El Pantheón: Inmersión

Capítulo 7: Despersonalización

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Nunca olvidaré la primera vez que nos vimos cara a cara, fue en la calle. Había estado tras los pasos de Alexandria la mañana previa al terremoto. ¿Coincidencia? Tal vez. ¿Destino? Muy probable. Se había transformado en algo más que una obligación para mí, la de seguirlos a donde fueran. Se había convertido en una forma de vida y, evidentemente, en una terrible obsesión. Necesitaba saber cuán próximos estaban a mí, cuánto sabían sobre mí, manteniéndome cerca para alejarlos lo suficiente. Mi hermana tropezó conmigo cuando salía de una despensa de la calle Santa Rosa. Sus ojos tan negros como los míos, por supuesto que no pude leer su pasado en ellos. ¿No sé cuándo se volvió tan cautelosa? Me pidió disculpas y se marchó, pero en mi interior sentí su perturbación, supongo que de alguna manera logró percibirme.

La relación entre Simón y el resto del equipo mejoró notablemente después de la explosión. Si bien, Bojan seguía molestándolo con sus exigencias, ya había dejado de mencionar su aparente debilidad, y la actitud quejumbrosa del cordobés se había aplacado, y ya solo aparecía de manera intermitente. El humor de la casa en general también parecía haberse transformado. Todos estaban menos pendientes del peligro que se estaba gestando y disfrutaban de los momentos que compartían juntos. Con la desaparición de Themis, había desaparecido el mal humor de Mauricio; Ekaterina y Bojan intentaban ignorarse, así como Julliet y Alexandria; y Jeroni parecía haberse olvidado de que tenía la obligación odiar a Simón.

Una semana antes, la semana en la que había tenido lugar la mencionada charla en la que Simón se había dado cuenta de que no era todopoderoso y que podía mostrar debilidad frente a sus pares -y no solo podía, sino que debía, ya que su debilidad tenía formas muy peligrosas de manifestarse-, el abogado Panos Belkos regresó a Sithonia junto con el resto del personal debido al campeonato anual de fútbol del Pantheón, empresa que, como ya había mencionado antes, existía de verdad.

Aquella gente, totalmente desconocida para Simón, apareció copando la mansión y generando un gran revuelo, ya que, a pesar de que su alojamiento tenía lugar en el edificio secundario de la casa, habían usurpado con total descaro las instalaciones del edificio principal. Coleccionando datos sueltos y armando él solo el rompecabezas, se enteró de que eran los miembros del falso Pantheón, el cuerpo de seguridad e investigación privada fundado por Vassilis Hatzidis con la finalidad de ocultar al verdadero. Bojan consideró oportuno suspender el entrenamiento y unirse a la nueva vida social de la casa, lo que obligó a Simón relacionarse con los invitados a pesar de su disgusto; no había terminado de acostumbrarse a un Pantheón que ahora le tocaba tener que lidiar con otro. 

Al principio, solo reconocía a los dos hombres que, gentilmente, con actitud amenazante, lo habían conducido fuera del hospital y escoltado hasta la Reliquia de Nisos. Los días que le siguieron, empezó a reconocer al resto, ya que se topaba a diario con ellos en la cocina, la salita, el gran salón, el patio, y temía que en cualquier momento, abriría la puerta de su habitación y encontraría a alguno durmiendo en su cama. Principalmente al descarado Seti, que lo había convertido en el objetivo de sus bromas, ya que Polo Andreani había tenido la decencia de explicarle que Simón no era argentino, era cordobés, y que Córdoba era una república soberana independiente del resto de la Argentina, todo esto en un tono extremadamente sarcástico, porque al parecer al oriundo de Mataderos no le caían bien los cordobeses por vaya uno a saber qué razón.

Las oficinas del Pantheón funcionaban en Tesalónica, y la familia contaba con varias propiedades en esa ciudad. Además de ser el lugar de procedencia de Bojan, era la ciudad en donde Alexandria tenía su propia oficina, y en donde Themis se había estado escondiendo desde la huida de Brennen. Panos la había regresado a Sartí del mismo modo en que se la había llevado; en la avioneta de la compañía.

Una mañana en que una multitud que se había apoderado de la cocina, Julliet Tide lo arrastró a un rincón y en privado lo convocó a reunirse con ella el sábado siguiente por la mañana. No sabía que se traía entre manos, porque se mostraba muy reservada con el tema, pero tampoco le molestaba la idea de compartir un momento con ella y conocerla un poco más, ya que todavía no había tenido la oportunidad de hablar con Julliet a solas. Como un plus, la situación había puesto un poco celosa a Alexandria, y por alguna razón, verla en ese estado no solo lo divertía enormemente, sino que también alimentaba su herido ego de las últimas semanas. Se sentía inusualmente entusiasmado por su encuentro con la más pequeña del equipo, porque le emocionaba conocer más íntimamente a la extraña mujer que había aceptado sentarse a la mesa de su enemiga y compartir su destino, aparentemente sin queja alguna; y sentía mucha curiosidad por conocer los pormenores de la razón que las había llevado a enfrentarse.

Ese sábado se levantó antes del amanecer, como no lo hacía desde que había dejado el hospital, cuidándose de no despertar a Alexandria, que todavía dormía profundamente, pero su intento fue un rotundo fracaso. Ella lo observó en silencio, escondida tras las sábanas sin que él se diera cuenta, y solo atinó a fruncir el ceño y los labios cuando Simón cerró tras de sí la puerta de la habitación. Se sintió incómoda al darse cuenta de que estaba celosa, y se le cruzó por la cabeza que Julliet podría intentar pagarle con la misma moneda, pero rápidamente esfumó ese pensamiento, ya que su alumna no era tan insensata. Intentó volver a dormirse. Obviamente no pudo.




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