El perro, la gata y un poco de amor.

Capítulo 9.

La Gata.

—¡Me siento mal, me siento mal, tengo una deeeepresión! ¡Miaaaaau! —grité con una voz que no era la mía, asustándome por esto.

—Sandy, ¿qué pasó? —Pili se despertó y se frotó los ojos.

—¡Miaul! ¡Me siento mal! —me quejé del estado en que me encontré de repente.

Ante este maullido, claramente no mío, sino de un diablo gatuno que vivía dentro de mí, Mamá y Papá salieron corriendo del dormitorio de al lado.

—Silencio, Sandy, ¿sabes qué hora es? —dijo Papá.

—¿Y qué? ¡Me da igual que sean las dos de la madrugada! ¡Estoy fataaaal!¡Sois gente insensible! ¡Solo necesitáis dormir cuando yo estoy muriendoooo! —le grité de vuelta.

Desde luego estaba muy nerviosa y aunque, a pesar del fuerte título de "depredador", no sabía gruñir en absoluto, en momentos de enojo como este solo me salían silbidos y zumbidos, creando una apariencia de gruñido bastante desagradable.

—¿Quizás quieras comer? —preguntó Pili con atención, aunque sentí que entendía lo que me pasaba y me extendió sus manos.

—No, no quiero comer. ¿En tus manos? Bueno, tómame en tus brazos. No, sigo sintiéndome maaal. ¡Miauuuu...! —respondí y me solté de sus manos.

El resto de la noche deambulé por la casa como una drogadicta en busca de su dosis. Menos mal que por la mañana me tranquilicé un poco, e incluso logré dormir un poco, a pesar de que mis dueños se estaban preparando para el trabajo, creando el caos como de costumbre. Ellos, por supuesto, hicieron ruido, pero me entierré más profundamente en los cojines del sofá y traté de no prestarles atención. ¡Pero lo más ofensivo era que nadie se acercó a preguntarme cómo me sentía después de una noche tan terrible! No me tocaron la nariz ni me acariciaron. ¡Nada de nada! Vale, vale, lo recordaré todo.

Hasta la hora del almuerzo ya había dormido lo suficiente, pero volvió la vieja ansiedad. Menos mal que este estado no me venía muy a menudo. Corría por el apartamento, sin saber qué hacer conmigo misma, dónde ponerme, ante quién quejarme.

—Miaaaau...

De repente la puerta se abrió tan abruptamente que me vi obligada a saltar del pasillo a la habitación. Al parecer estaba tan mal que ni siquiera escuché a Papá acercarse a la puerta. Normalmente lo siento desde el primer piso. Nuestra casa es antigua, o más bien histórica, por lo que no tiene ascensor, ya que no se puede cambiar nada en el edificio. Siempre que Papá llega a nuestro segundo piso, respira tan fuerte que solo los sordos no lo oirían. Inmediatamente me di cuenta de que había venido de mal humor, cansado y algo preocupado, pero también sentí... ¿Qué es esto? Oh... quiero decir miau...

Papá arrastró una jaula grande al apartamento, donde estaba sentado un gato enorme, entrecerrando los ojos con descaro. Claramente era un campeón de la raza. El gato salió de la jaula, levantando y esponjando su cola. ¡Un rey, no menos! Me miró con tanta prepotencia y orgullo que me eché para atrás. Me pregunto, ¿a quién se le ocurre venir a casa de una chica con esa actitud? ¡Ja!

Aunque su cola era muy hermosa y grande, el tamaño no es lo principal. Y no me preguntes por qué, no puedo explicarlo, es algo instintivo. Desde luego, no entiendo a otras gatas en absoluto. ¿Por qué todas deben fijarse en la cola?

Mientras Papá estaba ocupado con la jaula, desempaquetando tazones y algunas otras pertenencias del gato, traté de entender qué tipo de gato tenía esta vez. Hasta ahora el panorama era deprimente: un abismo de confianza en uno mismo, una masa de complacencia y orgullo exorbitante. ¡Se creía un toro semental! ¿Vino a divertirme o a divertirse? Por ahora se mostró condescendiente, por así decirlo, aunque con su presencia me sentí mucho mejor, porque habría un juego divertido por delante. ¡Conseguiré que me respete!

Sonriéndole con ironía, me retiré a la habitación de Pili, me subí al rincón más alejado del armario y me quedé dormida. No tengo por qué apresurarme y necesitaré mucha fuerza para reeducar a este gato insolente. Porque este... macho... Da igual, le doy un poco de tiempo para que se acostumbre, que se sienta como un maestro de la seducción. Por ahora. Apareceré en el momento en que se relaje y menos espere un truco.

Me desperté tarde, casi en la noche. Me estiré, salté elegantemente del armario y salí al pasillo. Mamá inmediatamente gritó como una loca:

—¡Sandy! ¡Por fin te he encontrado, nuestra preciosidad! ¿Dónde has estado? ¡He buscado por toda la casa! ¡Mira qué gato más bonito te trajimos!

Caminé con cuidado alrededor de Mamá y salté al regazo de Pili. ¡Ella siempre me entendió mejor! Siento que ella se habría comportado exactamente de la misma manera, si estuviera en mi lugar. Por eso no me buscó, no se preocupó. Pili irradiaba calma sensual y confianza en nuestros poderes femeninos. Me froté contra ella y fui a comer. Me esperaba una larga noche. Por supuesto, ni siquiera miré al gato.

Después de comer, me dirigí al baño para jugar un rato. Me encantaba perseguir mi reflejo en el espejo y deslizarme por el suelo resbaladizo. Mientras estaba en medio de una de mis acrobacias, apareció el gato.

—No eres tan fea como pensabas, — dijo el gato, alejándome del espejo.

Eclipsó todo el espacio con su grueso trasero. Sorprendida, no pude encontrar nada inteligente que responderle a este gato insolente, que se imaginaba a sí mismo como el ombligo de la tierra. Así que rodeé su territorio y salí del baño.

—¿Orgullosa? ¡Me gustan las chicas así! — exclamó de repente el gato.

“Pero a mí no me gustan como tú”, — pensé, resoplé y seguí adelante en la habitación de Pili.




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