Las gotas de lluvia que caen sobre Amalia no son tan frías como sus secretos ni tan dañinas como sus enemigos. Mira debes en cuando hacia atrás dando algunos tras pies mientras corre por los abandonados y solitarios caminos de Carda. Pone la mano sobre su barriga al sentir una leve contracción, pues una mujer con 8 meses de embarazos no debería estar corriendo así bajo la lluvia. Respira pesado y disminuye un poco el paso al sentir una contracción que la hace soltar un quejido y tras unas cuantas bocanadas de aire continúa su paso divisando una pequeña casa a unos cuantos metros donde fuera se encuentra un señor de unos 50 años trabajando en una parcela de tierra.
El señor se detiene al hacerse evidente que va a ver un inminente aguacero y posa su vista en la joven que se acerca, sorprendido de que alguien en ese estado ande sola por esos caminos.
—Está perdida?-Pregunta el señor Bill Benson-no suelen andar muchas personas por aquí y menos en su estado y con este mal tiempo.
-Necesito ayuda-responde la joven Amalia con suspiros entrecortados palideciendo un poco su rostro-Creo que el bebé va a nacer—agrega parándose y poniendo sus manos a ambos lado de su barriga a la vez que su rostro refleja la fuerte contracción que está sintiendo.
—Ven, ven a mi casa—
—No... no puedo moverme—pronuncia la joven cargada de dolor.
El señor se acerca:
—Te ayudaré—dice tomándola en brazos caminando apresurado a su humilde hogar.
—Mes... Mes—grita entrando en la casa y la señora que debe tener unos 45 años corre a su encuentro.
—Mes esta joven va a dar a luz—pronuncia y la señora camina hacia la única habitación de la casa siendo seguida por su esposo que coloca a la chica en la cama.
Los dolores se hacen cada vez más intensos y las contracciones seguidas hacen que el ruido del aguacero quede opaco ante los gemidos de la joven que grita debes en cuando ante cada dolor.
—No puedo más—pronuncia mientras la señora ha buscado agua caliente y unos paños para ayudarla en la labor de parto.
—Respira profundo y puja con fuerza—comenta la señora mientras la joven suelta uno que otro quejido hasta que logra dar a luz.
—¡Es un niño! —grita Mes mientras toma al niño lleno de sangre en los brazos y el señor Benson entra a la habitación.
La señora pone al bebé en los brazos de la joven que deposita un beso cálido sobre la frente de su bebé mientras unas lágrimas caen en el rostro del niño. Su embarazo ha sido complicado, lleno de miedo, de inconvenientes y persecuciones, al punto que dudó de que pidiera sobrevivir hasta dar a luz.
Pero allí estaba su bebé llorando, lleno de vida, moviendo sus manitas, recordándole a la chica que ese bebé era la prueba de su amorío con el rey, la razón por la que la reina Jertrudis, de la cual ella había sido dama de compañía estaba intentando matarla. Allí estaba el primogénito del rey, su único hijo hasta ese momento, el fruto del gran y desmedido amor del rey Octavio, el pequeño que el rey había prometido proteger fuese como fuese, pero muy pocas cosas pasaban desapercibidas ante la reina y aunque disimuló muy bien que desconocía el asunto, cuando tuvo la primera oportunidad aprovechó la ausencia del rey en el castillo y mandó matar a la joven.
Al fin el bebé dejó de llorar quedando dormido en los brazos de su madre que desfallecía y parecía no poder resistir mucho más, pues aunque habían pasado varias horas continuaba sangrando desmedidamente.
—Por favor cuiden de mi hijo—pronunció con voz quebrada la joven dirigiéndose a Mes y quitándose el amuleto que traía en el cuello lo puso sobre el bebé que dormía placidamente—esto era de su padre—agrego abrazando al pequeño con fuerza dando su último aliento de vida.
Los Benson que siempre habían querido tener un hijo y no lo habían conseguido, vieron a Sebastián (nombre que le dieron al pequeño) como la respuesta de Dios a todas sus súplicas por ser padres y le dieron todo el amor que habían estado reservando para su hijo.
Editado: 14.03.2022