El pacto de Iltar

El Secreto de Alba.

El viento soplaba con fuerza y anunciaba una lluvia que ya se podía oler en el ambiente.

Caía la tarde y los habitantes de Villarrobledo se apresuraban para ir al abrigo de sus casas.

Un estridente sonido salió de la tranquila panadería. Un matrimonio que se dirigía a su casa, al oír el estruendo creyeron que el horno había explotado y comenzaron a lamentarse. Un chico joven que pasaba a su perro se unió a la discusión y al saber del tremendo golpe y la sospecha del matrimonio, empujó la puerta con todas sus fuerzas. Cuando entraron, una nube blanca lo envolvía todo. Asustados llamaron a Alba. Está salió desde el interior, un polvo blanco la cubría dándole un aspecto fantasmal.

—¿Estás bien?—preguntaron a coro.

—Si, no os preocupéis, el antiguo mueble de mi abuela donde se guarda la harina se ha venido abajo con los años.

—¿Podemos ayudarte?

—Olvidaos de esto. Por la mañana llamaré al carpintero. Aunque no creo que tenga mucha solución.

Los transeúntes siguieron su camino y Alba entró a intentar hacer algo con los sacos de harina. Moviéndolos puso apreciar mejor el estropicio. Una de las patas del mueble se había roto. Y el mueble no pudo con el peso y los años. Recogió la pata para tirarla pero notó que algo había en su interior, que cayó al suelo desprendiéndose de su escondrijo.

Al agacharse para recogerlo, se encontró sosteniendo un medallón antiguo, uno que no veía desde hacía años. Su corazón dio un vuelco. Era el mismo medallón que su madre le había prohibido tocar cuando era niña, el mismo que, según los rumores locales, estaba relacionado con un asesinato.

La panadería de Alba estaba en la esquina más tranquila de Villa robledo, un pueblecito rodeado de colinas y árboles antiguos que susurraban al viento.

Cada mañana, el olor a pan recién horneado y pasteles dulces se extendía por las calles adoquinadas, atrayendo a los vecinos al pequeño local con sus paredes de madera desgastada y flores en la ventana.

Elvira nunca había sido una persona que buscara problemas. Su vida había sido tranquila, simple, desde que tomó las riendas de la panadería de su abuela. Era una joven de carácter reservado, pero curiosa. Siempre con el cabello recogido en una coleta desordenada y las manos ligeramente manchadas de harina, Elvira se había resignado a la cotidianidad del pueblo. Sin embargo, algo en ella, un anhelo que nunca pudo explicar del todo, la impulsaba a cuestionar las historias del pueblo que de pequeños te contaban al amor de una lumbre, en noches como estás, y a mirar más allá de las fachadas amables.

Alba, la joven dependienta, había heredado el negocio de su abuela y, aunque amaba su trabajo, había algo en su pasado que nunca la dejaba tranquila. Un secreto que llevaba guardando desde que era una niña.




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