El perro, la gata y un poco de amor.

Capítulo 25.

La Gata.

El caos que siguió después fue digno de una comedia. Romeo, pensando que yo estaba siendo secuestrada, comenzó a ladrar como loco, intentando lanzarse en mi "rescate". Sentí que Pili estaba muy nerviosa. Aunque en este momento no entendí claramente por qué: o estaba tan sorprendida verme en el rellano, o porque Romeo ladraba como loco, o porque le gustaba el dueño de él. Ese chico, intentando controlar a Romeo y no sé cómo terminó en el suelo mientras Romeo lo arrastraba al rellano.

De repente Pili me soltó y se acercó a ayudar al chico. En este momento todo ha sido bastante claro.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó Pili, claramente ansiosa, mientras el chico intentaba levantarse del suelo.

—No —respondió él, con una mezcla de frustración y resignación mientras se ponía de pie.

Pili, evidentemente avergonzada por la torpeza de la situación, decidió centrarse en mí como si yo fuera la clave para resolver todo el desastre. Me levantó de nuevo en sus brazos, aunque yo no tenía intención de salir corriendo, especialmente cuando las cosas empezaban a ponerse tan interesantes.

—Lo siento… hola… ¿qué le pasa a tu perro? —balbuceó Pili, tratando de sonar casual, aunque sus mejillas estaban sonrojadas. La pobre no sabía si reír o seguir disculpándose—. Es un perro, claro...

La tensión en el aire era tan densa que podrías haberla cortado con una uña afilada. Y como siempre, yo, la gata más sensata de este edificio, sabía que no podía dejar que las cosas se quedaran así. ¡Alguien tenía que tomar el control de la situación!

—¡Pues claro que es un perro! —exclamé, aunque, por supuesto, ellos solo oyeron un maullido indignado.

—No sé qué le pasa —respondió el chico, visiblemente irritado mientras intentaba controlar a Romeo, que seguía ladrando como si el fin del mundo estuviera cerca—. Parece que tiene una relación complicada con tu gata. Casi se mata peleando con todos los perros del parque por ella y ahora le ladra como si fuera una amenaza.

—¡No a ella! —ladró Romeo, ofendido, como si estuviera aclarando un malentendido monumental.

—¡No a mí! —maullé yo, con la misma indignación. ¡¿Cómo se atrevían a pensar que yo sería la causa de semejante caos?!

El chico soltó un suspiro de agotamiento, claramente superado por la situación.

—Mira, sujeta a tu gata, y yo intentaré arrastrar a este loco a casa antes de que esto se convierta en un circo para los vecinos —dijo mientras se preparaba para lidiar con Romeo, que se había clavado al suelo como una estatua.

Pero cuando intentó tirar de él, Romeo soltó un quejido que me hizo reaccionar de inmediato. ¡Nadie lastima a mi perro!

Pili intentó detenerme cuando me escabullí de sus brazos, pero yo ya había tomado la decisión: no iba a quedarme de brazos cruzados mientras alguien dañaba a Romeo.

—¡No dejaré que nadie le haga daño! —grité mientras lanzaba un ataque felino en la mano del chico. Mis garras se clavaron con precisión milimétrica. Tal vez no sabía cómo se suponía que iba a "salvar" a Romeo, pero sentí que debía hacer algo heroico, aunque fuera un tanto dramático.

—¡Ay! —gritó el chico, sacudiendo la mano para intentar despegarme, pero yo no iba a soltarme tan fácilmente. ¡No hasta asegurarme de que Romeo estuviera a salvo del maltratador!

Pili, completamente desconcertada, trató de intervenir.

—¡Casandra, suéltalo! ¡Él no le está haciendo daño al perro, solo intenta llevarlo a casa!

—¡Joder, como me duele! ¡Está loca! —se quejó el chico, ahora con un tono que mezclaba dolor y una risa nerviosa.

Romeo, que había dejado de resistirse y ahora solo observaba la escena con ojos redondos, soltó una risita perruna.

—¡No está loca! Solo quiere protegerme. ¡Drama innecesario, diría yo!

Finalmente, tras unos segundos de caos y desesperación, Pili logró atraparme de nuevo, separándome de la mano del chico que ahora estaba decorada con un par de marcas felinas. Nada grave, solo un recordatorio de que no debe meterse con mi perro.

—¡Lo siento muchísimo! —dijo Pili, roja de vergüenza—. No sé qué les pasa… deben haberse hecho amigos o algo... raro...

—¿Amigos? Claro… —murmuró el chico mientras examinaba su mano arañada con una sonrisa sarcástica—. Bueno, al menos ahora sé que tu gata es tan intensa como mi perro.

Romeo, con una expresión de adoración, me miró y exclamó:

—¡Eres increíble, Casandra!

No pude evitar ronronear de satisfacción. Después de todo, soy una gata de acción, y eso me gusta mostrarlo.

Justo cuando pensaba que la situación no podía volverse más rara, escuché la voz decidida de Pili, quien se estaba armando de valor:

—Bueno, si ellos están tan unidos, ¿por qué no organizamos algo? —dijo Pili, con un tono inesperadamente atrevido—. Tal vez podríamos dar un paseo juntos algún día en el jardín, o, si quieres, podríamos tomar un café y mientras te curo la mano, ellos pueden estar juntos.

¡Vaya! Mi dueña estaba cogiendo al toro por los cuernos. ¡Al fin! Porque, como todos sabemos, los hombres no entienden las indirectas. Si quieres algo, díselo claramente. Es una regla básica.

El chico miró a Pili con una mezcla de incredulidad y sorpresa, luego dirigió su mirada hacia mí y a su perro, que ahora estaba en modo "perro bueno".

—Bueno… me parece una buena idea —respondió finalmente, rascándose la cabeza—. Además, veo que Romeo necesita relajarse un poco.

—Entonces, ¿vamos a tomar ese café? —preguntó Pili con una sonrisa esperanzada.

—Buena idea. - dijo el dueño de Romeo.

Yo ronroneé con satisfacción. Parece que las cosas estaban a punto de ponerse interesantes no solo entre nosotros, sino también entre nuestros dueños.




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