Cuando son las siete de la mañana y la puerta se abre, ya hace algunas horas que estoy despierto. Ha sido una noche complicada, tengo la sensación de haberla pasado toda dando vueltas y estrangulando las sábanas.
Suenan las tres notas musicales de la mañana anterior.
«Buenos días, Ben».
Cada vez que escucho esa voz, no puedo evitar imaginarme a un hombre apuesto con los dientes de un blanco deslumbrante.
Echo un vistazo a la galería mientras las luces se encienden. Me sobresalto al ver aparecer a Turing a pocos metros de mí, atareada transportando una caja.
—Buenos días —dice con un timbre jovial.
Deja la caja en el suelo y se me acerca.
—Buenos días, Turing —digo, tratando de ser amable.
Imagino que habrá estado toda la noche trabajando en lo que sea que haga. Mover muebles y cajas, por lo que parece.
—¿Ya has puntuado tu noche? —pregunta con un deje de reprimenda, aunque presiento que ya sabe la respuesta.
—No me ha parecido importante —digo, sintiéndome repentinamente culpable.
Recuerdo la pantalla de mi habitación con el mensaje: «¿Qué tal has pasado la noche?» y la escala de emoticonos para valorarla.
—Las valoraciones son importantes —dice Turing, levantando un dedo—. De esta manera, mejorará tu experiencia.
—Procuraré recordarlo —digo, para zanjar el tema.
—¿Quieres valorar tu noche ahora? —me retiene ella, haciendo aparecer la pantalla en su abdomen.
—No, en serio, Turing, déjalo.
Me aparto de la artificial y sigo mi camino.
—Claro, Ben —dice ella, viendo como me alejo, con la cara siniestramente en blanco—. ¿Estás listo para tu primer reto? —añade, haciendo que me detenga y me gire—. ¡Qué emoción! —me anima, con un emoticono de felicidad en la cara y levantando el puño.
—¿De qué va esto de los retos? —pregunto, nervioso.
—Tu primer reto es en una hora. —Turing ve que me quedo callado y añade—: Lo pone en la planificación del día.
Señala las pantallas.
—Se han añadido nuevas funciones al programa —dice, mostrándome nuevos iconos en la pantalla de su abdomen—. Planificación del día, sugerencias, diario, juegos y valoraciones pendientes, donde podrás valorar, por ejemplo, la pasada noche. Cuando quieras.
—Sí, vale, Turing —digo, un poco abrumado—, gracias.
Me alejo de ella y dejo que siga transportando la caja.
Entro en la sala de meditación, la puerta de la cual me anima: «¡Trabaja la conciencia!» y donde supuestamente alguien quiso que constara que «Encontré las respuestas en mi interior. ★★★★» y «Mi hija era un caso perdido y desde que medita ya no toma drogas. ★★★★★».
Bien por ella.
Me acerco a la pantalla de la sala, donde, efectivamente, han aparecido los iconos nuevos de los que me hablaba Turing. Presiono el símbolo del calendario para desplegar mi planificación del día.
8 a. m. - Reto de forma física - Gimnasio.
7 p. m. - Reto mental - Sala de potencial.
Imagino que los retos serán una manera de mantenerme activo, para que no me pase todos los días en la zona de confort o encerrado en mi habitación. Así que la función de Edén y de Turing no solo es mantener mis necesidades cubiertas, quieren mantenerme sano y en forma. Al principio esa lógica me tranquiliza un poco, luego pienso en que son demasiadas molestias para una situación de corta duración. Sea cual sea el motivo —o el objetivo— de tenerme aquí encerrado, podría conllevar más tiempo del que me gustaría.
Con lo que sé hasta ahora, incluso podría ser una situación permanente.
Hago tiempo hasta las ocho explorando Edén. Se desbloquean nuevas salas interesantes a las que ayer no pude entrar. La sala de cine, con una pantalla de diez metros, una sola butaca y servicio de palomitas infinitas; el planetario, donde puedo interactuar con las estrellas y sus constelaciones; el taller, lleno de libros, telas y máquinas de coser, donde aprender a confeccionar mi propia ropa; o el planificador, una sala vacía, completamente cubierta por una pantalla táctil donde puedo anotar, hacer esquemas, guardar notas de voz y, según promete su puerta, diseñar mi plan de vida.