El otoño que pasé junto a ti.

Capítulo 1. Un amigo inesperado.

¿Conoces la sensación de disfrutar la compañía de cierta persona? Ese sentimiento que hace que alguien se adueñe de tus pensamientos, preservando un lugar en tu corazón, y sabes perfectamente que una vez que lo experimentas, estás perdido; amor, todos los adolescentes de su edad habían conocido esa emoción, excepto Daniela.

Recién había cumplido los diecisiete años, para esa época todos hablaban de sus amores platónicos, sin embargo no lo comprendía, más allá del extraño aprecio que le tenía a sus conocidos, desconocía esas mariposas de las que todos hablaban. Aún no había encontrado a alguien que le hiciera sentir aquello, y entre todas las respuestas del porqué estaban: tal vez porque ese príncipe azul de los cuentos que papá le leía estaba a nada de llegar, tal vez el príncipe nunca llegaría, o llegaría más no la rescataría. No lo sabía simplemente.

Llega un momento en que te acostumbras tanto a vivir sin ese sentimiento que cuando este llega no sabes que hacer, no tienes idea de cómo responder cuando tu corazón late con fuerza por alguien, cuando tu mundo se torna de colores que no conocías, cuando un par de acordes remueven tu organismo en segundos solo por tratarse de ese alguien especial.

Nunca creyó en las casualidades, en esas fantasías románticas, en el destino; pero nunca falta aquel príncipe que pueda cambiarte todo.

El otoño hacía su aparición. La luz cegadora del sol entraba por la ventana, avisándole que era hora de volver a la realidad. Se dirigió a la ventana, deleitándose al ver el paisaje de árboles pintorescos color naranja, algunos quedando con lentitud calvos, al unísono sintió sobre sus pómulos la brisa fresca soplando y la misma sacudir su largo cabello color miel. Las hojas de estos caían, una por una, adueñándose del pavimento, cayendo lento con el ritmo que marcaba el viento, como un bello paisaje de pintura, simplemente el despertar con semejante vista podría alegrar a cualquiera. Sonrió instantáneamente.

Hoy será un buen día, se animó en sus pensamientos, nada como un mal presagio para iniciar el día.

Ese fue el comienzo del otoño, de un nuevo sentimiento, acompañado de corazones rotos y problemas de sobra.

Luego de un desayuno estropeado ante una discusión con su madre Victoria, mujer de carácter vigoroso que desquitaba su frustración con Daniela, puesto que nunca la había deseado y no le había molestado dejarle claro eso, era su pan de cada día, tomó su mochila colgándola con rapidez en su hombro, mirando añorante la patineta en un rincón de la habitación, pero hoy no sería su día, su agenda se ocupaba de otros terribles planes. Con la sangre hirviente acompañada de una terrible jaqueca, comenzó su caminata rutinaria a la preparatoria, entre las hojas naranjas haciendo el esfuerzo de no caer con una, y por supuesto, falló. Pisó mal y su pie derecho resbaló con una pequeña hoja haciéndole caer de trasero contra el pavimento. Soltó un gruñido. La mala suerte era su mejor amiga, a este punto se dijo a sí misma que el día no podría empeorar.

Oyó una risa masculina detrás.

No. Puede. Ser.

De acuerdo su día si podía tonarse mucho peor.

Se apresuró a levantarla pero la castaña pisó mal nuevamente y su trasero volvió a pagar las consecuencias, dando otro gruñido similar al de un animal, uno inofensivo con mal humor. Alan soltó una escandalosa risa mientras Daniela lo observaba arrugando el entrecejo.

El joven conservaba la diversión en su rostro de tez aperlada, planteándose frente a ella, al parecer su sufrimiento le divertía a las personas, eso creyó Daniela. Luego de un par de meses lograron encontrarse tan solo a un par de centímetros, era su primer encuentro de verdad, sin que estuviesen en medio de un incómodo silencio y una incómoda situación como se acostumbraba en cada cena familiar.

Su cabello negro se llevó toda su atención, era despeinado con algunas ondas, de un largo del que fácilmente podías hacer coletas, muy pequeñas, con su cabellera, pero para Daniela eso no lo hacía ver menos atractivo pese al aspecto descuidado que daba, aspecto tal cual de alguien que recién había dejado su lecho, probablemente alguien no fanático de madrugar. Además el chico tenía una complexión delgada, como un fideo puesto que consideraba al ejercicio como su némesis, medía dos centímetros más que Daniela, eso no impedía que esta siguiera considerándose una jirafa a su lado, tenía una nariz recta, con unos pequeños ojos castaños, que daban una mirada de curiosidad e intriga. Pero Alan siempre conservaba algo de formalidad, con una camiseta blanca de vestir arremangada a los codos, haciendo juego con su pantalón negro y zapatos bien lustrados. Daniela tragó saliva y apartó la mirada de él, no era del tipo de chica superficial, pero tampoco podría hacerse de la vista gorda con él, resultaba indescriptible los nervios que le provocaba su cercanía. Aunque nunca lo diría, era del tipo de chica temerosa a los sentimientos "cursis" que solo le provocaban vómito, una pérdida de tiempo, era su respuesta ante esos asuntos.

—¿Estás bien, princesa? —interrogó Alan sin borrar su sonrisa.

Lo miró extrañada, para luego recordar el asiento improvisado que había hecho en el pavimento. Acercó su mano a la torpe chica, Danny (como la llamaba su escaso círculo social) la tomó levantándose con rapidez, al mirarse sana y salva de pie, sonrió. Algo que le contagio los buenos ánimos al príncipe junto a ella.

—Sé que eres muy sexy y tienes muy buen cuerpo pero, ¿podrías apresurarte para llegar a la escuela?

Su mirada incrédula se dirigió a Alan, quien sonreía con picardía y diversión, mostrando su perfecta sonrisa con frenos celestes. Ella solamente entrecerró los ojos con desconfianza hacia él, a los segundos empezó a caminar con normalidad, mientras el otro dispuso a seguirle el paso. Durante todo el trayecto pudo sentir la mirada de Alan.




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