Comentario para el lector: Se me está volviendo una tarea complicada corregir los últimos capítulos de 'El Pantheón', ya que he realizado muchos cambios en los primeros del borrador, que influyen de manera importante en el desenlace de esta primera parte de la historia y por eso me ha llevado más tiempo del esperado poder publicarlo. Al mismo tiempo estoy realizando la edición final y corrección de la traducción al inglés e italiano de los primeros capítulos, que publiqué anticipadamente, simplemente por una cuestión de necesidad de hacerlo, más que de ansiedad. Espero que disfruten de leer esta historia tanto como yo de escribirla. Es la recta final de esta primera parte, y como siempre me emociona mucho poder poner un punto final a un trabajo que he realizado con mucho amor. También es mi primer trabajo autopublicado, y estoy agradecida de que se hayan tomado el tiempo de leerla y darle una oportunidad a una historia que me acompaña desde los doce años. Gracias mil y un millón. N.B. Bustos
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1
Dentro de la pequeña casa del monje, solamente se escuchaba el crepitar del fuego, el tenebroso viento que soplaba fuera y el burbujeo del agua hirviendo en la estufa. Ninguno se había atrevido a decir palabra, lo que era inusual entre los miembros del Pantheón; ni siquiera Amíntor había preguntado acerca de lo ocurrido en el Froúrio. El viejo intuía que las cosas no habían salido como se esperaba, algo a lo que ya deberían haber estado acostumbrados, porque ese caótico grupo de personas no hacía otra cosa más que fracasar a cada paso, y gran parte de ese fracaso se debía a su imposibilidad de comunicarse como “Dios manda”.
Ahí estaban ahora, sin hablar por primera vez, cada uno perdido en sus pensamientos, cuestionándose su accionar y el del resto. Jeroni, desolado por sus dudas e inseguridades; Julliet, asustada por las dudas de Jeroni; Simón, abrumado por sus recientemente descubiertas habilidades; Ekaterina, llena de culpa por haber perdido a Mauricio; Themis, paralizada por su miedo a la muerte; Alexandria, aterrada por el miedo de perder a alguno de ellos; Bojan, alarmado por los miedos de Alexandria; y Amíntor, preocupado por los desaciertos del equipo que ponían al Froúrio en una posición vulnerable, teniendo en cuenta la pronta llegada del fin de sus días.
—Entonces… —dijo Alexandria sin levantar la vista de la mesa, interrumpiendo el silencio y los pensamientos de sus compañeros, cuando por fin pudo organizar sus ideas—. ¿Así sin más? ¿No pudiste ir tras él?
—No —respondió Ekaterina, incómoda por la insinuación en la pregunta de su líder. No es que no hubiera querido; realmente no había podido. Sin levantar los codos de sus rodillas, se explicó—: Es como si el laberinto se hubiera cerrado detrás de él.
—Es extraño, eso jamás había ocurrido antes —pensó en voz alta Jeroni, mientras tallaba una jota con la uña del pulgar sobre la mesa de madera de Amíntor.
—¿Estás insinuando que estoy mintiendo, Jeroni? ¿Que lo dejé ir? —estalló la rusa en furia, empujándole la mano para que abandonara la tarea.
Jeroni abrió los brazos, desconcertado por el exabrupto de su compañera.
—Es a lo que nos tienes acostumbrados —azuzó Bojan la discusión. Se encontraba recostado sobre su silla con los dedos entrelazados sobre su vientre, sin sacarle la mirada de encima a Ekaterina.
Jeroni revoleó los ojos; esa no había sido su intención, pero ni su hermano ni su cuñada podían dejar pasar la oportunidad de encender la chispa para que el otro explotara.
—Nadie piensa eso, Katya —lo interrumpió Alexandria antes de que se desatara lo inevitable.
—Escucha, Katyta —agregó Jeroni, poniendo su mano en el hombro de su amiga—. No fue mi intención decir que estás mintiendo, simplemente dije que es extraño porque eso jamás había sucedido antes.
—El problema no es lo que dices, es lo que piensas —lo interrumpió Julliet sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta hasta que se percató de la cara de desconcierto con que la miraba el resto del equipo. Estaba sentada en un taburete bien alejado de la mesa por una razón; no era su intención hablar porque sabía que nada bueno ni productivo saldría de su boca. Tragó saliva y continuó porque, por el gesto de Alexandria, entendió que debía explicarse—. Tú piensas cosas que no dices, y que nosotros ni siquiera imaginamos que las piensas.
Jeroni observó a su prima y ella respondió levantando los hombros y frunciendo los labios en señal de desconcierto.
—Bueno, no es mentira —se defendió Ekaterina, haciendo caso omiso al comentario de Julliet—. Yo intenté ir tras él y no pude. La entrada se cerró y punto.
—Si bien es extraño —acotó Themis frotándose la cara con la mano derecha—, es posible que Mauricio no haya querido que lo siguieran. —Estaba parada en un rincón oscuro de la guarida de Amíntor, bien alejada del resto.
—Por fin se dignó a hablar. ¿Se puede saber dónde estabas cuando nos atacaron? —reclamó Julliet, volviéndose hacia ella. Jeroni secundó la queja de la canadiense.
—Déjenla en paz —exigió Alexandria.
—No puedes seguir protegiéndola solamente porque te sientes culpable —le recriminó Ekaterina—. Ella es tan capaz, o quizás más que cualquiera de nosotros, de utilizar su espada. No puedes continuar alimentando su miedo ni el tuyo, Alexandria. No le haces ningún favor, ni a ella ni al equipo.