es de líneas negras y burdeos, con un abrigo y un chaleco negro.

Debe ser fuerte, la oportunidad de una educación en este colegio es algo que jamás sus padres pensaron que podría ser posible y ella no quiere defraudarlos, ellos ya son mayores y con sus pensiones no podrían pagarle más su educación. E incluso si logra buenos resultados en este último año podría incluso optar a una beca de educación superior dentro de la misma academia ingresando a los edificios que se encuentran más atrás que es el otro lado del centro estudiantil de los alumnos de media.

Pero el problema principal es que la avanzada materia la ha puesto en aprietos. No era mal alumna en su vieja escuela, pero en esta nueva institución sus notas se estancan y eso le preocupa. Si desea mantener su beca para poder entrar a los estudios superiores debe demostrar su buena calidad como alumna.

Es por eso que en todas sus horas libres se dedica a ir a la biblioteca y a estudiar. Ser autodidacta no es fácil y más cuando se ha dado cuenta que ni los profesores parecen cómodos teniéndola como alumna y por eso mismo no le prestan ni apoyo ni consejo.

Suspiró frustrada al darse cuenta de que no puede entender lo que dice el libro y observó de reojo a los estudiantes sentados en las otras mesas que fingieron leer interesados solo para no prestarle ayuda.

Estefanía Kairos, la joven de cabellos oscuros y anteojos, junto a Andrea Ballesteros, fueron uno de esos alumnos.

—Ahí está esa chica, es raro que en esta escuela entre alguien que no tiene el apellido de algún clan conocido, y que ni siquiera es de nuestra clase. ¿Te imaginas, un humano común entre nosotros? —Andrea levantó la mirada un poco molesta y preocupada.

—¿y tú crees que en esta escuela dejarían entrar a alguien común y corriente? —preguntó seriamente Estefanía—. Si Francisca Sáez, sin pertenecer a un clan, entra a esta escuela, es porque otro tipo de circunstancias se produjeron para que así fuera. Además, está recibiendo todo el apoyo económico de la academia.

Al escuchar eso último Andrea se llevó la mano al pecho, asustada.

—Entonces es como ese —señaló aún más preocupada—, ese niño maldito...

—Seguramente si, ambos becados por el director, de seguro otra vez los clanes principales pondrán un reclamo al director.

—Eso espero, ojalá puedan expulsarla para que la saquen pronto de la academia…

En ese instante Francisca levantó la cabeza, fijándose en ambas chicas, y notó que la de cabello más claro la mira con desagrado, mientras que la morena, la contempla tranquilamente sin expresión alguna.

Fue solo por un leve segundo, ya que ambas inmediatamente desviaron sus miradas a otra dirección y salieron de la biblioteca. Aun con un extraño sabor amargo, Francisca cerró el libro que acababa de terminar de leer. No debería sorprenderle esa mirada de desagrado, pero no deja de ser incomodo sentirse rechazada de esa forma.

Se levantó de la banca, aun confundida, es mejor volver a su habitación e intentar entender estos libros que seguir ahí sintiendo como no dejan de mirarla y murmurar.

Entró a los pasillos de la escuela, atravesando la sala de descanso de los alumnos. Notó que varios se alejaban de su camino. Fingió no darse cuenta. Aunque ha comenzado a lastimarle esa actitud. Sus pasos resonaron más fuerte que los susurros entre los alumnos y otro, y esas miradas inquisitivas y crueles que no dejan de seguirla.

—¡Oye tú! —la llamó alguien, cuando cruzaba rápidamente lo que parecía un salón vacío—, bota esto a la basura por mí.

Apenas se detuvo Francisca y volteo, vio que una manzana había sido lanzada contra ella. Inmediatamente como reflejo lo tomó entre sus manos, antes de que le golpeara en el rostro. Y dirigiendo su atención en la dirección desde donde había sido lanzada la fruta, notó que alguien se encontraba dentro de esa sala oscura.

—Tienes bastantes buenos reflejos para haber detenido esa manzana con tanta rapidez — señaló aquella persona oculta en la oscuridad del salón.

Francisca arrugó el ceño.

—¿Quién eres? ¿Y quién te da derecho a lanzarle a una persona una fruta contra su cabeza? —se asomó empujando la puerta hacia más atrás para luego fijar su mirada en la leve silueta que puede ver en el interior—. Esta muy oscuro ¿por qué no abres las cortinas? afuera hay un enorme sol...

—El Sol... —repitió con un leve tono burlón—, pongámoslo así, el Sol y yo no somos muy amigos.

—Mira, a mí no me interesa los problemas de piel que sufras, pero eso no te da derecho a lanzarle una manzana podrida a nadie —Francisca dejó la fruta sobre una de las mesas del salón—. Y otra cosa, bota tu basura tú mismo.

Tensó su rostro al decirlo, pero estando a punto de retirarse aquel individuo la detuvo con sus palabras.




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