El ocaso de Fatum

6.- Sangre viva

Katrina Strayer era la perfección en persona.

Linda figura, ojos de color azul intenso como un abismo profundo, labios bien dibujados, y su cabello corto que llegaban abajo de sus orejas y de color castaño oscuro.

Es una persona que no suele sonreír. De mirada altiva y gestos bien pensados. Todo en ella parece ser superior a cualquiera de sus compañeros del aula. Tal vez por ello su sola presencia despierta admiración de los presentes incluyendo a varios de los maestros.

La mayor parte del día se la pasa entrenando, lo cual le permite una agilidad de movimiento que pocas personas pueden tener. Se dice que desde pequeña su padre la ha entrenado, y como heredera de una de las familias principales, es su deber mantener el alto el orgullo de su clan.

Aunque últimamente hay algo que le molesta y eso se refleja en su estoica expresión. Desde aquel día que vio a sus padres llegar repentinamente a la escuela, supo que algo estaba pasando. Sus padres lucían molestos y casi no cruzaron palabras con ella. Se fueron directamente a ver al director, luego vio llegar a los padres de Antonio, con la misma expresión molesta que los suyos.

La saludaron por cortesía, ya que el clan Yarel era rival del clan al que ella pertenecía, los Strayer. Desde hace muchos años cada clan trataba de superar al otro, para demostrar quien poseían la supremacía sobre los demás clanes. E incluso intentaron acabar con esta rivalidad comprometiendo a los hijos más jóvenes de la familia. Pero Katrina se negó a tener un compromiso con Antonio Strayer.

—Eres linda ¿Por qué no sonríes más? —señaló Antonio Yarel acercándose a su asiento luego de que entró a la sala de clases, pese a que su encuentro en el pasillo no fue el mejor, él parece haberlo olvidado ya que se ha acercado con cordialidad. Se sentó a su lado sonriendo y luego observó a su alrededor—. Vaya ¿y donde esta esa fastidiosa colorina, amiga tuya?

—¿Qué es lo que quieres ahora? —le respondió con seriedad.

No respondió de inmediato, colocó ambas manos detrás de su cabeza mirando de reojo a Francisca que acaba de entrar a la sala mientras todos comienza a alejarse de ella. La contempla con actitud divertida.

—Pobre tonta —musita riéndose, pero Katrina suspiró entrecerrando los ojos.

—¿Puedes irte a otro lugar? —el tono ofensivo de Katrina le dolió pese a fingir que no fuera así.

Antonio desvió su atención herido, pero guardó silencio. Antes del compromiso solían llevarse bastante bien, incluso de niños se juraron ser amigos por toda la eternidad, pero ¿Qué pasó con la niña alegre y divertida que era antes?

—Lo único que te importa ahora es cumplir con la absurda idea de ser El elegido —masculló herido en su orgullo, enderezándose en el asiento.

—A mi no me parecen absurdas —le interrumpió Katrina con brusquedad—, si para ti las ideologías de los clanes te parecen absurdas, entonces no entiendes nada, no sabes a que perteneces, ni el honor de ser lo que eres.

—Supongo que es porque no me gusta, que me digan lo que debo o no hacer —respondió Antonio, fijando sus ojos en la muchacha—. No todos somos tan obedientes como tú, dulce Katrina.

¿La odiaba? Tal vez, a su falta de madurez no lograba entender ¿Por qué su rol como la elegida era más importante que él, su amigo de la infancia? Tiene miedo de ahondar demasiado dentro de sí para darse cuenta que la odia por rechazarlo. Pero lo que más teme es descubrir que la ama ¿Por qué es injusto amar cuando no eres amado?

Prefería evitar de nuevo ilusionarse con algo que nunca sería real, olvidarse de aquella que le dijo que siempre estarían juntos para al final elegir un rumbo lejos de él para así no dejarse llevar por sentimientos negativos.

—No es cosa de obediencia, sino entender cuál es tu lugar, y hacer valer las razones por la que estás aquí —agregó Katrina mirándolo con desprecio.

—Mi lugar lo construiré yo mismo no viviré en el lugar que otros decidan para mí—señaló con seriedad sin mirarla—. Tal vez me convierta en un magnate, con una mansión llena de mujeres hermosas.

Se rio levemente, y suspiro, dejando sobre sus labios, una sonrisa irónica, falsa, para ocultar lo que realmente esta sintiendo. Después de todo lo que han pasado juntos, no la entiende.

Tal vez solo para él su relación si había sido importante. Tal vez él si quería imaginar una vida juntos para siempre. En su pleno paso de niño a adolescente, había idealizado una relación, que no al final solo fue unilateral. Se aferraba, a que si hubiera madurado el cariño que había entre ambos, se hubieran amado realmente.

—Yarel, vuelve a tu asiento —le dijo el maestro apenas entró a la clase.

Bufó, pero guardó silencio y obedeció. Estuvo de mal humor durante toda la clase, y por esa misma razón buscó desquitar su frustración con quien no sería capaz de defenderse de él. No solo le bastó con rayar y garabatear con cosas indecentes y palabras hirientes el pupitre de Francisca, sino que además dio vueltas sus cuadernos en la fuente del agua del jardín, sentando con sus amigos a reírse viendo a la muchacha intentar salvar sus bienes.

Francisca luego de sacar sus cuadernos e intentar secarlos solo se dejó caer en la silla del jardín contemplando el tibio sol. Tensó su rostro cansado antes de cerrar los ojos ¿Cómo va a poder seguir aguantando más tiempo con un tipo que parece haberse ensañado con ella? Siendo el chico popular de la escuela ¿No debería ser un ejemplo de rectitud y buenos modales para todos?

—Es ella —escuchó la voz de unas chicas hablando entre ellas echándose a reír al darse cuenta que la joven las había escuchado.

Apresuraron el pasó para alcanzar a Katrina, y aquella por unos segundos dirigió su mirada a la alumna despreciada de la clase. Su mirada indiferente se posó sobre Francisca y arrugó el ceño como si verla le molestara.

"Patética" masculló entre dientes y Francisca pudo entenderla con claridad.




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