El Pantheón: Inmersión

Preludio

El 17 de marzo del año 2019, Córdoba despertó tan gris como la promesa de que el otoño estaba cerca. El agua de lluvia había teñido la calle color plata y el olor a asfalto mojado entraba por la ventana, invadiendo todo. Las gotas no cesaban, tampoco se intensificaban; mantenían su ritmo tedioso, como si ya se hubieran aburrido de caer.

Alba no había salido de su habitación en toda la semana. Estaba agotada de pensar, de recordar y de reprocharse. La casa, hacía ya mucho tiempo, se encontraba sumida en la oscuridad y el silencio, y se le estaba haciendo insoportable. Desde la ventana de su cuarto en el segundo piso, observaba expectante la calle, esperando con cierta desesperación a quien la sacaría de su tedio, cuando por fin apareció el Fiat 600 rojo en su entrada. El conductor bajó. Alba tragó saliva. Era hora de que la luz se encendiera en su vida.

Hubo una época, casi perdida en su memoria, en la que ella había sido pura luz. Todavía era una niña y, como tal, todo lo sentía tan intenso, tan inmenso y, al mismo tiempo, tan posible. Pero ese tiempo se le había escurrido entre los dedos y ya solo era una mala pincelada en el lienzo de su realidad.

Su visitante entró en la casa y subió hasta el segundo piso sin pedir permiso; no lo necesitaba. Al abrir la puerta, Alba volteó hacia él y le regaló una sonrisa nerviosa. Él no la respondió; estaba decepcionado y posiblemente la odiaba.

El hombre se aproximó a una pequeña mesa redonda que se encontraba cerca de la ventana de la habitación y se sentó en una de las sillas. Hundiendo la nariz dentro de su morral, extrajo de él una grabadora y su agenda. Levantó la mirada y finalmente la dirigió a los ojos de Alba. En respuesta, ella se acercó y se sentó en la silla opuesta.

Él tomó la grabadora y cuando estuvo a punto de encenderla un pensamiento lo detuvo—. ¿Estás segura de que querés hacer esto? —preguntó.

Ella asintió.

—¿Vas a decirme la verdad esta vez? —insistió.

Alba volvió a asentir.

La grabadora se encendió y las preguntas comenzaron—. ¿Podrías decirme tu nombre?

—Alba Solano.

—¿Podrías decirme la fecha de hoy y en qué lugar nos encontramos?

—Es el día domingo 17 de marzo del año 2019, y estamos en casa de mi padre, en Barrio Alta Córdoba, en la ciudad de Córdoba Capital.

El periodista no levantó la mirada; necesitaba evitarla—. ¿Dónde naciste?

A Alba se le dibujó una pequeña sonrisa involuntaria en sus labios. Ninguna otra persona le habría hecho semejante pregunta. No había razón alguna para pensar que ella no era cordobesa—. Nací en una zona cercana al mar Egeo, no importa dónde. Ese lugar ya no existe —respondió con sus ojos llenos de tristeza.

Casi no se movía. Tenía ambas manos apoyadas sobre su regazo, una sobre otra, su tono tan tranquilo como su gesto. En cambio, el pobre periodista no dejaba de tocarse el pelo. Estaba nervioso y, a pesar de haber decidido firmemente no permitir que ella lo supiera, no estaba logrando su objetivo—. ¿Hace cuánto que vivís en esta ciudad?

—Lo suficiente —respondió Alba cortante, sin entrar en detalles.

—Muy bien… —suspiró el periodista—. Continuemos —se dijo a sí mismo—. ¿Qué podés decirme sobre lo acontecido el día 17 de noviembre de 2017?

—¿El día del terremoto? —preguntó, observándolo con un gesto de confusión.

—No hay ni un solo registro acerca de que haya ocurrido tal fenómeno en la ciudad de Córdoba en esa fecha.

Alba resopló. La trataba con distancia, quizás nunca podría perdonarla—. Lo sé —respondió.

—¿Cómo es que no hay registros de ese evento?

—Eso no lo sé.

El periodista revisó sus notas—. 292 personas se registraron como fallecidas la madrugada del 17 de noviembre, aparentemente sin relación alguna —leyó, enfatizando el “aparentemente”. Alba se frotó la nariz con el dorso de su mano; no tenía nada que decir al respecto. Él volvió a sus notas moviendo su cabeza en señal de desaprobación—. ¿Qué me podés decir acerca de las 550 que se registraron fallecidas la noche del 14 de junio de 2018? Todas ellas, ahogadas.

—Esa fue la noche de la inundación —contestó Alba como si eso fuera obvio.

—¿Cómo es que no hay registros de eso tampoco?

—Tampoco lo sé.

El periodista apagó la grabadora y la miró con gesto serio—. ¿Vas a continuar mintiéndome? —le preguntó, cambiando el tono de voz a uno todavía más severo.

Alba se retorció en su silla y bajó la vista. No podía creer que siguiera insistiendo con eso de que le había mentido. Levantó el rostro nuevamente y dejó al descubierto su determinación. Había tomado una decisión y ya no había vuelta atrás—. Enciéndela —le ordenó.

—Alba, esto no tiene sen…

—Enciéndela —lo interrumpió. Se acercó hasta la mesa y se apoyó en ella, mirándolo tan intensamente que esta vez el periodista no se atrevió a esquivarla—. La razón para todo lo que me preguntas tiene su origen en dos historias diferentes, aunque relacionadas entre sí. Una que aconteció hace más de 3000 años, y la nuestra. Pero para que puedas entenderlas, necesito que escuches con la mente abierta, que no me interrumpas y que dejes de cuestionar mis intenciones.




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