Fue delicado y lleno de nervios ese acto, el dejar caer sus brazos alrededor de ella. La forma en que sintió su contacto casi le hizo temblar, pero no se iba a alejar, no dejaría que nada los separara en ese momento.
Odiaba verla así; deprimida, sin sentido de vida. Solo provocaba que ese nudo que siempre golpeaba contra su pecho se intensificara.
Ver su tristeza y sus lágrimas brotando de esos tan hermosos ojos solo le recordaba todos esos momentos de depresión y ansiedad que tuvo, todas esas veces que aguantó hasta el punto de perder la conciencia.
Pero esos pensamientos solo le hacían perder la falsa calma que intentaba mostrarle. Quería ser fuerte para ella, quería apoyarla, quería abrazarla y decirle que todo estaría bien, pero se seguía sintiendo débil, estúpido y roto.
Era esa faceta real que él nunca quería dejar ver a la luz, mucho menos a ella. No podía, había algo en sí... algo que no se lo permitía.
Acarició su mejilla ahora mojada por sus lágrimas y la separó un poco de él. Seguía viéndose mal, en ese momento solo quiso llorar junto a ella, a pesar de todo, se seguía sintiendo aquel niño débil que nunca pudo ver la luz.
—Estarás bien —le aseguró, mientras le mostraba una sonrisa reconfortante que se obligó a formar—, te lo prometo. No todo está perdido.
—Para mí sí lo está —pronunció entre sollozos
Sintió un golpe en el pecho al escucharla; sus palabras sonaban tan tristes, tan destrozadas, y lo peor fue que entendía perfectamente cómo se sentía.
«Te prometo, aquí y ahora, que no te dejaré sola. Haré todo lo posible para volver a ver ese paraíso en tus ojos. Ese paraíso que me vuelve loco.»