El origen de las brujas de sangre

2: El niño del techo

POV: Allison🐦‍⬛

El ruido parecía porvenir del techo, sin embargo, cuando salimos a comprobar lo ocurrido no se veía ningún tipo de abolladura ni nada parecido.

El vagón no tardó en llenarse de un murmuro general. Todos hablaban con sus compañeros de compartimento tratando de buscar una explicación, mirando con expectación el techo a la espera de que algo más sucediera.

Antes de poder comentar con Emilie lo que estaba ocurriendo escuché la voz de la última persona a la que me apetecía ver. Por un momento me planteé cuáles serían las consecuencias si Purcell se caía misteriosamente del tren. Dudaba que le importase a alguien, pero las sospechas hacia mi persona serían demasiadas, por lo que decidí guardarme la idea para otro momento.

—¡Hey, Vaughn!— gritó Purcell desde el otro lado del vagón—. Qué sorpresa verte por aquí. No sabía que Hogwarts aceptara a brujas de segunda categoría.

—La verdadera sorpresa es que te hayan aceptado a ti en el colegio, Purcell. Se supone que debes saber leer para estar en una clase —por su expresión supe que iba a contestarme, pero me adelanté antes de que pudiera decir algo más—. Ahórratelo Purcell, los dos sabemos que es mejor que reserves la saliva para algo que no vayas a lamentar haber dicho en cinco segundos.

—Lo que tu digas, Vaughn —debí haber supuesto que Purcell no cedería tan rápido—. A propósito, veo que tu pelo ha vuelto a crecer desde que te lo quemé el año pasado.

—Al contrario que tu inteligencia, que por lo que veo solo parece disminuir por momentos.

Las risas inundaron el vagón en ese momento. Por desgracia, estaba acostumbrada a aquella faceta de Purcell, la que hablaba demasiado y sin pensar. Se creía más inteligente que el resto y no le salía bien. Y desde luego, no le funcionaba conmigo, porque él podría tener un ego muy alto, pero el mío lo estaba más y sus intentos por hundir al resto a mí ni me rozaban.

Purcell estaba dispuesto a contraatacar, incluso había sacado su varita. Me pregunté si trataría de tirármela, porque dudaba que supiera usarla para conjurar algún hechizo. En cualquier caso, Purcell no tuvo ocasión de actuar. Parte del techo cayó sin previo aviso en mitad del pasillo, provocando un gran estruendo y un perfecto agujero por el que poder observar el cielo.

—Podías haberme dejado a mí hacer el agujero.

La voz provenía de aquel agujero. Por el tono de su voz no parecía que tuviese mucho más de doce años, lo que solo provocó una nueva ola de confusión general.

En el momento en el que la voz cesó, un alto chico de despeinado pelo azul se deslizó por el hueco del techo, quedando en el centro del vagón a vista de todos.

—De eso nada —respondió el chico de pelo azul sin apartar la mirada del techo— .Yo tengo diecisiete y puedo hacer magia fuera del colegio, al contrario que tú. Si a tus padres les llegara una carta del ministerio informándoles sobre que has utilizado la magia fuera del colegio me matarían. Recuerda que se supone que estoy a tu cargo. Ahora pásame el equipaje, que ya hemos montado suficiente escándalo por hoy —terminó de informar el peliazul.

Unas manos aparecieron en el hueco del techo sosteniendo un baúl. El chico que ahora se encontraba en el vagón lo agarró rápidamente, escuchando de nuevo a su acompañante al tiempo que seguía pasándole cosas.

—Habla por mi madre, ya sabes que a mi padre le daría igual. Mi tío Ron me ha contado qué él también recibió cartas de esas a mi edad. Seguro que si le digo que hemos destrozado el techo del tren me felicitaría.

—Seguramente tengas razón —resopló el peliazul agarrando la que aparentemente era la última bolsa.

Ante la extraña escena, muchos habían decidido volver a encerrarse en su compartimento y ya sólo quedábamos unos pocos observando.

Un segundo después, un niño con el pelo tan negro como el carbón y unos ojos semejantes al chocolate saltó hacia el interior, deslizándose por el hueco que su amigo había creado segundos atrás.

—¿Deberíamos arreglarlo? —preguntó el pequeño dirigiendo su mirada al agujero por el que acababa de entrar.

—Posiblemente —coincidió el mayor—, pero tampoco creo que importe mucho.

Ambos dividieron sus cosas, ahora agrupadas en dos montones en el suelo. Cuando la división fue clara, el mayor sacó su varita del bolsillo y sin vacilar la apuntó a su parte del equipaje.

—¡Baúl locomotor!

Enseguida, la mitad del equipaje se elevó unos centímetros, dejando solo un baúl y un par de mochilas en el suelo.

—Debería ir a buscar a Victoire —dijo el peliazul—. Tiene que estar preguntándose por qué no he aparecido ya por allí. Tu deberías buscar algún lugar para guardar eso y sentarte antes de que alguien venga y te incrimine por el agujero. A no ser que quieras venir conmigo.

El pequeño negó enseguida, asegurando que quería conocer a gente por él mismo, y se quedó en el centro del vagón, observando con resentimiento su equipaje en el suelo. En el momento en el que el mayor salió por la puerta, le dediqué una sonrisa al moreno. Estaba fascinada con su entrada. Me reproché el no haber pensado algo así, seguro que hubiese molestado a mi madre.

A esas alturas de conversación, Emilie y yo éramos las únicas que quedábamos observando la situación. La mayoría volvieron a sus lugares cuando empezaron a caer maletas del techo, y los pocos que quedaban se habían encerrado en su compartimento en el mismo momento en el que la primera palabra había abandonado mis labios.

—Veo que te gustan las entradas triunfales —añadí mirando el agujero del techo.

No sabía quién se encargaba del mantenimiento del tren, pero dudaba que se alegrase al verlo.

—Bueno —comenzó el chico encogiéndose de hombros—, creo que las puertas están sobrevaloradas. Yo le dije a Teddy que deberíamos haber roto una ventana y apoderarnos del compartimento, pero al muy aburrido de mi amigo se le ocurrió que entrar por el techo sería mucho más seguro. Supongo que tendré que dejar la idea de la ventana para el año que viene.




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