El perro, la gata y un poco de amor.

Capítulo 24.

La Gata.

¡Qué tristeza! El perro, ese Romeo tan valiente, está ahí fuera, quién sabe dónde, y yo aquí, atrapada tras una ventana, sin poder hacer nada para ayudarlo. Sé que está herido, que le duele, y me carcome la incertidumbre de no saber cómo lo están cuidando. ¿Su dueño será lo suficientemente bueno con él? ¿Le dará las caricias necesarias? ¿O, peor aún, lo dejará solo con su dolor?

Finalmente, me acerqué al alféizar de la ventana, mi punto de vigilancia habitual, para no perderme su paseo, si es que ocurre. Me pregunto, ¿dónde está? ¿Viene o no? ¿Por qué sale tan poco? Cada vez que lo veo, cojea un poco, y mi corazón de felina se encoge de preocupación.

Pero esperar en vano no es algo que un gato como yo soporte por mucho tiempo. Mi naturaleza curiosa y resuelta no me permite quedarme de brazos cruzados, o más bien, de patas cruzadas. Recordé algunas cosas que Romeo mencionó, y también las conversaciones que escuché a hurtadillas mientras Pili hablaba por teléfono. Parece que el dueño de Romeo vive en nuestro mismo edificio. Eso significa que, con un poco de astucia y despliegue de tecnología gatuna, puedo encontrar la puerta correcta. Y si logro dar con ella, podré oler, escuchar y sentir cómo está Romeo. Quizás hasta podría ayudarle de alguna manera. Esta idea se apoderó de mí por completo, y si un gato tiene una idea, esa idea debe ser ejecutada, no importa cuántas veces haya escuchado la palabra "prohibido". Es una ley felina, inmutable.

Ese día, esperé con una paciencia felina el momento perfecto. Cuando Mamá volvió de la tienda, supe que la oportunidad que tanto esperaba había llegado. En cuanto se cerró la puerta detrás de ella, di un salto ágil y silencioso hasta el rellano. El pasillo estaba en calma, solo se escuchaba el suave zumbido del edificio. Mi plan estaba en marcha.

Pero al asomar la nariz y olfatear el aire, capté un rastro reciente que me hizo fruncir el ceño. ¡Llegué tarde! Romeo acababa de salir a pasear. Su olor aún flotaba en el ambiente, fresco, lleno de ansiedad y con ese inconfundible toque de hierba mojada mezclada con algo de preocupación. No podía creer mi mala suerte. Mi mente comenzó a correr en todas direcciones. ¿Debía armarme de valor y salir a la calle? ¿O mejor esperar aquí? Pero, ¿y si no vuelve? ¿Y si algo le pasa?

Mientras me debatía entre la idea aterradora de aventurarme fuera o quedarme quieta como una estatua, una brisa ligera se coló por la escalera, trayendo consigo una mezcla de olores familiares. Entre ellos, reconocí la inconfundible fragancia de Romeo: un poco de tierra, cicatrices secas y ese inconfundible aroma a champú barato con el que su dueño insiste en bañarlo. Me quedé inmóvil, con las orejas bien erguidas, esperando cualquier sonido que delatara su regreso.

Decidí quedarme y esperar, pero no sin hacer una pequeña investigación primero. Me acerqué sigilosamente a la puerta que creía que era la suya, bajando mi elegante cuerpo al suelo y pegando la oreja con la precisión de un agente secreto. "Aquí debe ser", pensé, pero no escuché nada que me lo confirmara. Solo el leve zumbido de la nevera y el tic-tac de un reloj, pero ni rastro de patas, jadeos o cualquier señal de vida.

Frustrada, me senté frente a la puerta, con la cola envuelta alrededor de mis patas, mientras mis ojos no se despegaban de la escalera. "¡Vuelve ya, Romeo!", pensé, y me sorprendí a mí misma sonriendo. "Eso suena demasiado romántico", me regañé mentalmente, tratando de mantener la compostura.

Así que ahí estaba yo, una gata orgullosa y elegante, sentada frente a una puerta cerrada, esperando al único perro en el mundo capaz de sacar lo peor y lo mejor de mí.

Me levanté de un salto y me acerqué un poco a la barandilla para ver mejor. Romeo subía las escaleras con su dueño a paso lento, como si cada peldaño fuera una montaña. Se veía agotado, pero ahí estaba, caminando con esa terquedad perruna que tanto lo caracteriza. Mi corazón dio un pequeño brinco. Lo que sea que estaba sintiendo no podía ser preocupación, me dije, más bien era... curiosidad científica. Sí, eso. Quería asegurarme de que mi "sujeto de estudio" seguía vivo.

—Miau —solté con la voz más casual y desinteresada que pude, aunque mi tono traicionó un poco mi ansiedad. Romeo se detuvo en seco, clavando sus ojos en los míos como si hubiera visto un fantasma.

“¡No puede ser!”, parecía gritar su expresión. Lo observé mientras procesaba la situación, su cerebro canino intentando ponerse al día. Finalmente, se lanzó hacia mí con una energía que no sabía que le quedaba. Arrastraba a su dueño, que intentaba mantener el equilibrio mientras Romeo avanzaba como un tren desbocado.

—¿Qué haces aquí? ¿Estás en peligro? ¿Te echaron de casa? —ladró con una mezcla de preocupación y heroísmo innecesario.

No pude evitar rodar los ojos. “¿En serio? ¿Así va a ser?” pensé mientras lo observaba girar frenéticamente la cabeza en busca de un peligro inexistente. Para él, debía haber un villano acechando detrás de cada sombra, listo para atraparme. Admirable, en cierto modo, pero completamente absurdo.

—Tranquilo, héroe —dije con una mezcla de ternura y exasperación—. Solo quería hablar contigo.

Sus orejas se alzaron, y noté que su cola comenzó a moverse con esa emoción que los perros no pueden disimular, aunque intenten parecer serios.

Intenté sonar lo más casual posible, pero no pude evitar que mi curiosidad se colara en la pregunta que tenía rondando desde hacía días.

—Oye, cuando... quiero decir, ese día... ¿por qué nos salvaste a Misa y a mí? Tú eres un perro, yo soy una gata. No tiene sentido. Además, siempre nos estamos picando. ¿Qué te hizo arriesgarte de esa manera? Y por favor, no me salgas con alguna teoría absurda sobre la fraternidad entre especies o los derechos de los animales.

Él parecía paralizado por un momento. Vi cómo su mente intentaba encontrar una respuesta, pero lo que salió de su boca fue lo más confuso que había escuchado en mucho tiempo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.